Es lo que parece: cálido, sencillo y lúcido. La gente se acerca a Enrique Pinti a pedirle una foto y él acepta con el mismo buen tono con que concede la entrevista. Se lo nota feliz: volverá a hacer un Molière, casi una deuda con él mismo. Desde el miércoles 27 protagonizará El burgués gentilhombre en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín. Existe la posibilidad de retornar en 2012, para extender la temporada en los meses de febrero y marzo, pero por ahora el telón bajará en noviembre, cuando Pinti emprenda sus clásicas vacaciones.
La historia de esta obra y el actor se inició en 1959, cuando Alejandra Boero y Pedro Asquini lo eligieron para un pequeño papel en el célebre grupo Nuevo Teatro. Cuenta hoy pícaramente que el crítico Kive Staiff los destruyó acusándolos de principiantes. “Sólo espero que los actuales no digan que ya estoy muy gagá para hacerlo”, sentencia irónicamente. “Hace mucho que Kive Staiff me dijo –agrega– que quería que hiciera algo aquí y le recordé aquella anécdota. Y pensé que este 2011 era lo ideal. Terminé la gira en mayo. Antes de que me olvide... Menos mal, hubiéramos tenido que suspender por culpa de las cenizas.” Recuerda que la única vez que pisó este escenario oficial fue en 1970 con Ultimo match, de Eduardo Pavlovsky, y cita a todos sus compañeros de elenco con una memoria admirable.
—¿Hay muchos cambios entre el original de Molière y esta versión?
—Los cambios son por la propuesta visual, escénica. Será una puesta muy dinámica, ya que al texto se le hizo una poda. Esta es una comedia ballet, antecedente de la comedia musical, donde Molière puso su ironía y su sentido crítico.
—¿Cuáles serían los “burgueses gentilhombres” en nuestra sociedad?
—En nuestro país hubo una época, la del menemismo, con esos señores con 4x4, casas en los countries, algunos comerciantes enriquecidos, cuando no contrabandistas, que sin clase compró a la clase alta. Estos nunca compraron al peronismo, salvo cuando se disfrazó de neoliberal. Ese tiempo fue muy del burgués gentilhombre, el que quiere tener clase sin haber nacido en ella. Los únicos valores agregados de la humanidad siguen siendo la honestidad, la honradez y la corrección, sin importar de qué clase social sean.
—¿Hoy predominan?
—¿Qué? En la mayoría del mundo no existen, aquí y en todas partes pasa lo mismo. En la actualidad, es “tanto tengo, tanto valgo”, como dice la obra. También se escuchará: “La gente no es lo que es, sino lo que parece”. Y otro personaje dirá: “En el arte vale más la subvención que la inspiración”. Ya en aquella época tenían estos mismos dilemas: la gente se vende.
—¿Todo se puede comprar?
—Para mí y para mucha gente, no. Hay dos mundos, el de la política y el personal. Si tenés que alimentar a un hijo, te podés llegar hasta a prostituir, y se entiende.
—¿Cuáles son tus límites?
—Desde mi primer espectáculo, Historias recogidas, en 1973, dije: “Hay gente que no es conocida porque no se ha querido vender, en mi caso no me quisieron comprar”. Después tal vez lo intentaron, por ejemplo dos veces me llamaron para “Bailando por un sueño” o “Cantando...” y dije que no. Me encantan los concursos y descubrir talentos nuevos o reivindicar a los viejos, pero cuando hay que calificar a gente que no sabe ni cantar ni bailar, no le veo la gracia. Casi acepto cuando me llamaron para ser jurado de las comedidas musicales, con Antonio Gasalla y Pepe Cibrián Campoy, hasta que descubrí que no iban a ser las auténticas, y ahí me bajé. Gracias a Dios, en el teatro gano muy bien, voy a porcentaje... ¿Qué necesidad tengo? Si tuviera deudas o un gasto para salvar a un ser querido, lo pensaría. A nadie le disgusta un dulce, pero creo que a mi vida llegó tarde. El dinero no me sobra, pero no lo necesito. Me puedo dar el lujo de estar en el Teatro San Martín, con un autor como Molière y un elenco maravilloso, con una versión interesante, más un director al que admiro.
—¿Qué sentiste ante las declaraciones de Fito Páez?
—El tiene todo el derecho del mundo, si eso es lo que siente. Pero mi postura es que si somos figuras representativas debemos cuidar los términos. No es hipocresía, ni doble moral, creo que hay un lenguaje privado y otro para el afuera. Lo mismo pasa con las fotos: pueden ser eróticas, pero hay ámbitos privados y públicos, y ahora parece que se hubieran borrados los límites. Podés decir que estás profundamente decepcionado con este pueblo, es lo mismo pero duele menos. Es un problema de terminología. Se confunde al adversario con los enemigos. ¿Cómo la señora Carrió dice que sus votantes...? ¿Qué les pasa? Me cuido de no decir gansadas. En el teatro, que es mi casa, no me cuido. Para verme, pagás una entrada y te exponés a lo que digo. Nunca defenestré, y menos en tiempo de elecciones. Pero desde un diario, la radio o la televisión entrás en todas las casas, en el escenario también.
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