Primer Ministro británico y faro moral de Occidente en sus horas más oscuras, héroe de guerra, parlamentario, Capitán de Almirantazgo, Secretario, Ministro, Canciller, Líder Partidario, Periodista, Premio Nobel de Literatura, orador incomparable y fuente de inspiración para millones de personas que tenemos la profunda convicción de que, a pesar de las tempestades, luchar por un mundo libre es un imperativo categórico inclaudicable. Aquel prócer que nació en Woodstock un 30 de noviembre en 1874 nos enseñó que la libertad no es algo que está dado, sino que es un valor por el que hay que luchar todos los días, aunque las mayorías y los más poderosos digan –y hagan- lo contrario.
Tanto desde lo político como desde lo personal su paso por este mundo ha tenido altos y bajos. Lejos de idealizarlo como un ser perfecto, impoluto y triunfador, en todo momento y en todo lugar, una de sus mayores virtudes ha sido tener la templanza y fortaleza para sobreponerse ante los golpes y los fracasos y ser un ejemplo de resiliencia. "El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo", decía y lo llevó a la práctica hasta el extremo.
Su infancia atípica, su mala relación con su padre Lord Randolph, fue tal vez el principio de una seguidilla de tropiezos que lo acompañaron en toda su vida. La primera vez que le tocó ser candidato, en 1899, del Partido Conservador por el distrito de Oldham, perdió estrepitosamente. Sin embargo, él no se dio por vencido y confiaba en que sería el primer paso de una carrera política brillante. Un año más tarde, en 1900, perseveró y fue elegido por ese mismo distrito. Nos dice Francois Kersaudy en la biografía que escribió (Kersaudy 2019) “el joven diputado expresaba opiniones muy personales sobre la mayoría de las cuestiones más candentes del momento ignorando alevosamente la disciplina partidaria”. Resistir la resistencia fue siempre, desde un comienzo, su práctica cotidiana.
Cuando debutó como periodista, también ha tenido un tropezón. En su viaje a Sudáfrica para cubrir la Guerra de los Boers, terminó secuestrado y no cumpliendo con su misión. Su capacidad de reponerse se puso a prueba y logró –en una aventura memorable- huir épicamente de un campo de prisioneros en Pretoria, a lo largo de 500 kilómetros y durante varios días sin siquiera poder alimentarse. Otro caso fue el de la batalla de Gallipoli en 1915, como Lord de Almirantazgo en la Primera Guerra Mundial, que supuso una gran tragedia en su vida. Más de medio millón de muertos en una campaña que según sus mismas palabras “iba a durar unas horas” y terminó durando meses y cobrándose la vida de cientos de miles de Aliados y su cargo. Nuevamente, se creía que su carrera se había terminado, y por esto es más que atinado reproducir una de sus miles de frases que hacen honor a este momento: “la política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra nos pueden matar una vez; en política, muchas veces”.
Ya llegada la Segunda Guerra Mundial, y siendo un dirigente de peso en el Gobierno y Parlamento Británico, era un fuerte impulsor de enfrentar al nazismo sea el costo que sea, a contraposición de Halifax y Chamberlain que proponían una alianza o paz ficticia con el Tercer Reich. Él decía “El que se arrodilla para conseguir la paz se queda con la humillación y con la guerra”.
El “círculo rojo” de esa época creía que era la opción más viable para no enfrentarse ante la monstruosidad de Hitler y propugnaba esa salida y fue él, en su heroísmo, visión realista de la cuestión y los planes del Führer que combatió con uñas y dientes la postura de que éste era enemigo de la humanidad y había que vencerlo. “Solo tengo un propósito y una política: derrotar a Hitler” y “Si Hitler invadiera el infierno, yo haría al menos una alusión favorable al diablo en la Cámara de los Comunes”, y otras frases de esta índole sirvieron para convencer a millones de compatriotas que no había que claudicar en la lucha contra los fascistas. El historiador Anthony McCarten nos decía que una y otra vez “Churchill apelaba a la inveterada tradición del estoicismo británico” para lograr ese objetivo. Tampoco tenía problemas o pruritos de pedir ayuda, como se lo puede ver en sus cartas con Roosevelt o de apoyar a cualquier nación que quiera combatir a Hitler: “Todo hombre, toda nación que combata al nazismo tendrá nuestro apoyo (…) eso significa que colaboraremos cuanto nos sea posible con Rusia y el pueblo ruso” (McCarten 2018). En palabras de la política de hoy: priorizó lo correcto y el sentir de su pueblo por sobre los focus group.
Fracasó tantas veces que le tocó hacerse cargo de lo que estaba proponiendo. Tantos pasos hacia atrás le dieron el impulso del héroe. Ya como Primer Ministro impulsó un combate total, en inferioridad de condiciones, pero siendo el líder que un pueblo y una Europa necesitaban para enfrentarlos. Eran los británicos contra los alemanes, el demócrata contra el déspota, el león contra el águila, la luz contra la oscuridad, eran Churchill contra Hitler en la Batalla de Inglaterra donde se enfrentaban en 1940.
Su determinación fue clave para sumar a EEUU a la Guerra en Europa y otorgarles a los aliados victorias tanto en ese continente como en África, de la mano de Bernard Montgomery y miles de soldados (incluso algunos nacidos en Argentina como Ian Macdonald, quien hoy descansa en la gloria) que tenían bien en claro que –citándolo a Winston- “sin victoria no hay supervivencia”.
En ese entonces, él le regaló a la humanidad tres de los discursos más épicos de la historia. El 13 de mayo le ofreció solo cuatro cosas a los británicos: sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas. Luego el 4 de junio prometió y llevó esta lucha a la Guerra Total: “lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza y cada vez más fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo, lucharemos en las playas, lucharemos en los aeródromos, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas; nunca nos rendiremos”. Y por último, el 18 de junio “en su hora más gloriosa” también internacionalizó su accionar mostrando que no era solo una lucha de los británicos contra los alemanes, si no de la preservación de la cultura occidental y cristiana frente a la barbarie y el totalitarismo.
Afortunadamente su visión y la de los aliados prevaleció en el campo militar y vencieron al Eje. Su determinación significó un antes y un después en la historia de la humanidad. Todo político o persona pública más de una vez usó una de sus frases o capítulos de su vida para tomar una decisión. Este estadista nos demostró que la realidad se puede modificar si se ponen primero las convicciones y que siempre –pero siempre- hay que hacer lo correcto. Por su influencia y su rol fundamental, más de uno antes de embarcarse en una cruzada, se pregunta: ¿qué haría Churchill en este momento?
*Director General de Atención Ciudadana de la Legislatura CABA, dirigente PRO, expresidente de Jóvenes PRO Argentina, expresidente de Jóvenes UPLA, exvicepresidente IYDU