Imprevistamente el bar está cerrado. El lugar que recomienda el actor Oscar “Osqui” Guzmán para concretar el encuentro tiene sus persianas bajas y la puerta con candado. Un chasquido de dedos y un entusiasta “¡ya sé!” salvan la situación. Siguiendo la sombra de quien hasta el jeuves era el compañero de aventuras de Rodrigo de la Serna en Hermanos y detectives, cronista y fotógrafo ingresan finalmente a una panadería del barrio de San Cristóbal. Rey de la improvisación que en 1995 se coronó con Match de improvisación y espectáculos como Sorpresa! e Impro!, Osqui volvió en 2005 a la televisión con su participación en la comedia ½ falta de Canal 13, y los ciclos de Alejandro Fantino Mar de fondo y TVO. Hoy cuenta con una nominación a los premios ACE por su trabajo en El niño argentino, de Mauricio Kartun, obra que por estos días se presenta en el Teatro Alvear.
—¿Siempre quisiste ser actor?
—No, nunca se me había pasado por la cabeza. De hecho, hasta los 18 años mi objetivo en la vida era ser kunfuteca. No quería hacer películas, quería ser profesor de kung fu. Tenía pensado ser médico y especializarme en traumatología. Un día un amigo me dijo que en el Conservatorio de Arte Dramático había materias como Acrobacia, Violencia en Escena y Esgrima. Y ahí me anoté.
—¿Y qué pasó con el karate?
—No, después dejé. Me acuerdo que mi libro de cabecera era Tao te king, de Lao Tse. Con eso y el karate seguí toda una manera de ver la vida y de ver el mundo.
— ¿ Y cómo es tu filosofía?
—No proyectar nada. Yo improviso.
—¿Entonces tu vida es una constante improvisación?
—Sí. Pero es así la de todos. El problema es que los demás creen que proyectan y arman planes sin darse cuenta de que todo es una gran improvisación. La vida no tiene guión.
—¿No te da miedo?
—No. A lo sumo, tengo miedo de mí mismo. A bloquearme, a ser violento, a ser mal educado, a ser una persona oscura, a no ver las cosas de la vida como son, a no ser amado, a no querer. Uno de su vida conoce sólo rutinas; después, del resto, no sabe qué va a pasar.
—¿Cómo se mantiene un actor de teatro off?
—(Piensa) Al principio, yo me cagué de hambre. Tuve muchos laburos temporarios de repartidor a domicilio de supermercados hasta empleado en una librería. También cosí mucho. Mi familia es boliviana y tenía un taller de costura. En el secundario y sobre todo en el Conservatorio, yo cosía guardapolvos y camperas. Ahora, en mi grupo de teatro, los vestuarios los hago todos yo.
—¿Qué esperás de la TV?
—Plata (se ríe). Que me paguen cada vez mejor y que me llamen para cosas lindas. Siempre que hice un trabajo en tele, fue muy bien pago. Pero lo que me viene ocurriendo últimamente es que me proponen papeles sin resolver, personajes que quedan a mitad de camino. Ahora sé que hay cosas en la tele que no quiero hacer.
—¿Por ejemplo?
—Me pasó trabajando en Pol-Ka. Fui a actuar, y después con esto de si el personaje pega o no pega, el rating y todo eso... no sé. A mí eso no me interesa. Creo que es difícil ser actor en televisión. Si querés trabajar ahí, tenés que llamar la atención haciendo algo re loco. Ahí me dije: “Yo a la tele no voy a laburar más”.
— ¿Estabas enojado?
—No, desilusionado. A veces pienso que me encasillan como en el rol de humorista. Yo puedo hacer humor cuando la escena requiere de humor. Porque si hay una situación dramática, no puedo hacer chistes. No da. A mí me da vergüenza.
— ¿Pero Hermanos y detectives?
—No, eso estuvo muy bien hecho. Mi personaje tenía su cuota de humor porque así estuvo delineado desde el principio. El problema surge cuando no hay un libro antes y te dicen: “Vamos a escribirte un personaje, blabla” y el actor tiene que salir a hacer malabarismo. La tele tiene una seducción psicopática, “te seduzco pero te cago”.
— ¿Trabajarías en una tira como Montecristo o Sos mi vida?
—Sí, mientras la oferta sea clara. Es decir, qué personaje tengo que hacer. No se puede jugar con el trabajo de la gente. No se puede trabajar en la infelicidad, yo no lo sé hacer.
—¿Por qué los actores de teatro siempre contestan que no ven televisión, como si fuera algo malo?
—Es que ver televisión hace mal a todo el mundo (se ríe). Te atrapa. Podés estar tres horas frente a la tele y no haber hecho nada con tu vida.
—¿Pensaste alguna vez en un protagónico?
—Es mucha responsabilidad por las presiones que se generan alrededor. Igual, no creo que estén tan locos para ofrecerme un protagónico. No soy negocio.
Arte sanador
—¿Qué esconde el El niño argentino?
—En realidad es una metáfora del poder. Es casi una relación psicopática. Te seduzco pero te cago... El sumiso, al sentirse seducido por el poder, lo quiere también. Al querer, lo cagan, y cuando lo cagan, aprende a traicionar.
—¿Componés los personajes recurriendo a vivencias propias?
—Esa es una técnica para explorar más que para llevar a cabo. Cuando yo hacía de El Pelele en La banda de la risa, componía a un tano de sesenta años... pero en el momento en que mi personaje sufría, se me aparecían –sin poder evitarlo– distintas imágenes de mi viejo.
—¿Entonces cada función te volvías a encontrar con tu viejo?
—Sí. Una y otra vez. Con todas las emociones que eso me generaba. Por eso el arte es sanador, porque uno se entrega a una actividad que no sabe dónde puede terminar.