Mi fantasía era cerrar Plaza de Mayo durante tres semanas para filmar el bombardeo y finalmente tuve que desandar esa idea. Hablé con (Juan José) Campanella y me dijo que era muy costoso. Tuve que llegar a una síntesis, y creo que salió bien, una película de narración clásica”. De esa forma, Víctor Laplace da a entender dos cosas: su entusiasmo por Puerta de Hierro: el exilio de Perón, su volver a ponerle el cuerpo (desde la actuación y la dirección) a Juan Domingo Perón, y sus ganas de filmar más allá de los límites del cine nacional. El actor sostiene al respecto de la lucha desigual en la cartelera: “El problema arranca con lo que antecede y con lo que precede. Vas a los cines y ves una estructura millonaria con la que no se puede competir. Los costos del cine local son enloquecedores, y eso que hay ayuda”.
Laplace sabe que es “una especie de director nuevo pero viejo; no hay que olvidar que de una forma u otra tengo ochenta películas en el lomo”, habla de aquello que es obvio: su fascinación por Perón. “Es anterior incluso a la película de Desanzo, Eva Perón. Cuando Juan Carlos me llamó no estaba ni en mi imaginario hacer de Perón. Yo soy obrero desde los 14 años, laburaba en Metalúrgica Tandil, y soy peronista desde ese momento. No tengo proyectos así a largo plazo, creo más en el devenir de la vida. Pero sentí que Perón en aquella película estaba bajo una mirada parcial, que no había una película sobre él, y eso me quedó adentro”, afirma. Con el tiempo, Laplace interpretó a Perón no sólo en aquel film sino varias veces más (incluso en el teatro), pero cuenta que la primera vez que se vio caracterizado “hice una cosa muy rara. Realicé las primeras pruebas con el maquillador Jorge Bruno. Me cortaron el pelo, me tiñeron, me pusieron el traje. E hice una locura. Fui al estreno de una obra que hacía Norma Aleandro y me senté en un palco. La gente me miraba, alucinaba un poco. Yo hacía el saludo clásico del general. Y pasé esa prueba. Me peleé con aquel guión, porque esa mirada me parecía un tanto parcial. Bueno, como también la tengo yo con mi subjetividad acá”.
Esa subjetividad, el peronismo confeso de Laplace, no es romántica en el film: “El romanticismo pasa por mi subjetividad. Pero para construir un relato tenía que poner a los buenos muchachos y los malos muchachos. Quería mostrar a un Perón íntimo, sensible, un Perón en el exilio, un hombre que no conocimos. Pertenezco a una generación que miraba hacia Puerta de Hierro”. Así como cita a José Pablo Feinmann a la hora de hablar del instante en el que termina el film (“mito que vuelve, mito que pierde”), insiste con que “me conmueve por lo fascinante: acá aparecen sus sensibilidades, sueños, dudas, equivocaciones. Me gusta Perón dudando”.
La leyenda continúa
Víctor Laplace defiende la idea de que su peronismo no le costó “rigor histórico, hicimos 22 versiones del guión, trabajamos muchos años. Hasta se lo di a Cafiero. Me gusta el compromiso con la construcción de la memoria colectiva, me interesa que los peronistas se reconozcan en Puerta de Hierro, y que los no peronistas reconozcan a Perón”. Sobre el punto de que pocas películas acaparen las salas de cines y los espectadores, dice: “Quisiera que fuera más repartido, que no hubiera tanta gente cuyo deseo sea estrenar en el Village Recoleta y después abandonar su película para cobrar el subsidio. También hay filmes que sólo se preocupan por los festivales”. ¿Es Puerta de Hierro su despedida de Perón? “Me aparecen como subpelículas, pero lo único que sí desarrollé es un musical sobre él, deberíamos generarlo”.