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Proponen un debate presidencial para 2015

Borges sostenía que la discusión era el deporte favorito de los argentinos. ¿Por qué entonces en este país no hay debates presidenciales en los que los candidatos confronten ideas respetuosamente?

Ideas. María O’Donnell moderó las intervenciones. En la foto, Solari, de la televisión nacional de Chile, Boechat, periodista brasileño y Slutsky, que organiza los debates en EE.UU.
| Pablo Cuarterolo

La Argentina, su cultura y su historia están atravesadas por el debate. Las formas de constituir la nación se mostraron en posiciones contrapuestas y a través de los debates corrosivos que realizaban Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, que debatían por todos los medios posibles.
El nacimiento de la república encontró formas de discusión tan hondas que Jorge Luis Borges decía que la Argentina hubiera sido diferente si, en lugar de postular al Martín Fierro de José Hernández como su libro nacional, hubiera elegido al Facundo de Sarmiento. El escritor ciego también señaló alguna vez que la discusión era el deporte preferido por los argentinos. Entonces, ¿por qué no hubo todavía en este país debates presidenciales en los que los candidatos pudieran confrontar respetuosamente sus ideas ante una audiencia que podría evaluarlos en vivo y en directo? En la Argentina, cuando se piensa en un debate principal, surge el recuerdo de alguna silla vacía.

“Es el resultado de estar acostumbrados a un sistema de comunicaciones que sólo habla por avisos publicitarios –reflexiona Adriana Amado, presidente del Centro para la Información Ciudadana–. Pero un aviso no tiene reacciones espontáneas, una interacción entre candidatos tiene posibilidades más ricas. Se ve como el postulante reacciona frente a algo no controlado”. Esa indeterminación ante lo imprevisto debió haber sentido Richard Nixon en el primer debate televisado frente a su rival en la carrera presidencial John Fitzgerald Kennedy, en 1960. La elocuencia y espontaneidad de Kennedy contrastaban frente a la parsimonia de un Nixon a quien se vio sudar frente a las cámaras que llegaban a todos los hogares estadounidenses. Así se inició la tradición de los debates presidenciales, moda que aún no viene a la Argentina.

Hace unos días se organizó en la Facultad de Derecho de la UBA el encuentro de Argentina Debate, organización civil que plantea la realización de este evento para las elecciones de 2015 y que contó con la presencia de Janet Brown y Marty Slutsky, presidenta y productor ejecutivo de la Comisión de Debates Presidenciales de Estados Unidos; Ricardo Solari, presidente de la Televisión Nacional de Chile –quien señaló que en el país trasandino después de los debates del final de la dictadura de Pinochet, ningún ciudadano concibe un comicio presidencial sin debate previo– y Ricardo Boechat, director periodístico de la Red Bandeirantes, entre otros (ver recuadro).

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“Un debate presidencial previo a las elecciones significaría un cambio en la cultura política –asegura Hernán Charosky, coordinador general de Argentina Debate–. El primer cambio significaría tenerlos a todos en un mismo espacio físico y debatiendo ideas, que parece sencillo, pero es un mínimo gesto de civilidad que la Argentina todavía no consigue realizar. Pero un salto mayor en la cultura política sería que en estos eventos se exponen ideas y se rebaten argumentos sin mediaciones, en tiempo real y los candidatos reaccionan en ese mismo tiempo real. Es la percepción más directa que puede tener el elector sobre los candidatos. Un debate bien organizado, con una buena elección de formatos y temas también es un momento para debatir los desafíos de desarrollo que tiene el país.”

—¿Cree que en 2015 habrá debate presidencial?
—Creo que sí. Hay dos factores que pueden ser interesantes para que esto ocurra. Respecto a otras elecciones, desde el punto de vista táctico, nadie está sacando demasiada ventaja. Si logramos generar un marco de debate de buena calidad, inclusivo y pluralista va a ser difícil que los candidatos digan que no. El modo antagonista de discutir la política se tiene que terminar y se tienen que procesar las diferencias y el debate es el mejor modo de lograr esos objetivos. El argumento para realizarlo es estratégico. El candidato no sólo tiene la posibilidad de incrementar sus posibilidades de comunicación, sino que puede formar parte de una nueva etapa en la cultura política argentina. Que los candidatos se digan lo que se tienen que decir, pero mediante un gesto de civilidad. Es eso o que la cultura política siga siendo más de lo mismo.

Información. “Cuando un político habla en privado frente a un periodista, hay ahí un juego de poder que el ciudadano no ve –explica Amado–. Esto se desarma cuando se hace en directo. Implica un nivel de preparación que impacta, pero no es tan determinante. Sin embargo, la sociedades hoy no tienen islas estables de votantes. El votante que tiene definido su voto con firmeza es minoritario. La mayoría  resuelve su voto en las últimas semanas previas a la elección. Cuanto más información se tenga, más saludable será para la discusión democrática. La realización de los debates también va ajustando la campaña de los candidatos, que dejan de estar digitadas por los asesores para ponerse más atentas a la reacción de las audiencias. A lo largo de los debates, Dilma fortaleció su discurso allí donde el público lo demandaba. En una campaña tan incierta como lo fue la brasileña es difícil decir hasta qué punto influyó en los resultados, pero finalmente Dilma ganó. Lo que es innegable es que se fortaleció la relación con la ciudadanía, porque no es lo mismo ver avisos que ver en vivo, sin grados descomunales de artificio, a un candidato discutiendo”.

