ESPECTACULOS
MARCOS MONTES Y ALFREDO ARIAS

El crepúsculo de una leyenda como terreno de creación

El actor y músico se reúne con el autor, director y régisseur para celebrar la figura del clásico intérprete de Drácula, una figura que quedó hundida en el romanticismo pop moderno pero que vivió un vida de decadencia. Celebran su reunión y la mirada única que la obra permite en nuestra Argentina.

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Unidos. Los artistas vuelven a poner en circulación su fantástica capacidad de sorprender desde ideas nuevas. | SERGIO PIEMONTE

El gran autor y director Alfredo Arias, el mismo que ha sido parte del mítico Instituto Di Tella y que hizo montajes en prestigiosos coliseos como la Comédie-Française de París o el Teatro Colón de Buenos Aires, ahora presenta el unipersonal en el que dirige a Marcos Montes, en una pequeña sala porteña (El Extranjero: Valentín Gómez 3378), durante solamente seis lunes (desde el 5 de febrero) a las 20. Se trata de Bela vamp, texto de Arias, donde Montes interpreta al actor Bela Lugosi (1882-1956), en sus últimos años de vida, mientras experimenta el ocaso, luego de su éxito como el más famoso Drácula del cine, cuando había sido dirigido por Tod Browning. En la versión que ofrece esta obra, Lugosi interactúa con otro personaje, una cuestionable psicoanalista llamada Dorothy Couch. En el equipo del espectáculo, se encuentran también Julio Suárez (vestuario), Matías Sendón (luces) y Juan Gatti (diseño de afiche).

—¿Cómo se posiciona, Alfredo, frente a una obra de pequeño formato como esta?

Arias: Yo veo cada oportunidad como una manera de acercarme a mi oficio, mi métier, y ejercerlo de una manera diferente. La ópera es un trabajo de conjunto y de gran espectacularidad. Salirse de ese espacio y centrarme en uno pequeño, con limitaciones que deben resolverse con el imaginario, me da una oportunidad de trabajar con gran intimidad conmigo y con el actor y cuidar cada detalle. En este tipo de salas, no hay exigencia de llenar 150 lugares. Es un lugar íntimo en un día, los lunes, que contribuye a generar curiosidad. A diferencia de una gran producción, aquí trabajamos con una consola de luces manual; el iluminador cada noche sigue al actor. Son lujos propios de la intimidad del trabajo. Además, este espectáculo tuvo la ventaja de ser elaborado a través del tiempo. Desde el año pasado, fuimos encontrando los acentos de los personajes: en la primera parte está Bela Lugosi y en la segunda, su psicoanalista. Para distinguirlos, elaboramos, con muchísima calma, la forma de hablar de cada uno de ellos, las tonalidades justas.

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—¿Cómo es este Bela Lugosi, este personaje; cuánto tiene de histórico?

Montes: Tiene algo del Bela Lugosi histórico, biográfico; también hay elementos de ficción absoluta. En esta obra, está decepcionado de su carrera, porque no ha podido adaptarse a Hollywood y a ser extranjero y decide poner fin a su vida. Construí el personaje a través de cuestiones muy humanas, como la extranjería, estar fuera de su propio lugar, el destierro, la dificultad de estar en un lugar donde las cosas no salieron como uno quería. Todavía hoy se suele condenar a las personas por el lugar de donde vienen o por los pasos que han dado. Tenemos que estar atentos a estas maneras de marginalización y etiquetamiento que se les hacen a los actores y que, más en general, hacen quienes tienen la sartén por el mango, para controlarnos.

A: La carrera de los artistas está muy ligada a su propia historia. La de Bela Lugosi está marcada por ser un perpetuo extranjero en Hollywood porque él venía de Hungría. Siempre fue un personaje de las sombras, un monstruo, un vampiro. Parece que durante muchos momentos de su vida aprendía los textos fonéticamente; muy tardíamente llegó a aprender el idioma. Darle a un extranjero el personaje de un vampiro es una forma de desentenderse. En el espectáculo, él reflexiona: “Nunca dialogué con un vecino, nunca tuve una esposa, un hijo o un perro en una comedia. Tampoco dialogué con un cowboy o con un indio”. Su decadencia empieza cuando los estudios no se interesan más en los films de horror y empiezan a utilizarlo como personaje cómico. Sustituyen a ese gigante de los Cárpatos y lo ponen a trabajar con personajes aislados, el Hombre Lobo o la Momia, ya con un objetivo de marginalización y ridículo. Debe haber sido un elemento muy fragilizante para su vida y lo lleva a adentrarse en las adicciones (alcohol, heroína).

