Así lo afirmó recientemente el presidente de los Estados Unidos, John Biden, refiriéndose al conflicto que, desde hace cinco meses, mantienen Rusia y Ucrania. En tal sentido, creo que es prematuro visualizar un escenario dantesco, como los acontecimientos devastadores y trágicos del siglo pasado, y que algunos calificaron “el siglo de la destrucción”.
La Primera Guerra Mundial (1914-1918), enfrentó a treinta y dos naciones y murieron siete millones de civiles y diez millones de soldados. Se inició con una falsa apreciación de incompetentes y también falsos líderes, convencidos de que los problemas socios-económicos y políticos de Europa podrían resolverse mediante el empleo del poder militar. Finalizó con el Tratado de Versalles- mal llamado Tratado de Paz- impuesto por las potencias vencedoras, que sometió a Alemania a draconianas medidas compensatorias y al pago de exorbitantes indemnizaciones.
Una de ellas, en 1923, fue la ocupación por Francia de la cuenca minera del Ruhr, que aceleró la ruina financiera de Alemania y la desocupación. Quizás, más doloroso, fue que Alemania debiera reconocer la exclusiva culpabilidad del estallido de la guerra, lo cual, aún hoy, es muy opinable. ¿Estaba Alemania totalmente vencida, en 1918? La respuesta es también muy opinable. Los mentores del Tratado—que no garantizaba nada-- fueron los miopes primeros ministros Georges Clemenceau (Francia) y David Lloyd George (Reino Unido). Este último, a principios de los años ´30 dijo: “Que Hitler era un gran hombre”.
El visionario Secretario de Estado estadounidense, Robert Lansing, que no era tan optimista como su presidente Wooddrow Wilson, manifestó: “Que la próxima guerra en Europa surgirá del Tratado, del mismo modo que la noche surge del día”, y el primer ministro italiano, Francesco Nitti, sentenció: “Sin paz en Europa”. Y me permito agregar que fue el trampolín para el advenimiento del austríaco Adolf Hitler, quien participó en el conflicto con el grado de cabo del Regimiento 16 de Infantería bávaro.
Segunda Guerra Mundial: más muertes
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) enfrentó a millones de soldados de cincuenta naciones, y el número de víctimas se aprecia en más de cuarenta millones, incluida la población civil. Las acciones principales se desarrollaron en Europa, Asia y África, en los océanos Atlántico, Pacífico y en el Mar Mediterráneo. Estados Unidos (EEUU), Francia, Reino Unido, Unión Soviética, China, Polonia y Holanda, entre otros países, conformaban el bando Aliados; y Alemania, Japón e Italia, eran los principales de los denominados Potencias del Eje. Entre sus principales protagonistas en Europa y África, están: Hitler, Josep Stalin, Benito Mussolini, Neville Chamberlain, Edouard Daladier, Joachim von Ribbentrop, Viacheslav Mólotov, Joseph Goebbels, Erich von Manstein, Gerd von Rundstedt, Franklin D. Roosevelt, George Patton, Bernard Montgomery, Dwight Eisenhower, Curtis Le May, Philippe Leclerc, Gueorge Zhúkov y Josip Broz (Tito). Algunas inolvidables acciones fueron: las Ardenas, la Batalla de Inglaterra, Tobruk, el Alamein, Stanlingrado, Monte Cassino, Normandía, Bastogne y Berlín.
En el país más culto de Europa, Hitler lideró el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (conocido coloquialmente como Nazi), que se impondría y lo llevara legalmente al poder, el 3 de enero de 1933; el cardenal Joseph Ratzinger dijo de él: “Surgido de lo más bajo, que había vivido como un holgazán y no recibió formación alguna, pueda convulsionar un siglo, tomar decisiones políticas con demoníaca clarividencia y someter a personas, incluso personas cultas, es inquietante”. Hitler nunca actuó, salvo excepcionalmente, en el terreno de la razón, fue un violento por antonomasia, y se valió de su habilidad discursiva y de sus promesas para exaltar a las masas”.
Sin un solo disparo incorporó al Imperio alemán a Austria y Checoslovaquia. El 23 de agosto de 1939, firmó con Stalin un pacto de no agresión, con una cláusula secreta: invadir juntos Polonia, que se concretó a partir del 1° de septiembre de ese año. En los diez meses restantes varios otros países cayeron también en sus garras, entre ellos: Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega y Francia. En junio 1941 cometió-contra la opinión de sus generales- su máximo error: Invadir la Unión Soviética, y crear su frente más duro. Paulatinamente fue sobreestimando su poder militar y subestimando el de sus adversarios. Al asumir como Canciller del Tercer Reich, expresó: “Dejadme Alemania doce años y después de ese lapso ninguno de vosotros la reconoceréis”. Cumplió con ello: la destruyó. Se suicidó el 30 de abril de 1945, y la guerra en Europa finalizó el 7 de mayo.
