La avenida Goya exhibe la europeización de los madrileños. Firmas internacionales, negocios elegantes, líneas net, gente bien vestida y consumo sin culpa. Sobre esa calle, en el llamado barrio de Salamanca, se encuentra el hotel Bauzá, de cuatro estrellas. “Así es, el señor Sbaraglia suele venir por aquí”, dice el mozo del restaurante y cafetería del primer piso. Como una isla en medio de un mar de tapas, bocadillos de chorizo y cañas de cerveza bebidas de pie, la decoración remite a cualquier lugarcito con ínfulas cool de Buenos Aires: cocina fusión mediterránea, velitas en la mesa, toque apenas retro y camareros bonitos con largos delantales negros.
—¿Te gusta mucho? Tiene un aire a Palermo...
—Sí... En realidad, es muy Barcelona, por eso me gusta, tiene más onda que Madrid.
Presencia. El actor Leonardo Sbaraglia hace seis años que pasa la mayor parte de su tiempo en la capital española. Alquila un departamento cerca de la Plaza de Toros, adonde vive con Guadalupe, una artista plástica argentina, y Julia, la hija de ambos, de ocho meses. Una señora se acerca y le pide un autógrafo. “Eres tan guapo como en las películas”, le dice, y tiene razón. Con la barba algo crecida y esa mirada desamparada, los 36 años –el doble que cuando empezó en la tira teen, C lave de sol– le sientan más que interesantes.
A Sbaraglia le gusta contar de lo mucho que trabajó y trabaja en España y de lo poco que se sabe de él en la Argentina. Habla de Salvador–el film sobre la vida de Puig Antich, el último preso político ejecutado por el garrote vil a fines del franquismo, estrenado en España el 15 de septiembre–, donde interpreta a un directivo carcelario para el que debió engordar 10 kilos y que reconoce como la composición más extrema de su carrera.
—¿Se verá en la Argentina?
—Espero que sí. Es mi lucha constante. De los filmes que hice acá, sólo se estrenó Una ciudad sin límites y en DVD, Intacto. No tengo explicación para esto, son decisiones de los distribuidores. Si la película española no está garantizada comercialmente a través de nombres como (Pedro) Almodóvar, (Alejandro) Amenábar o Alex de la Iglesia, por ejemplo, no la compran.
—Aun cuando estés vos en el elenco...
—Exacto. Porque cuando yo voy a la Argentina, hay mucho interés de hablar conmigo, en saber qué estoy haciendo. No hay contacto entre lo que sucede en España y la Argentina, se produce un abismo. Pero es más casual de lo que uno supone, no hay manos negras.
—La gente hace tiempo que no te ve y se te asocia mucho más a España que a la Argentina. ¿Tenés una residencia alternada?
—Aquí alquilo un departamento; en Buenos Aires, está mi casa. Mi hija nació aquí (Madrid) porque no pudimos viajar a tiempo, pero quiero que se críe allá (Buenos Aires), con abuelos, con tíos. En lo cotidiano, la pasamos mejor, por miles de razones. Los afectos, aunque los tenemos, nunca son del tenor y la complejidad de los de tu historia. Buenos Aires –te pueda ir bien o mal– es una ciudad maravillosa para vivir, de una calidad cultural difícil de encontrar, que sobrepasa ampliamente a la de Madrid ,que es preciosa pero... En realidad me gusta más Barcelona que Madrid, hay algo más cercano a la identidad de uno. Hasta la tensión social de la Argentina, insoportable por momentos, hace que la gente esté muy despierta en todo sentido. España es un país, en muchos sentidos, conservador.
—Pero lo cierto es que en estos 6 años viviste más acá.
—Sí. No es la situación que más feliz me hace, me habría gustado estar mucho más en la Argentina pero las cosas se dieron así, he ido decidiendo quedarme porque lo que me ofrecían acá me interesaba más. Suena paradójico pero mis trabajos en España son con gente joven, muy de vanguardia, y me gusta ser parte de ese movimiento nuevo. Pero con alguna gente de la Argentina hay una desconexión por la que lo interesante no me atraviesa. Me gustaría, pero tendría que vivir ahí.
—¿Valió la pena irse?
—Valió la pena. No sé qué me habría pasado si me quedaba. Fue un sacrificio, una construcción, tal vez a otros actores les fue más fácil porque tuvieron mucho éxito desde la Argentina. Me fui en el mejor momento, después de estrenar Plata quemada y tuve que empezar de nuevo acá, viviendo en cualquier lado dos o tres meses y nadie me conocía.
—¿ Intacto (primera película en la Península) no actuó como bisagra entre Plata quemada y el cine español?
—Pero Intacto refleja el trabajo de dos o tres años antes en los que me fui metiendo, hasta que el director me conoció. No es que llegás como un paracaidista y te llaman. Salvando las distancias (Antonio), Banderas en Hollywood estuvo como 6 años sin hacer nada, sin un duro. No es fácil. Tampoco digo que la pasé mal pero es una inversión de muchísima energía.
—¿Te tratan bien, hay apertura con los latinoamericanos?
—Sí, sí, algunos más que otros. Supongo que alguno se sentirá amenazado por su trabajo pero lo mismo pasa en la Argentina. ¿Cuántos habrán puesto el grito en el cielo que al Che lo hizo Gael (García Bernal)? ¿Por qué no lo hizo un argentino? Por lo menos lo eligieron a él, que es muy buen actor.
—Concretamente: dame una buena razón para quedarte y otra para volver.
—No puedo dártelas porque yo, en realidad, sinceramente, lo que estoy buscando, mi idea, es volver.
—¿Hay algún proyecto dando vueltas?
—Proyecto en España para el año que viene aún no tengo, sí para la Argentina, con el director Pablo Reyero y con un director italiano.
—¿Cuál?
—No quisiera revelar el nombre porque los productores aún no están decididos. Tengo algo también para teatro pero no te digo porque siento que me vendo. La tele no es prioridad, pero claro, habría que ver. Quiero trabajar en los dos lugares pero con base en Buenos Aires. Vivir en Buenos Aires y viajar de vez en cuando a España que, creo, es lo que seguramente va a suceder.
Carrera internacional en cine
Con el diploma de Plata quemada (Marcelo Piñeyro, 2000) bajo el brazo, llegó a España y se quedó. Plantó bandera con Intacto (Juan Carlos Fresnadillo, 2001), que le valió el premio Goya a la Revelación. Después siguieron La ciudad sin límites (Antonio Hernández), Deseo (Gerardo Vera), Carmen (Vicente Aranda), Utopía (María Ripoll), Oculto (Antonio Hernández), Salvador (Manuel Huerga, ahora en cartel en España), Concursante (Rodrigo Cortés, que se estrena en Madrid el 19 de enero), Santos (Nicolás López, la acaba de filmar en Chile) y la próxima que recién comenzó a rodar, El rey de la montaña (Gonzalo López Gallego). Viajó a su país para actuar en 2003 en La puta y la ballena (Luis Puenzo) y en Cleopatra (Eduardo Mignogna). El año pasado hizo en televisión la miniserie de abogados Al filo de la ley, junto a Natalia Verbeke.
* desde Madrid.