—¿De qué manera están presentes éxito y fracaso?

A: La fatalidad lleva a Lugosi a una especie de ocaso. Yo soy más sensible a los ocasos que a los éxitos. Cuando las personas caen en un abismo, viven una gran experiencia humana, una gran fragilidad tratando de sobrevivir.

M: En varias obras, Alfredo retorna a periodos de decadencia de personajes que han sido populares o con poder, como ha hecho en Tatuaje [sobre Miguel de Molina y Eva Perón], en Deshonrada [sobre Fanny Navarro] o en Happyland, donde está Isabelita como prisionera. Ya desde Familia de artistas, son temas muy caros para él. Es uno de nuestros creadores de exportación. Aunque es más ciudadano francés que ciudadano argentino, no ha dejado nunca atrás sus primeras impresiones de su vida argentina. En todas sus creaciones, hay algo de la idiosincrasia argentina. También hay una impronta argentina en Bela Vamp aunque se trate de un artista de Hollywood.

—Teniendo en cuenta las experiencias artísticas en la Argentina y en Francia, teniendo en cuenta reconocimientos que Alfredo ha tenido de presidentes como Mitterrand y Hollande, ¿qué reflexión tienen sobre el fomento de la cultura por parte del Estado y las voces locales que proponen una menor o nula participación?

A: Hay una confusión sobre ciertos organismos que han ayudado al cine o al teatro; quizás se podría ver cómo llevarlos de una mejor manera. Reorganizar no es cerrar, no es cortar. La cultura es el laboratorio indispensable para que los artistas puedan elaborar con el público lo que va a venir. Cortar eso o transformarlo en un negocio es perder una oportunidad de estar mejor en un futuro.

M: La gente que pone en duda el valor de la producción cultural argentina es gente que o se ha enojado por lo que cobró tal o cual artista en tal o cual ocasión, o gente que no consume cultura argentina. Es como si yo dijera que el litio no es muy importante porque desconozco todo lo que lo uso. La gente que habla muy livianamente de la producción cultural argentina no conoce ni está interesada en conocer; no sabe, no pregunta y tira directamente una acusación. Detrás de esas decisiones, hay una gran ignorancia. Lo mismo sucede con la ciencia y el Conicet. Hacen ver que artistas e investigadores somos ñoquis de Estado. No es así: el Estado nos da una pequeñísima ayuda para hacer parte de nuestro trabajo. No nos dan para vivir ni irnos de vacaciones ni pagar el alquiler; es como si a un obrero le dieras una pala. No todo el mundo tiene que saber sobre el INT, pero no entiendo por qué es tomada en cuenta la opinión de alguien, sobre un tema que no domina. Partiendo del Presidente: que haya ido al Colón porque le gusta alguna ópera, eso no lo hace una persona que esté enterada de cómo se maneja la cultura en el país.

—Alfredo, usted ha manifestado que una de las razones por las que se fue a Francia en los 60 fue por miedo a las circunstancias del país. ¿Cómo percibe el presente nacional? ¿Lo percibe con miedo?

A: Sí, pero son dos miedos diferentes. Uno era un miedo militar y este es un miedo político, miedo de que los políticos no tengan la claridad y la lucidez para conducir una parte importantísima, que es el pensamiento de un pueblo, la cultura. Hoy en día hay una inquietud que no es del mismo tipo de la de los años 60 porque esa era ferozmente policial, pero sí la desaparición de las instituciones da miedo. En los 60, fue la desaparición de Instituto Di Tella, quizás una de las instituciones más luminosas de la historia del arte. Ahora estamos hablando de la desaparición del INT o el Incaa.