Desde shows junto a la leyenda de la historieta que es Horacio Altuna a este reciclaje urgente que es Streaming & Delivery –su reactivo modo de lidiar con la pandemia que lo llevó a suspender una gran gira internacional planeada para estos meses–, Hernán Casciari ha sabido moverse en formatos y medios como poco autores, humoristas, escritores o como prefieran definirlo. Streaming & Delivery implica un evento y tiene un costo a pagar online y se puede ver en streaming –junto a una cena que brinda la compañía de turno– en 500 ciudades casi todos los sábados. El creador de Orsai, protagonista de Casciari a la carta, autor de Una obra en construcción y Más respeto que soy tu madre, lector de sus Cuentos Inolvidables por la pantalla de Telefe y escritor de libros como Messi es un perro, y otros cuentos, entre varias otras formas de su performances, define sus nuevos shows, de los más adelantados a la hora de generar un espectáculo que entienda la pandemia y sus limitaciones y posibilidades. Casciari explica: “Es lo que surge después del anuncio de la etapa de confinamiento. Nosotros con mi productor tomamos la decisión de suspender todas las presentaciones de marzo, abril y mayo unos días antes de que fuera obligatorio, antes de que se suspendieran estas cosas. Inmediatamente que se empezaron a suspender, empezamos a barajar otras posibilidades y se nos vino la lógica: el streaming”.
El problema, claro, era lograr monetizar el streaming: “El streaming es incobrable, los intangibles son incobrables en la cultura latina. Quisimos sumarle a ese intangible un tangible, sea un libro mandado a tu casa o una cena. Mandé un tuit público a los feos servicios de delivery de comida que decía que tenía una propuesta para hacer y el primero que llegaba, la ganaba. Y empezamos a negociar con esta gente”.
—Hay una idea grande circulando en estos momentos que tiene que ver con ser creativos, con aprender, con escribir. ¿Cómo vivís esa idea considerando que quizás alguien no puede con ese paradigma que circula ahora?
—A esos efectos puntuales, a los de tu pregunta, es muchísimo más fácil ahora. Es complicado crear cuando el vértigo cotidiano te obliga a estar en doce lugares al mismo tiempo. Ahora que tenés que estar en tu casa, no hay nada mejor. Si hablamos de cuestiones creativas solamente, todo el mundo necesita hoy a gente que sea creativa: para no aburrirse, para no estresarse, para divertirse un poco más y para no pegarse la cabeza contra la pared. Tenés a todo el público a tu disposición y, con suerte, todo el tiempo de creación posible.
—¿Descubriste algo de los relatos a partir de tener éxito contando de diferentes formas durante todos estos años y de diferentes maneras?
—Sí, por supuesto. Son como diferentes capas del Photoshop. Yo pensaba que escribir era todo, o por lo menos todo lo que yo podía hacer. Si vos me preguntabas hace diez años cuál era mi oficio, yo iba a decir escritor. Hoy entiendo que ese oficio de escribir es lo que un ilustrador te diría que es el borrador en lápiz. Después viene tinta, después viene color, hasta que termina siendo una historieta. Escribir es solo el lápiz. Yo descubrí esas otras cosas de pedo, de casualidad. Mario Pergolini medio me convenció de leer en voz alta lo que yo escribía hace muchos años, después sentí seguridad para hacerlo en un escenario, después sentí la seguridad de cobrar. Que alguien pague para ir a verte, en mi caso ocurrió desde más o menos 2014, es fundamental. Saber que estás con gente que salió de la casa para verte es muy distinto. Empezás a interpretar antes que leer. Escribir es haber anotado algo para decir en voz alta.
—¿Podrías hablar de un universo tuyo de relatos que uno puede ver en tu teatro, tus relatos en TV, tus shows de streaming y toda tu obra?
