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Secretos recovecos de mi memoria

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Los motivos para recordar especialmente algunos espectáculos que uno ha puesto en escena pueden ser variados, a pesar de ser muy específicos.

Pueden recordarse por haber logrado plasmar una obra largamente deseada, o por haber alcanzado aquello que uno imaginara en el comienzo de la tarea, o por las calidades de sus elencos, o por el éxito obtenido gracias a que el público acompañó por un tiempo extenso sus representaciones, o por la calidez que uno conserva después de convivir largo tiempo con los compañeros compartiendo la labor creativa.

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También pueden recordarse por no haber logrado artísticamente lo esperado obtener, o por las dificultades con la producción o surgidas en el seno del elenco.

El comienzo del ensayo de una obra significa enfrentarse con un tupido bosque e internarse en él, comenzando a trazar un camino que entraña felices descubrimientos y a la par recorre errados tramos que hay que rehacer en otras direcciones, constantemente, implicando paciencia, tozudez y apasionamiento.

Es así que entre tantas obras que puse en escena recuerdo especialmente las tres primeras: La mentira de Nathalie Sarraute, porque creo que es el espectáculo más mágico que monté, Ejecución de John Herbert porque conté con cinco actores de excepción, estaba tallado minuto a minuto con una minuciosidad que no siempre pude repetir y porque dejó en mí hasta el día de hoy esa sensación de calidez de la que hablaba en un comienzo, como ningún otro hasta el presente fue capaz de igualar, y Romance de lobos porque fue mi primer contacto con el medio profesional, una obra monumental de Valle Inclán con 54 actores encabezados por Alfredo Alcón, a quien debo totalmente esa experiencia, deuda que jamás podré saldar, Milagros Vega, Hedy Crilla y un elenco excepcional pleno de primeros actores y el Teatro San Martín como marco de excepción.

Y cómo no recordar Las brujas de Salem, de Arthur Miller, nuevamente con Alcón (dos años de teatro repleto); Sólo 80, el último gran éxito de Hedy Crilla como actriz (tres años en cartel); Clamor de ángeles, de Bill Davis (tres años en cartel), grandes éxitos de público con obras inolvidables.

Y cómo olvidar la puesta en escena de Despertar de primavera, primera de los dos puestas compartidas con Hedy Crilla, en que la compleja obra de Wedekind obtuvo el calificativo de deslumbrante. Y Butley, el único espectáculo dirigido por mí merecedor de tres críticas laudatorias en un mismo periódico La Opinión.

Y aquellas obras en las que sus actores protagónicos obtuvieron de forma unánime el premio máximo: Alfredo Alcón por Romance de lobos, Las Brujas de Salem y Ricardo III, Duilio Marzio por Al fin y al cabo es mi vida y Alicia Bruzzo por La rosa tatuada de T. Williams, Norma Aleandro por Master Class, Julio Chávez por Yo soy mi propia mujer, Beatriz Spelzini por Rose y Mario Alarcón por Jettatore, así como muchos otros actores recibieron por personajes de reparto y revelaciones, entre otras premiaciones.

Obras que igualmente recuerdo entrañablemente son Cartas de amor en papel azul de Wesker, Danza de verano de B. Frield, El jardín de los cerezos de Chéjov, y la que ahora se encuentra en escena en Buenos Aires, Sombras desde el jardín de Silver en el Auditorio Losada. Sería imposible dejar de lado en este recordatorio la creación del Grupo de Repertorio que de 1976 a 1980 bajo ese rótulo presentó 26 espectáculos en los años de la dictadura en que figuraba en las listas negras, así como los tres años de Teatro Abierto, rotunda respuesta del medio teatral al régimen.

Por último no quiero olvidar que el haber creado nuestro pequeño Teatro El Duende, en el mismo lugar donde paralelamente dictamos clases desde el año 1966, fue igualmente una fuente de creatividad y experimentación permanente. Hoy ocupan su cartelera dos espectáculos brillantemente dirigidos por dos jóvenes directores que lo que no les falta es talento. Nicolás Dominici con la intensa obra de Guillermo Gentile Hablemos a calzón quitado y Federico Tombetti que en Máscaras Desnudas de la mano de Luigi Pirandello recrea el espíritu singular de las compañías itinerantes en un espectáculo pleno de gracia, de nostalgia y de vitalidad.

Lo escrito es sólo el título de esta nota dedicada a los recuerdos. Aquellos han quedado resguardados en los secretos recovecos de mi memoria, los más tiernos, conmovedores e inolvidables.

*Director de Sombras desde el jardín, que se presenta los sábados y domingos a las 20 en el Auditorio Losada.