Hay que bucear bastante en el rock argentino de los últimos años para encontrar discos que hayan logrado que la calidad artística conviva con el éxito masivo. Uno de los dueños más notorios de la fórmula, si es que existe, es Andrés Calamaro. No debe ser casual, entonces, que Vicentico confiese hoy que su intención es profundizar la relación con el autor de Alta suciedad y El cantante, dos de los últimos casos de reunión de buenas canciones con buenas ventas. No sabemos si Los pájaros será un éxito, pero sí que se trata de un disco que actúa con la velocidad de una sal digestiva: se tira el polvito al agua y la efervescencia es inmediata. No hace falta escuchar muchas veces las diez nuevas canciones de lo nuevo del ex cantante de Los Fabulosos Cadillacs para empezar a tararearlas. De arranque, El árbol de la plaza , primer corte, invita a menear las caderas con el cálido pulso de la bomba, género muy popular en Puerto Rico. Y pegadita aparece El baile , que sigue invitando al movimiento, esta vez con aires de cumbia.
Pero Los pájaros también tiene sus momentos más reposados, como los que propician la épica Si me dejan, una de las canciones más bonitas y emotivas que ha compuesto Vicentico, y Desapareció, donde despunta su vertiente Bee Gees. Contento con su actualidad –está por nacer el segundo hijo del matrimonio que lo une con la actriz Valeria Bertucelli, tiene un estudio de grabación propio nada rimbombante pero del que se siente plenamente orgulloso–, Vicentico nos invita al baile: “Creo que este disco es más bailable aún que los dos anteriores – Vicentico (2002) y Los rayos (2004)–. Fue la idea al hacerlo. Quiero que la gente salga transpirada de los conciertos. El concepto que está detrás de Los pájaros es vivir el presente a tope”.
— Hasta ahora siempre te fue bien con la venta de tus discos, tanto con Los Cadillacs como en tu carrera solista. ¿Qué te pasaría si eso cambiara?
—Es obvio que me importa que me vaya bien. Y ahora me va muy bien, siento que soy “el éxito mundial” (risas). Pero eso es porque mis expectativas no son tan altas. Con tener un par de lugares para tocar por mes y un estudio, para grabar como el que armé, es suficiente. A mí me costó encontrar una seguridad, algo de donde agarrarme, porque siempre fui muy desbolado. No fui nunca un buen estudiante, y creo que en mi familia pensaban: “¿Qué va a pasar con Gabi cuando sea grande?”. Pero encontré este trabajo de compositor de canciones y me cerró todo. La verdad, no puedo creer hasta dónde llegué. A veces siento que manejo mi carrera como si fuera Ricky Martin: planeo un disco, compongo, lo edito... Pero sé que me puede agarrar una mala racha. Si pasara, lo que tengo hoy me serviría para enfrentar eso. Podría ponerme a producir, por ejemplo. Por el momento, me divierto creyendo que me va muy bien.
—¿Hay alguna música en particular que te haya influido durante la grabación del disco?
—Escucho música todo el tiempo. A veces me influye y me doy cuenta, otras no. También puedo llegar a escuchar algo deliberadamente para que me influya, no sé... La música que escucho tiene que ver con estados de ánimo. Si llueve, me voy al estudio en el auto escuchando tango o a Chet Baker.
—Hablás mucho del barrio en las nuevas canciones.
—Es natural, porque tengo muchas historias de zaguán y hoy sigo curtiendo zaguán. Mi casa es en un barrio, es mi modo de vida. Yo busco todo el tiempo estar en esos lugares porque ahí soy feliz. No estoy cómodo en el Centro, con las dicroicas.
—¿Los premios, como los Grammy o los MTV Awards, por ejemplo, te importan?
—Me parece entretenido cuando sucede, pero tampoco les doy tanta importancia porque no me los tomo en serio, me resulta imposible. Un premio de ese tipo tiene que ver con otras cosas, no con tu talento. Sirve para que yo y las personas que están cerca mío tengan más trabajo, digamos.
—¿Y lo que dice la prensa?
—Me calienta que digan barbaridades. Ya pasaba con Los Cadillacs... Yo salí del colegio hace mucho y me peleaba con los maestros porque me calificaban. ¿Por qué tengo que aguantar hoy que me sigan calificando? Si estamos todos en un camino de buena onda, haciendo películas, discos, cosas copadas, de corazón... No estamos haciendo basura para cagarle la vida a alguien. De mi primer disco, por ejemplo, dijeron que era light y una serie de boludeces más. Me preguntaron cómo me sentía trabajando con el mismo productor de Mambrú... La prensa debería hacerse cargo de lo que dice, ¿no? Si tu trabajo es informar, hacete cargo de lo que informás. Hay poca reflexión sobre lo que provoca lo que se dice en un medio masivo. Es al pedo que haya tres noticieros por día. Hay un choque en Constitución y se mató un pibe. ¿Y? ¿Para qué sirve informar eso? Yo trato de hacer cosas para hacer feliz a los que tengo cerca, no para joder. Mucha gente vive de joder a los demás. Es muy careta eso.
Un ex noctámbulo
Además de Andrés Calamaro, que canta en Felicidad, tema que ya ha empezado a sonar en las radios porteñas, la lista de invitados de Los pájaros incluye, entre otros, a Daniel Melingo (Ayer, el único tema que no compuso Vicentico, es del ex integrante de Los Twist), al prestigioso guitarrista Lucho González, al ex Fabulosos Cadillacs Señor Flavio y a Florián Fernández Capello, hijo del cantante y Valeria Bertucelli, que toca teclados en Las manos, el tema que cierra el álbum.
El propio Vicentico se hizo cargo de la producción, aunque en el futuro sueña con trabajar con Brian Eno o Daniel Lanois: “Suena ambicioso, pero a mí no me parece tan lejano”, dice. “T engo un montón de canciones guardadas para tocar sólo con piano o guitarra –agrega, en referencia a su futuro musical–, pero lo dejo para más adelante. También tengo ganas de sacar un disco entero de baladas: ya hice unas cuantas con Los Cadillacs y como solista".
Desde hace unos años, Vicentico asegura que aprovecha el tiempo al máximo: “Es que los hijos te ordenan los horarios. Ya no me quedo mirando la tele seis horas por día. Cuando era más chico, salía de noche, miraba la tele cuando me levantaba y componía una canción cada tres meses”. De la misma manera, prefiere evitar los shows en horarios que alteren su rutina familiar: “No necesito que haya agua Perrier en el camarín, sólo exijo no tocar tarde. Como mucho, puedo tocar a la medianoche. No llego vivo a las tres de la mañana”, revela.