—A mí me parece que esa respuesta es casi sobre mi estilo. Sí, tengo un estilo. Lo tengo clarísimo. Cuando dejé de ser escritor empecé a tener una voz propia. Comencé a escribir de muy chiquito, desde siempre. Digo,
de forma profesional, es decir, que después de escribir me paguen, yo empecé a los 13. Los
primeros veinte años yo no tenía una voz propia. La tuve cuando me fui a vivir a España y me di cuenta de que no iba a ser escritor. Tengo seis novelas inéditas, horribles, malísimas, quería ser inteligente y quería decir cosas rimbombantes. Tuve que ponerme a trabajar de otra cosa y en los ratos libres surgió una cosa que se llamaba blog, y en ese paveo apareció mi voz: era un humorista, no era un escritor. Ahí encontré rápidamente una laguna donde empecé a pescar cosas que después fueron mi estilo: ser autorreferencial, usar palabras muy sencillas, tener un afán de oralidad y que parezca, cuando escribo o hablo, casi un amigo que te cuenta algo en una sobremesa.
—¿Te definirías entonces como un humorista?
—Creo que todo lo demás es la funda de la almohada. Mis plumas son el humor.
—Hace poco dijiste que “el formato es la excusa del pelotudo”. ¿Cómo ves eso frente a esta situación donde varios formatos adquieren un protagonismo inédito?
—Porque no le tengo respecto. No teorizo sobre eso. O sea, los formatos son olas. Lo importante es el agua. Si te pasás la vida hablando de las olas, y no del agua, bueno, o sos surfer o sos boludo. No es importante. A eso es a lo que voy. Cuando veo congresos, conferencias y gente inteligente hablando horas y horas de formatos, lo único que veo realmente es gente a la que no se le ocurre una idea. Si vos supieras clarito lo que querés hacer, te chupa un
huevo el formato. Es lo mismo que está pasando ahora. Están empezando a teorizar sobre qué va a pasar con la cultura, de qué manera hay que monetizar, claro, hablan de eso, y no se les ocurre streaming con delivery.
Tenés que sentarte a pensar en ideas, no en teorías, y ponerlas en práctica inmediatamente. Cuando decía lo del formato, decía eso. Es la excusa para hablar cuando no sabés qué hacer.
—Siempre te moviste de género en género, del teatro al espectáculo, de la TV al online, ¿por qué?
—Porque no me importan. Mi emergencia es el cuento. Me despierto con una idea, una historia, y me agarra desesperación por comunicarla. Estamos en 1994, entonces vamos al papel. En 2012, pongamos el cuento en todos lados. ¿Dónde está la gente consumiendo? Esa es la pregunta que me hago. No soy un pajero que escribo para mí solo. Si te sentás es porque querés que la mayoría de la gente te escuche.
La comedia heredada como brújula
—¿Cuáles fueron las primeras cosas que te hacían reír?
—Me reconozco cada vez, en tanto soy más viejo, que todo mi humor es el
de mi papá. Seguro, he aprendido a ser más efectivo, y más prolífico y complejo, pero mis chistes son los que hubiera hecho mi viejo si se hubiera dedicado a escribir. Mi viejo era un tipo muy tímido que era incapaz de mostrar su personalidad cuando había más de seis personas, pero su gracia eran pepitas de oro que había que descubrir. A mis 10 años para mí era una fiesta cuando lo veía con sus amigos de toda la vida.
Ahí aparecía el despliegue verdadero de su personalidad. Yo creo que tomé nota de eso. Los hacía descostillarse de la risa con un sistema entre irónico, cínico y melancólico al mismo tiempo. Yo obviamente bebí de ahí, sin duda. Y cuanto más viejo soy más me doy cuenta, estoy empezando a tener su voz.
—¿Qué es importante de la comedia, de reírse de cualquier situación?
—Esto te lo digo con conocimiento de causa, porque viví mucho tiempo afuera: una complicidad entre la infancia y la adolescencia es absolutamente necesaria para que el humor salga de las tripas. Es imposible hacer reír a una persona con la que no compartiste códigos de la adolescencia. Hay algo en el tono, en la mirada, en el dejo de comedia. Es más nutritivo saber que tu público es argentino. Ahí yo sé cómo hacerlos reír. Cuando es otro público, tanteo a ver si la pego.