Por Diego Valenzuela - Intendente de Tres de Febrero
Recientemente estuve en Texas, un estado que crece de forma acelerada, que atrae inversiones de otras latitudes (especialmente de California) y que multiplica oportunidades. Fui con espíritu de aprendizaje, como intendente que gestiona todos los días y que cree en el poder de las ideas y de la acción para transformar la realidad. Lo que vi y viví me dejó una convicción firme: es posible gestionar mejor, con más libertad y menos burocracia.
Si fuera un país, Texas sería la octava economía del mundo. En su ADN está la convicción de que el empleo, la inversión y el desarrollo son la prioridad de los gobiernos y que especialmente se generan desde lo local. Más allá de la inclinación ideológica, todos los gobernantes se manejan en base a resultados, pelean por captar inversiones y por crear un clima "business friendly". Para ellos, sus vecinos son “inversores” en tanto son los contribuyentes que otorgan los beneficios fiscales para que una inversión llegue a su ciudad o condado. “Soy el mejor lugar para que venga tu inversión”, argumentan frente a las empresas que buscan radicarse. Las compañías evalúan alternativas, comparan y deciden pensando en: regulaciones e impuestos, infraestructura disponible, talento y mano de obra capacitada (escuelas, universidades), acceso a la vivienda.
Las ciudades son protagonistas centrales, de Austin a Houston, o las más pequeñas, como Taylor o Round Rock: todas tienen políticas activas para atraer empresas, acompañar pymes y facilitar trámites. Usan herramientas fiscales, tecnológicas y normativas para generar confianza y atraer capitales. Y lo hacen compitiendo entre sí, con reglas claras y previsibilidad. No esperan todo del estado central: actúan, compiten, generan resultados para sus residentes.
Me llevé tres lecciones clave:
Primero, la libertad económica como motor de crecimiento. Texas no tiene impuesto estatal a las ganancias, y sus ciudades tienen una presión fiscal mucho más baja que en nuestras provincias. ¿El resultado? Empresas que llegan, empleo que crece, desarrollo que se descentraliza. En nuestro país, muchas veces asfixiamos a los que producen con impuestos, regulaciones y obstáculos. Necesitamos dar un giro: menos trabas, más incentivos. Que invertir no sea un castigo, sino una oportunidad.
Segundo, la desregulación y simplificación como política pública. En Texas, conseguir un terreno o abrir un negocio es sencillo. En muchas ciudades, podés hacer casi todos los trámites de forma digital, simple y rápida. Nosotros seguimos atrapados en una maraña de expedientes, firmas y pasos innecesarios que sólo generan frustración. Desde Tres de Febrero venimos avanzando con modernización y simplificación, pero queda mucho por hacer. Si queremos crecer, necesitamos liberar la energía del sector privado.
Tercero, el rol clave de los municipios. En el llamado “Texas Miracle”, las ciudades compiten para atraer talento y empresas. Hay incentivos locales, zonas industriales o logísticas bien diseñadas, planificación territorial y urbana orientada al crecimiento. Los gobiernos locales trabajan intensamente en busca de talento, con escuelas y universidades, y permanentemente cerca de las empresas que generan valor.
No se trata de copiar modelos, sino de inspirarnos. En Tres de Febrero ya estamos aplicando muchas de estas ideas: bajamos tasas, simplificamos trámites, creamos condiciones para que lleguen inversiones. Ahora hay que profundizar: la Provincia de Buenos Aires necesita una reforma profunda, menos burocracia, más eficiencia; menos carga fiscal, más empleo; menos populismo paternalista, más autonomía municipal y una decidida acción pro inversión.
Volví de Texas con entusiasmo, porque comprobé que otra forma de gobernar es posible. Que los buenos gobiernos no ahogan, sino que incentivan y acompañan. Que cuando el Estado se corre y facilita, la sociedad avanza. Tenemos todo para lograrlo también acá: talento, ganas y capacidad de trabajo. Solo necesitamos tomar decisiones valientes. Porque donde hay trabajo hay libertad y hay futuro.