En el Pacífico, el 7 de diciembre de 1941, la armada Imperial de Japón atacó la base aeronaval de Pearl Harbor y al día siguiente EEUU declaró la guerra a Japón. Entre los protagonistas principales tenemos: al emperador Hirohito, Chichi Naguno, Hideki Tojo, Douglas Mac Arthur y Chester Nimitz, quien condujo las fuerzas navales estadounidense durante toda la guerra en el Pacífico; otros combates destacados fueron: Midway, Singapur, Filipinas, Mar del Coral, Guadalcanal, Iwo Jima y Okinawa. Sobre Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945, Truman ordenó el lanzamiento de las dos únicas bombas nucleares de la historia, y nunca se arrepintió de ello. Japón se rindió el 2 de septiembre del citado año.
Esta guerra, propinó un golpe devastador contra la humanidad y la civilización, llegando a barbarizar el conflicto por los bandos en pugna. Los alemanes, los japoneses y los aliados se asesinaban mutuamente. A la brutalidad se oponía más brutalidad. Se evidenció un apetito destructivo y criminal. Los soviéticos por razones ideológicas asesinaron a miles de “reptiles burgueses”, sin reparar en niños, mujeres y ancianos indefensos, reduciendo a miles a la servidumbre igual que los japoneses. Los alemanes, por el mismo motivo y por odio racial, llegaron a exterminar, entre otros, a millones de judíos, y también a discapacitados, gitanos y cristianos; el rabino Abraham Skorka sentenció sobre lo expresado. “Los nazis trataron de borrar la concepción judeocristiana de la vida”.
Tercera Guerra Mundial
No estamos viviendo la Tercera Guerra Mundial, como afirmó Biden, a pesar de las traumáticas consecuencias de la confrontación europea, debido a la incomprensible, sangrienta y cruel invasión de Ucrania por Rusia, que ha abierto un serio- aunque acotado- frente de batalla y un desafío a la economía internacional, ante la miopía de las Naciones Unidas (ONU), la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La ausencia de líderes es notoria. El accionar de los actores principales- Vladimir Pútin y Velodimir Zelenski- está aún muy lejos del de sus antecesores Hitler y Stalin. No se aprecia una definida estrategia nacional y militar, acorde con el postulado de Clausewitz, de 1824: “Las estrategias tienen que ser dinámicas y tienen que cambiar y renovarse continuamente. Algunos generales solo consideran acciones unilaterales, cuando en realidad la guerra consiste en la continua interacción de los opuestos”.
La segunda potencia militar mundial continúa con la iniciativa y gana terreno en el frente de batalla, pero a un costo elevado y su previsible victoria podría ser “pírrica”. El tiempo corre a su favor pero su desgaste es evidente. Es muy probable que logre sus principales objetivos: la Península de Crimea (indispensable para su salida a las “aguas calientes”), el Donbas o parte del mismo, e impedido el ingreso de Ucrania a la OTAN. Con efectivas acciones diplomáticas los podría haber obtenido sin apelar a la vulneración de elementales normas de los Usos y Leyes de la guerra, y del Derecho Internacional Humanitario que, hasta ahora, produjo más de veinte mil muertos y mutilados, un millón de desplazados, cuatro millones de refugiados y daños en infraestructura a un costo aproximado de 800 mil millones de dólares.
Zelenski, olvidó que Federico ll, dijo: “Hay que saber perder a propósito, sacrificar una provincia; el que quiera defender todo no salva nada”. No es un dato menor señalar que Europa vive una grave pesadilla energética y el mundo una crisis económica.
Asistimos atónicos al posible empleo de armas de destrucción masiva. En el contexto descripto no me atrevo a emplear la palabra imposible, pero sí “muy poco probable”, a pesar del fracaso de la disuasión europea. No creo que, actualmente, la decisión última de emplear armas nucleares-que podrían afectar a millones de hombres y comprometer la paz general-se restringiría a la conciencia de unos pocos, o de uno solo. Se inicia un nuevo arte, que consiste en introducir la mesura en la desmesura.