La primera condición del arraigo del maoísmo en las izquierdas argentinas provino de la escena internacional, de la crisis del sovietismo, los cambios en la URSS después de la muerte de Stalin y la fractura del movimiento comunista. A diferencia de lo sucedido con la revolución bolchevique, que tuvo un impacto inmediato en la escena internacional, la revolución en el Lejano Oriente permaneció durante mucho tiempo como una experiencia específicamente china. ¿Qué sucedió para que, en los años sesenta, consolidados el Estado y las forma chinas del socialismo, a cargo de un partido considerado provinciano y sin mayor legitimidad en el comunismo global, cuajara en el maoísmo, un corpus de ideas y una línea que discutía y corregía al leninismo en el teatro del comunismo internacional?
De la complejidad de esa historia solo puedo señalar algunos rasgos, ante todo ciertos efectos paradójicos en la transformación de la cultura y el pensamiento marxista. El maoísmo nacía de la impugnación del curso “revisionista” de la URSS, reivindicaba a Stalin, añoraba la épica de la Guerra Fría, rechazaba la “coexistencia pacífica”, y se proponía como el nuevo Faro de la revolución mundial en los tiempos tormentosos de la Guerra de Vietnam, la revolución cubana y las guerras de independencia en Africa y Asia. Su principal atractivo residía en que se presentaba como una versión del marxismo a la altura de las expectativas revolucionarias en América Latina.
Al mismo tiempo, una paradoja no menor en esa recepción residía en que el proclamado “retorno” al estalinismo tenía efectos renovadores y de ruptura en la izquierda marxista que se enfrentaba a la vieja guardia comunista forjada a su vez en el estalinismo de los 50. En el doctrinario, más que de “nueva izquierda” (una expresión generalizada que parece desconocer cuánto de viejo pervivía en la concepción del poder, del partido y de la práctica revolucionaria) corresponde hablar de un “nuevo estalinismo” adaptado a los tiempos de las rebeliones del Tercer Mundo.
Pero el impacto intelectual del pensamiento de Mao en la renovación del marxismo (que en gran medida venía de Francia y de Italia) no se deja reducir a esas consignas. Una clave de esos efectos provenía de otro lado, de cierta efervescencia de las ideas que transformaba la cultura marxista en sus relaciones con la filosofía y las ciencias sociales. Ciertas lecturas del maoísmo, mediadas sobre todo por los intelectuales italianos, no estuvieron ausentes de las búsquedas teóricas y políticas del grupo disidente del Partido Comunista Argentino [PCA], liderado por José Aricó, que publicaba Pasado y Presente hacia 1963. No había una nueva ortodoxia (ni mucho menos alguna reivindicación de Stalin) que pudiera fundarse en ese proyecto que buscaba revitalizar el esclerosado marxismo de partido. En ese terreno el antisovietismo de raíz china tuvo efectos contrarios a cualquier dogmatismo y contribuyó a la definitiva declinación del núcleo de intelectuales, ligados al PCA, que habían monopolizado la interpretación del marxismo.
Paralelamente, en 1965, nacía la primera organización maoísta, Vanguardia Comunista [VC], por la iniciativa de un grupo de jóvenes universitarios del Partido Socialista de Vanguardia. Es importante destacar ese origen: no nacía en la tradición de los comunistas argentinos sino en el surco de las rupturas en el interior del Partido Socialista. Aquí el maoísmo empezaba a jugar en otro tablero, un modelo y una guía en la empresa, interminable y fallida, de la construcción del partido revolucionario. La historia interna, con sus expulsiones y disidencias, fracturas, varios cambios de nombre, acompañó una práctica militante que buscaba insertarse en el mundo obrero y que cumplió un papel destacado en el surgimiento del clasismo. Afortunadamente, no era la estrategia militar (ni la consigna ciega que rezaba “El poder nace del fusil”) la que orientó a ese partido. Tampoco al Partido Comunista Revolucionario [PCR], proveniente de la Federación Juvenil Comunista, que adhirió al maoísmo a comienzos de los 70.
Por supuesto, también Montoneros y otros peronistas leían a Mao, cuya figura era separada del comunismo, a diferencia de Stalin, y se erigía para muchos como un conductor de masas del Tercer Mundo. “Mao y Perón, un solo corazón” era la expresión de ese imaginario militante, poco creativo y algo desvariado. Pero no soy yo el más indicado para hablar de lo que produjeron esos encuentros del maoísmo con el pensamiento peronista.
Vuelvo a un impacto sobre la cultura que no puede leerse adecuadamente si solo se estudia la doctrina o los documentos oficiales de las organizaciones, al menos en el caso de VC. En las prácticas intelectuales los ecos de la “revolución cultural” fueron más importantes que los esfuerzos por construir un partido según el modelo de los burócratas chinos. De allí cierta impronta antidogmática, que admitía una relativa autonomía de los intelectuales, bastante más, al menos, que los moldes inflexibles del PCA. No quiero exagerar con la imagen primaveral de las “cien flores”, pero el período maoísta de la revista Los Libros (entre 1971 y 1974 aproximadamente, sostenida por el PCR y VC) mostraba que una “crítica política de la cultura” podía ser algo más que propaganda y repetición de consignas. Por supuesto, ese experimento terminó abortado por el sectarismo de los partidos. Pero así y todo vale la pena recordar que ninguna de las organizaciones maoístas se sumó a la escalada de violencia y terrorismo de las agrupaciones guerrilleras que abonaron el camino hacia el terrorismo de Estado.
En los años de la última dictadura, un núcleo de la dirección de VC sostuvo materialmente la creación de la revista Punto de Vista, que publicó su primer número en marzo de 1978. La historia es conocida. Quienes habían conducido la etapa maoísta de Los Libros (Carlos Altamirano, Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo) retomaron la iniciativa de recrear una “revista de cultura” en las nuevas condiciones. De aquella militancia quedaba, en todo caso, la voluntad política de un trabajo de resistencia en el terreno de las ideas y la defensa de las libertades. Y los dirigentes maoístas impulsaron el objetivo de abrir un espacio de comunicación que reparara en lo posible la trama de un campo intelectual golpeado por la represión y el exilio. Quiero recordarlos: Elías Semán, Rubén Kristkausky y Abraham Hochman. No podían saber que muy poco después serían secuestrados y asesinados por la dictadura, en un operativo represivo clandestino que casi liquidó al partido. Beatriz Perosio, presidenta de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, fue una de las víctimas de ese golpe criminal. La militancia en los derechos humanos también había sido encarada como un espacio de resistencia y varios miembros de VC fueron secuestrados, y permanecen desaparecidos, en el golpe represivo contra el primer núcleo de las Madres de Plaza de Mayo, en la Iglesia de la Santa Cruz, en Buenos Aires.
Por supuesto la historia del maoísmo argentino siguió después, así como la de los intelectuales ligados a él. Prefiero cerrar este capítulo aquí, con las iniciativas que se plasmaban el objetivo de un frente antidictatorial en la cultura y los derechos humanos.
*Historiador. Profesor titular consulto de la UBA/ Investigador principal (jubilado) del Conicet.