La imagen que ilustra este artículo es, para mí, una fotografía tomada en la Potsdamer Platz el 9 de noviembre de 1989. En ella, un grupo de jóvenes está sentado sobre el Muro de Berlín mientras uno, de pie, señala hacia el horizonte. El contexto histórico era, verdaderamente, sobrecogedor: el bloque soviético colapsaba junto con el muro, y las protestas masivas abrían una experiencia inédita de esperanza y libertad. Se abría la perspectiva de un mundo dispuesto a lo nuevo, de un mundo dispuesto a cuestionar las dinámicas estáticas de décadas previas.
Esa foto cumple hoy, exactamente, 27 años y, por partida doble, la paradoja es enorme: en primer lugar, porque hoy también se abre una experiencia política inédita que, aunque no esperanzadora, probablemente cuestionará las dinámicas domésticas y globales de décadas previas; en segundo lugar, porque en Estados Unidos acaba de ganar un candidato presidencial que, lejos de derribarlos, ha prometido construir nuevos muros.
Es complejo ofrecer explicaciones medianamente convincentes (o, acaso, explicaciones a secas) que permitan comprender por qué un candidato xenófobo, misógino, homófobo, islamófobo y, además, sin experiencia en el sector público, ha ganado la primera magistratura de Estados Unidos. Pero puedo, en principio, señalar algunas razones que considero relevantes por su poder explicativo.
La explicación más sencilla, probablemente, es que una importante porción del electorado americano es xenófobo, misógino, homófobo e islamófobo. Después de todo, hay algo de cierto en eso de que los líderes son producto de sus sociedades. Pero puede que el mayor problema, al margen de Trump, haya sido Hillary Clinton. Percibida por un importante porcentaje de votantes como una exponente del establishment, no puede decirse que se caracterice por su carisma y tampoco fue capaz de movilizar el voto millennial que, quizás, habría capitalizado un candidato como Bernie Sanders.
Una hipótesis complementaria, obliga a pensar en el decisivo rol electoral que han jugado los estados industrializados del midwest americano: independientemente del triunfo en la Florida, Michigan y Ohio fueron claves para consolidar la performance electoral de Trump. Otrora demócratas, ambos estados vivieron y crecieron gracias a la industria del acero durante los años ’50, pero fueron muy golpeados por una ola de desindustrialización durante los ’70. Desde entonces, el cierre de fábricas y la pérdida persistente de empleos, los ha hundido en una crisis de la que no han logrado recuperarse. Desinteresados, pero fundamentalmente desilusionados con la política tradicional, pueden haber encontrado en Trump a un outsider confiable en su promesa de recuperar puestos de empleo para los americanos.
Revisando las Exit Polls de la CNN, podemos advertir una tercera razón explicativa del triunfo de Trump. Sobre una encuesta de 24.537 casos, un 60% declara haber decidido su voto antes de septiembre. De ese universo de electores decididos, un 52% votó por Hillary Clinton. Lo curioso ocurre cuando se analiza a los votantes indecisos. Todos aquellos que decidieron su voto en el último mes, la última semana, o los últimos días, se inclinaron mayoritariamente por Donald Trump. Guillermo Quijano —un colega experto en comunicación política—, me lo explicó de manera sencilla. Las encuestas tienen, fundamentalmente, dos funciones: una función predictiva, para proyectar un escenario electoral a futuro, y una función estratégica, para intervenir y modificar la realidad. Trump gastó importantes sumas de dinero para encuestar semanalmente a los votantes indecisos, segmentar su mensaje electoral para movilizarlos y, al mismo tiempo, desmovilizar a los electores de Clinton. En el contexto de democracias contemporáneas, en el que un importante número de electores decide su voto días u horas antes de las elecciones, las encuestas han perdido poder predictivo y han ganado relevancia como herramienta de intervención para moldear las preferencias electorales de los indecisos.
En cuarto lugar, parecería haber una brecha inconmensurable entre las preferencias que los electores manifiestan por redes sociales, y las preferencias electorales exteriorizadas por los propios medios de noticias. Esto da la impresión de que, tal como leí en un ocurrente tweet, hoy los medios de comunicación sólo influyen sobre sí mismos. En este sentido, y según lo referido por Pablo Boczkowski, en esta elección ni siquiera fue relevante la diferencia 27:1 —es decir, que ante 27 apoyos explícitos que recibía Hillary Clinton por parte de medios de noticias, Trump recibía sólo 1—. Los medios de noticias, al menos en Estados Unidos, ya no determinan las preferencias electorales.
Por último, encuentro particularmente explicativo el hallazgo de Nolan McCarty, Keith T. Poole y Howard Rosenthal en su libro titulado Polarized America (2006). Para McCarty, Poole & Rosenthal, existe en Estados Unidos una cercana y demostrada correlación entre la polarización y la inequidad o, en términos figurativos, una “danza” entre la ideología y la desigualdad en la distribución de ingresos. Según esta danza, pues, en contextos de mayor desigualdad y concentración de ingresos —como es el caso actualmente—, el electorado apoya políticas económicas más conservadoras y, por lo tanto, vota a candidatos que se aparten lo más posible de las políticas redistributivas propias de los gobiernos progresistas (polarización). Esto explicaría por qué Clinton fue votada por los sectores con menores niveles de ingresos y Trump, por el contrario, por los más ricos.
Por lo expuesto, y por muchas otras razones, quizás lo de Trump no fue una sorpresa electoral. Quizás sólo nos cuesta digerir que, en el marco de la democracia liberal de Jefferson y Madison, un outsider con un mensaje desprovisto de buena política y cargado de xenofobia, fue capaz de nuclear, movilizar y articular las demandas (no canalizadas) de amplios sectores de la sociedad norteamericana. Quizás aún nos cuesta asimilar que, a diferencia de la revolución del 9 de noviembre de 1989, el resultado de anoche pronostica menos sociedades abiertas y más sociedades cerradas.
(*) Licenciada en Relaciones Internacionales (Universidad Católica de Córdoba) y Doctora en Ciencias Políticas y Sociales (ISAS, Università degli Studi di Camerino). Ha realizado estudios de posgrado e instancias de investigación en universidades de Italia, Colombia, España y Estados Unidos, y ha sido becaria del Gobierno Italiano, Fundación Carolina, la Konrad-Adenauer-Stiftung, el Departamento de Estado y Comisión Fulbright, entre otras prestigiosas fundaciones. En Twitter: @condolasa