Madrid
Emilio Silva Barrera había escuchado mucho sobre la historia familiar de su abuelo fusilado por el franquismo. Un día, comenzó a investigar con la idea de escribir un libro sobre el tema, hasta que se encontró con el enterrador de su abuelo, quien lo guió hasta la fosa donde estaba sepultado.
Silva Barrera guardó el proyecto del libro y se empeñó de lleno en abrir esa fosa. Lo logró el 28 de octubre de 2000, con la ayuda del arqueólogo Julio Vidal y de Francisco Cubero, un joven que en la fatídica madrugada del 17 octubre del ‘36, ahora devenido un anciano de 88 años, había sido obligado por los falangistas a enterrar a su abuelo junto a otros doce fusilados más.
Así fue como Emilio Silva Faba, se convirtió en el primer desaparecido del franquismo identificado a través de una prueba de ADN. “Mi abuelo vivió en Ezpeleta, en la provincia de Buenos Aires entre 1915 y 1920; vivía en la casa de Manuel, su hermano; allí trabaja en una sodería”, recuerda. “De hecho, el ADN para identificarlo vino desde Buenos Aires, y lo proporcionó, su sobrina, Rosa Silva”, le cuenta a PERFIL Emilio Silva Barrera, quien hace unos días fue galardonado en Nueva York por la asociación de Archivos de la Brigada Abraham Lincoln (ALBA), por su aporte a los Derechos Humanos.
Luego de vivir en Argentina, Emilio Silva Faba, pasó cinco años en Nueva York, allí trabajó en una fábrica de metales, y con el dinero que juntó, se compró un anillo de oro al que le hizo grabar sus iniciales: ES. Con el resto, en julio de 1925, puso rumbo hacia Villafranca del Bierzo, su pueblo natal, en León al norte de España.
La tarde del 16 de octubre de 1936, lo citaron en el Ayuntamiento de Villafranca de Bierzo. Tenía 44 años y militaba en la Izquierda Republicana. Lo detuvieron, y entrada la madrugada, se lo llevaron. Lo asesinaron junto a otras 12 personas y lo enterraron en una cuneta aledaña a Priaranza del Bierzo.
“A la mañana siguiente, mi abuela Modesta, envió a mi tío Ramón de apenas diez años, a llevarle el desayuno, pero un falangista le entregó al niño el anillo de oro con sus iniciales y su billetera, y le soltó: ‘tu padre escapó por una ventana’; pero mi abuela entendió el mensaje”, agrega Silva Barrera.
El joven que fue obligado a enterrar a los fusilados aquella madrugada, logró escapar, y sesenta y cuatro años más tarde, le reveló a Emilio Silva Barrera, el sitio en el que se encontraba la fosa.
Tras la exhumación de su abuelo, Silva Barrera, comenzó a recibir llamados desde toda España: ahora, eran cientos los hijos y nietos que querían desenterrar a sus muertos. Y aquel hallazgo, empujó y multiplicó las exhumaciones.
Luego de esto, Silva Barrera, fundó la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), que promovió la exhumación de más de seis mil fusilados por el franquismo y la apertura de 400 fosas en toda España. “Tenemos 114 mil desaparecidos y unas tres mil fosas”, dice.
El premio. Dotado con cien mil dólares “servirá para seguir abriendo fosas durante dos años más y financiar el laboratorio forense donde se identifican los restos”, explica Silva Barrera a PERFIL.
“El trabajo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, ha sido extraordinario, y los Kirchner han convertido en política de Estado, la reparación de sus desaparecidos, pero aquí, el gobierno de Mariano Rajoy, derogó de facto la Ley de Memoria Histórica a pesar de la petición de la ONU, que reclama que la localización de los desaparecidos del franquismo sea asumida como una política de Estado y que facilite los fondos para seguir abriendo fosas”, explica Silva Barrera.
Además, “éste es el momento más difícil porque las personas que aún recuerdan dónde están las fosas comunes del franquismo, tienen más de 80 años y se van muriendo”, agrega Silva.
“¿Pero qué se puede esperar en un país donde con el dinero publico seguimos pagando al día de hoy la tumba de Franco? ¿Tú qué creen que dirían los argentinos si les obligasen a pagar la tumba de Videla?”, desliza Silva Barrera.
Lo cierto, es que la Guerra Civil española encumbró a España a la cima de un siniestro ranking: ocupa el segundo puesto –después de Camboya–, con más desapariciones forzadas en el mundo.