Implosión.” Cuando Steven Spielberg usó, en una conferencia junto a George Lucas dada en la USC School of Cinematic Arts, el término, no estaba hablando de efectos especiales de sus futuros proyectos (signo de los tiempos: el más concreto entre rumores sería una quinta Indiana Jones y su producción del próximo Tintin animado, además de un proyecto de serie para la consola Xbox sobre el megapopular fichín Halo). No. Todo lo contrario: estaba hablando de la industria de Hollywood, esa que él y Lucas ayudaron a edificar con la invención del blockbuster La Guerra de las Galaxias como nacimiento de la franquicia pop que domina dentro y fuera de la pantalla y filmes como Indiana Jones o ET, el extraterrestre forjando carteleras e imaginarios cinéfilos alrededor del mundo.
Podría sonar a dos billonarios enojados porque han quedado fuera de la rueda de la fortuna que inventaron, pero cuando Spielberg prende la luz amarilla y, sobre todo, considerando que ésta volvió a ser la temporada de los “flops” (flop: fracaso de taquilla que no se esperaba –es decir, no se esperaba de parte de la compañía productora y distribuidora– que fuera tal, o que se dieron cuenta demasiado tarde. Ejemplos: el fracaso que fue El Llanero Solitario en su mercado primario, el norteamericano –aquí llegó a un digno millón de espectadores–), la luz, más que amarilla, pasa a roja.
El llanero solitario costó como producción aproximadamente US$ 215 millones y, según Johnny Depp y el director de Piratas del Caribe, Gore Verbinski, “por culpa de las malas críticas” (vemos que el truco de culpar a la prensa por los fracasos propios no es exclusividad de estas pampas), puede llegar a costarle a Disney una pérdida de entre 160 y 190 millones de dólares. El éxito de Iron Man 3, también de Disney, entonces, a pesar de venir motorizado por la billonada que generó Los vengadores, prácticamente cubre los costos del intento de revivir la franquicia del Llanero y Toro. Y considerando el éxito fenomenal de Monsters University (3,5 millones de personas aproximadamente en Argentina, y el récord de recaudación de un film animado en su fin de semana de estreno en Estados Unidos) y que se vienen más filmes de Marvel (incluyendo una Los vengadores 2, hay filmes de Marvel hasta 2021), varios Pixar más (incluyendo una segunda Buscando a Nemo) y la tercera vida de la saga de Star Wars, obvio Disney no tendría de qué preocuparse. ¿O sí?
La charla entre Spielberg y Lucas (y la periodista de CNBC Julia Boorstin y el presidente de la división de entretenimiento interactivo de Microsoft, Don Mattrick) se dio en el marco de la presentación del edificio de Entretenimiento Interactivo y las palabras textuales de Spielberg fueron mientras hablaba de la actual obsesión con los blockbusters (es decir, películas enormes hechas en Hollywood, de presupuestos gigantes y que poseen una operación de marketing casi de igual costo detrás de ellos, lo que usualmente llamamos “tanques”): “Hay un gran peligro acechando, y eventualmente habrá una implosión, o un gran colapso; en esa implosión o gran colapso, tres o cuatro, o hasta media docena de películas de megapresupuesto, van a caer en picada al mismo tiempo y eso va a cambiar el paradigma dominante”. Y agregó: “Eventualmente, va a haber un colapso. Vamos a quedarnos con menos cines que los de antes… Ir al cine va a costar US$ 50, o US$ 100 o US$ 150, lo mismo que cuesta un show en Broadway o ir a ver un partido de fútbol americano”. Vale aclarar que el costo de una entrada, actualmente, en un cine norteamericano, es de, con sus variantes hacia arriba o abajo, un promedio de US$ 14,95.
Lo que Spielberg sostuvo adquiere cierta relevancia cuando se tiene en cuenta que el verano norteamericano se va evaporando y ya varios filmes de grandes estudios fracasaron entre rotunda y discretamente (El ataque, la todavía no estrenada segunda incursión de Roland Emmerich en la CasaBlanca; Después de la Tierra, con el ahora paseante por Argentina Will Smith; la animación de Dreamworks Turbo, o la todavía no estrenada R.I.P.D. Policía del más allá, siendo los mascarones de proa en cuanto a fiascos se refiere la mencionada El Llanero Solitario y el tanque de robots vs. monstruos de la Warner Titanes del Pacífico, que salvo algo de dignidad con su estreno en, obvio, Japón).
Lo que agregaban Spielberg y Lucas a la charla y al estado del Hollywood actual era la idea, al instalar la similitud con Broadway, de que cada vez más las peliculotas serán eventos excepcionales “donde se pagarán US$ 25 por la próxima Iron Man y probablemente se paguen US$ 7 para ver una película como Lincoln”. Es más, Spielberg dejó en claro que en este modelo de blockbuster, hasta nombres como Lucas o Spielberg quedan afuera: “Lincoln casi ni se filma”.
Lucas agregó: “Eventualmente, los filmes como Lincoln desaparecerán de las salas y van a estar en televisión”. Y Spielberg retruco: “La mía casi va a televisión, pregúntele si no a HBO” (Lincoln, que tuvo varias nominaciones al Oscar este año). A lo que Lucas agregó: “Estamos hablando de Lincoln y Red Tails (N. de R.: film producido por Lucas no estrenado en nuestro país y donde el billonario y ex dueño de Star Wars invirtió US$ 100 millones), o sea de Spielberg y Lucas no pudiendo estrenar sus películas en un cine”.
Spielberg, que tuvo que ser dueño de la compañía productora para poder hacer y estrenar Lincoln, habla maravillas de Netflix mientras que Lucas sostuvo que “La puerta de entrada a los cines y al estreno es cada vez más y más pequeña”.
Lo que Lucas y Spielberg proclaman, a mitad de camino entre el Doc Brown y dos tipos con un kilometraje más que obvio en la industria de Hollywood, es no sólo los peligros que conlleva el marketing y sus costos actuales sino como la televisión, en sus nuevas formas (o sea, anulando el concepto de programación), ha generado y generará. Considerando los anuncios de superproducciones a rolete hechos en el Comic-Con pasado (filmes como Los vengadores 2 o Superman vs. Batman), cabe la pregunta de cuánto tiempo más se puede sostener el modelo paquidérmico actual del cine para masas demasiado inflado en sus costos.
El 3D, una promesa
El 3D es el otro problema del Hollywood actual. Cuando en Argentina Metegol grita de pechito su condición estereoscópica, lo cierto es que en Estados Unidos (donde, como en Argentina, los filmes en 3D cuestan 20 por ciento más) la nueva gran víctima ha sido el 3D. Lejos de 2009, cuando Avatar, primero, y Alicia en el país de la maravillas después (el éxito de esos filmes llevó a que en Estados Unidos –a diferencia de Argentina, donde se depende de subsidios– Disney, Fox, Paramount y Universal invirtieran US$ 700 millones para equipar salas con nuevos proyectores), la realidad es muy distinta. Los caballeros la prefieren plana: el hit del verano infantil Monsters University tan sólo tuvo el 31 por ciento de sus ingresos generados gracias al 3D en su fin de semana de estreno en Estados Unidos.