El diario de Ana Frank es un clásico de la literatura. Pero pocos pueden decir que han visto el original con sus propios ojos. Albert Gomes de Mesquita es un afortunado, uno de esos pocos. Cuando fue compañero de colegio de Ana, fue invitado a su fiesta de cumpleaños número 12. “Lo que más recuerdo es su fiesta, durante la guerra. Como los judíos no teníamos permitido festejar en espacios públicos. Entonces ella nos invitó a su casa. Recuerdo que cuando entro, veo todos los regalos de cumpleaños sobre la mesa, entre los que estaba su diario, todavía en blanco porque recién se lo habían regalado”, cuenta Albert, quien también, durante la Segunda Guerra Mundial, tuvo que esconderse en varios refugios para poder escapar a la persecución de los nazis en Amsterdam.
La historia de Ana se hizo mundialmente famosa, cuando se encontró el diario que escribió mientras estuvo escondida. Pero no logró sobrevivir al Holocausto ya que el último tiempo ella fue deportada a un campo de concentración, donde murió. Pero antes, en las primeras páginas de su diario escribió: “Albert Gomes de Mesquita es un chico que ha venido del colegio Montessori y que se ha saltado un curso. Es muy inteligente”.
Ese mismo Albert ahora tiene 87 años y estuvo de visita en Buenos Aires, en el marco de los setenta años de la publicación del diario, invitado por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y el centro Ana Frank Argentina, donde habló con PERFIL sobre cómo afortunadamente logró correr una suerte distinta a la de Ana.
—¿Qué recordás de Ana como compañera de escuela?
—Todos los judíos debíamos ir a escuelas de judíos. Ella era un año más grande que yo. Estábamos en la misma primaria, pero no éramos compañeros de curso. Había una diferencia de edad. Teníamos amigos diferentes y nos tratábamos bien, pero no mucho más que eso.
Entre 1936 y 1941 Albert fue alumno de una escuela en la esquina de la casa donde vivía junto a sus padres y su hermana menor. La escuela, que hoy lleva el nombre de Ana, seguía el sistema Montessori: los alumnos aprendían de acuerdo a sus habilidades y capacidades. “Normalmente se terminaba en seis años. Pero por mis capacidades, lo terminé en cinco. Por eso el último año, lo hice con ella” y probablemente eso debe haber sido lo que la impresionó para escribir esas líneas en su diario.
Albert nació en Amsterdam en 1930. Vivía allí con sus padres y su hermana cuando las tropas del Tercer Reich invadieron Holanda en mayo de 1940. Desde agosto de 1942 hasta mayo de 1945 comenzó una seguidilla de escondites que duró casi tres años: “Mis padres tenían unos buenos amigos que prepararon un escondite, al igual que Otto Frank, y nos invitaron a escondernos con ellos. Yo tenía 13 años. Eso era a un kilómetro de donde vivíamos y estuvimos dos meses. Después estuvimos con los profesores de la escuela primaria, hasta que alguien tocó la campana y nos dijo que ya no estábamos más a salvo. En un momento, con mi hermana nos tuvimos que separar de mis padres y pedíamos comida en la calle. Lo único que conseguíamos era repollo”.
En mayo de 1943, Albert y su hermana Theresia llegaron a la residencia de los Majoor, una pareja que ya venía ayudando a varios judíos en Laren, antes de encontrarse con sus padres en otro escondite. Se la pasaban escondidos en el cuarto más grande de los tres que había en la pequeña casa de los Majoor. De allí fueron y vinieron varias veces. En el verano de 1944 estuvieron muy cerca de ser descubiertos: un policía holandés allanó la casa, pero falló en encontrar a la familia Gomes de Mesquita. Sin embargo, buscaron refugio en otro lado. Así hasta el final de la guerra.
—¿Cuándo fue la primera vez que leíste el diario?
—En 1949, cuando lo leí, pensé: yo mismo podría haber escrito esta historia porque viví algo parecido, pero sus pensamientos, sus sueños y sus aspiraciones a futuro es lo que lo hace especial. Yo tengo una hija y cuando cumplió 12 años el 12 de junio hizo una fiesta con sus compañeros de escuela y todas las chicas bailaban y los chicos jugaban con juguetes. Siempre hubo una diferencia en la maduración, más allá de las épocas. Ella era una adolescente y yo era un chico de escuela.
—¿Cómo fue que te convertiste en un ícono de lucha contra la discriminación?
—Les cuento a los chicos que deben aceptar al otro como es y me sorprendo de cómo se emocionan cada vez que les cuento las experiencias que sufrimos, como que después del verano de 1941, los estudiantes judíos teníamos que ir a escuelas judías y que debíamos llevar Estrellas de David amarillas en nuestras ropas. Un día vi a un hombre de uniforme negro subiendo las escaleras al piso principal. Me di cuenta de que nuestro maestro lo había visto también. El hombre de uniforme revisó que todos los alumnos estuvieran usando la estrella, porque de no ser así, estarían en problemas.
Una réplica de la casa
En Coghlan funciona en una casona antigua de color beige el Centro Ana Frank, que tiene como objetivo salvaguardar la memoria de la joven. En el piso superior de la vivienda, los visitantes pueden traspasar una biblioteca falsa a través de la cual se accede a una réplica de lo que fue el refugio donde vivió Ana Frank y su familia, escapándose de las persecución nazi. Estar allí, mientras te cuentan la historia de la joven escritora, da escalofríos ya que realmente uno siente que se traslada al altillo donde la autora escribió su diario. Se puede ver el escritorio, algunos dibujos que ella colgaba en la pared y hasta algunos juegos de mesa con los que intentaban hacer más ameno el tiempo. Ella, además del diario, escribía cuentos y relatos cortos.
Después de dos años de estar ocultos, la familia fue descubierta y deportada a campos de concentración. De los ocho escondidos, incluidos los ayudantes, sólo el padre de Ana, Otto Frank, pudo sobrevivir. En 1960 la verdadera casa se convierte en museo. El Centro, que fue inagurado en 2009, ofrece visitas guiadas a escuelas, que son llevadas adelante por jóvenes guías voluntarios que tienen de 15 a 25 años.