A pesar de que ningún libro de historia lo cuente, hace 19 años la ciudad cordobesa de Río Tercero estuvo en guerra. Sin aviso previo y con el enemigo camuflado en el poder, estallaron miles de granadas y municiones que ocasionaron un saldo de siete muertos, 300 heridos, casas destruidas y una ciudad aturdida regada con esquirlas de guerra. Río Tercero ese día pareció Kosovo en sus peores momentos.
Aunque el relato pueda parecer un disparate, eso es lo que sucedió el 3 de noviembre de 1995 cuando la fábrica militar de esa ciudad “estalló” por los aires y ayudó a encubrir el faltante de armas que se había exportado ilegalmente a Croacia y Ecuador a principios de la década del 90. Con el agravante de que los croatas sufrían un embargo de la ONU por estar en guerra.
La primera señal de la tragedia sucedió esa mañana, minutos antes de las nueve. Una alarma contra incendios no sólo alertó respecto de que algo no andaba bien sino que fue el aviso que permitió que muchos vecinos abandonaran rápidamente la zona y salvaran sus vidas. No hubo tiempo para más.
Vidas truncadas. Alina Guevara aún lo recuerda. El día de la explosión tenía 11 años y estaba en el recreo de su colegio, ubicado cerca de la fábrica militar. Un calor intenso se adueñó del lugar y un ruido estremecedor la sacudió. Cuando reaccionó, lo primero que atinó a hacer fue buscar a su hermano pequeño para intentar escapar de esa locura. “Llovía de todo. Caían esquirlas del cielo. Granadas y fuego. El colegio era lo más parecido a un campo minado”.
La joven, que ahora trabaja como recepcionista de un hotel céntrico, asegura que escapó del lugar por la vera de un río y que cuando caían las bombas el agua “se abría como en las películas”. Admite que cuando una puerta se cierra de golpe “se estremece”.
Las responsabilidades de la tragedia aún se ventilan en los tribunales cordobeses. Cuatro jueces, miles de fojas, algunas pericias y centenares de testigos aguardan pacientemente un veredicto que en el mejor de los casos se conocería a mediados de 2015.
No obstante, el abogado querellante Aukha Barbero asegura que no existen dudas de que todo lo que ocurrió “fue un atentado. El trotyl utilizado en la voladura es como un tronco de madera. Se puede encender, pero previamente hay que alimentarlo y darle su tiempo. Además, tiene que existir un mecanismo que lo haga detonar. Si no, es imposible que ocurra”.
En el mismo sentido, el abogado indica que el tribunal oral que investigó la causa ordenó en 2003 una pericia que se practicó en un polígono de tiro con peritos convocados por la Universidad Nacional de Córdoba para reconstruir cuánto duró el incendio, si fueron direccionadas las ondas expansivas en la explosión y cómo se inició. El resultado fue contundente.
Pruebas. Los peritos dijeron que las explosiones fueron “planificadas e intencionales” y la historia oficial comenzó a derrumbarse como un castillo de naipes desde ese mismo momento: esa que había cerrado el expresidente Carlos Menem a sólo cinco horas de la explosión. “Todo fue un accidente y el Estado se hará cargo de los daños”, dijo entonces a la prensa.
Barbero subraya que las explosiones fueron “direccionadas”: el sector este de la ciudad fue el que recibió más daños: tres manzanas fueron borradas de la faz de la Tierra. “En el oeste está la fábrica de Atanor, algunas petroquímicas y varios depósitos con cloro. Si hubiera caído un solo fierro en esa dirección la ciudad hubiera sido literalmente arrasada”. La señal de alarma permitió que los barrios más próximos a la fábrica fueran evacuados rápidamente y que no hubiera muertos en ese lugar, a pesar de que a los 15 minutos Río Tercero volvió a temblar.
El actual intendente, Alberto Martino, recuerda que la segunda explosión “movió hasta el piso” y la calificó como “tremenda”. Explica que aquel día se refugió junto a su familia en el campo de su padre y que desde allí se “escuchaban detonaciones y se veía el humo de las explosiones”.
El periodista Fabián Menichetti describe en su libro Esquirlas de noviembre que en 13 minutos Río Tercero se encontró “desierta”: 15 mil habitantes escaparon de la ciudad en medio del desorden y en largas filas de vehículos. “No existen antecedentes de semejante emigración espontánea. Fue increíble. Nadie pedía que se fueran pero la gente se marchaba igual”.
No había luz ni gas. Las calles eran lo más parecido al infierno, y mientras las ambulancias no paraban de recoger heridos una tercera explosión conmocionó lo que quedaba en pie. Para muchos fue la más intensa. Un gigantesco hongo negro se instaló en el horizonte.
A pesar de todo, las estadísticas informan que el 3 de noviembre de 1995 sólo hubo siete muertos. Un verdadero milagro que no alcanzó a Aldo Aguirre, Elena Rivas de Quiroga, Hoder Dalmasso, Romina Torres, Laura Muñoz, José Andrés y Leonardo Mario Solleveld.
Menichetti asegura que como consecuencia del bombardeo otras personas murieron esos días y después, pero que no fueron registradas como tal. “Seguramente nunca se conocerán las verdaderas causas”, dice.
Han pasado 19 años. Quedan muchas preguntas. Tal vez, el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 2 de Córdoba, que entiende en la causa, pueda responder algunas y algún imputado vaya a la cárcel. Son muy pocos los que confían en ese final.
“Aún espero una prótesis”. Juan Barrera entró a trabajar en Río Tercero como mecánico de máquinas industriales 15 años antes de que la fábrica volara. Rememora cuando comenzó el incendio y ayudó a un par de compañeros a llegar a la enfermería para luego salir en su ciclomotor a encontrarse con su familia. “Era tal la confusión a esa altura de los acontecimientos que la mayoría de los operarios desconocía la suerte corrida por sus allegados”, dice.
Pero no pudo: “Me pegó una granada M80 de mortero en la pierna y me levantó por el aire. Perdí mucha sangre, pero siempre estuve consciente”. Barrera gritaba y rogaba que lo llevaran al hospital. “El lugar estaba saturado de heridos, todos necesitaban algo y los vidrios no paraban de estallar. Yo reclamaba que me cortaran la pierna. No podía más de dolor”. No sólo perdió la pierna el día de la explosión. Aún no tiene una prótesis adecuada para mejorar su calidad de vida: “Alicia Kirchner me prometió hace años que me recibiría para solucionar mi problema. Todavía la espero”. Mientras tanto, no se da por vencido. Agradece a los vecinos la ayuda recibida y se enoja con los funcionarios que “sólo dan la cara cada aniversario”.