En Latinoamérica, Venezuela, Bolivia, Honduras y Argentina continúan sin debates presidenciales, mientras en los demás países es una tendencia que se va fortaleciendo. ¿Habrá debate en 2015? Es una duda. La otra posibilidad: una silla vacía más para el imaginario político de los argentinos.

 

“Gobernar es fundamental, pero comunicar el gobierno también lo es”

Ricardo Boechat, director periodístico de la Red Bandeirantes, fue el moderador del último debate entre los candidatos brasileños Dilma Roussef y Aécio Neves, antes de que la presidenta fuera reelegida pocos días después. Nacido en Argentina, pero de padre brasileño, conserva el acento nacional cuando habla español por herencia materna. Fue uno de los animadores del encuentro Argentina Debate y no se privó de cantar: “Argentina, decime qué se siente…”, en referencia al cantito que la hinchada nacional le dedicaba a los brasileños, esta vez debido a nuestra carencia de debates presidenciales en relación al país vecino.

—¿Sintió responsabilidad por su rol en el debate presidencial y cómo podía haber evolucionado el voto de los ciudadanos luego de ese acontecimiento?
—En Brasil los debates son tradicionales desde 1989. Tuvimos muchas vueltas electorales en dos turnos. En este tiempo tuvimos 12 debates presidenciales, sumando las primeras vueltas y el ballottage. Tuvimos en el conjunto de los medios y de los partidos algunas nociones en común. Una de ellas se refiere a qué interferencia deben tener los mediadores. Creemos que la menor interferencia es lo más deseable en estos debates. Los protagonistas de estos hechos son los candidatos. Para darte un ejemplo, en el último debate, que duró una hora y media, mi tiempo de intervención fue de cuatro minutos. Sólo dije: “Sean bienvenidos, terminamos el primer bloque, hasta mañana, buena suerte” y nada más que eso. Los argentinos como los brasileños son apasionados por el fútbol. En este deporte, el mejor juez es aquel que pasa desapercibido, aquel árbitro que no se nota.

—¿Cree que estos debates inciden en la elección?
—A mí me parece menos necesario esperar que los debates produzcan algo decisivo, ya que lo más importante es percibir lo que valen como muestra de la confrontación dentro de un ambiente democrático. Estoy convencido de que los debates tienden a ser cada vez menos determinantes, si es que en algún momento lo fue. Pero no veo eso negativo. El debate tiene el valor de ampliar el campo de la polémica de ideas y eso sólo ocurre porque tenemos democracia.

—Que un candidato tenga mayores habilidades mediáticas y se pueda dirigir como un showman a la audiencia, ¿lo convertiría en un mejor contendiente? ¿No sería engañoso y primaría sobre el debate de ideas?
—Bueno, qué se le va a hacer. Ellos tienen el deber de pertrecharse con todas las habilidades posibles para comunicarse con las personas y poder comunicar sus programas políticos. No se puede imaginar hoy, y cada vez menos, que los hombres y las mujeres que van a gobernar nuestros países no se comuniquen de alguna manera efectiva. Gobernar es fundamental, pero comunicar el gobierno también lo es. De todas maneras, no siempre una performance teatral buena corresponde a una votación buena. Tenemos ejemplos en Brasil ejemplos de candidatos que destruyeron al contendiente en el debate y perdieron en las elecciones. Y al revés. No creo que un gran actor gane siempre las elecciones. Esto está sugestionado por la experiencia de Ronald Reagan. Que no era siquiera un gran actor.

 

Donde sí es obligatorio

Los debates presidenciales son obligatorios por ley en Estados Unidos, España, Francia e Italia. En los Estados Unidos cada vez que se realizan marcan picos de audiencia y mantienen en vilo a los ciudadanos tanto como el SuperBowl, la final del fútbol americano, uno de los eventos más vistos en la televisión en vivo.

Los debates entre Barack Obama y Mitt Romney, en 2012, superaron los 67 millones de espectadores, un pico en la historia de la televisación de esos eventos en el país del Norte.

Las evaluaciones indicaron que el ganador de los dos primeros debates fue el republicano Romney y que el tercero lo ganó Obama, luego reelegido presidente.

¿Influyen realmente sobre la decisión final de los ciudadanos a la hora de votar? Es una incógnita que no está resuelta. Sin embargo, los expertos en comunicación señalan que se trata sobre todo de un derecho del elector a conocer en este tipo de contiendas a quién dirigirá los próximos años de una nación.