Cuando llegó la pandemia de coronavirus, la Unión Europea (UE) estaba internada en una habitación común, con algunos problemas de salud que amenazaban ser crónicos, como los nacionalismos, otros que habían causado un shock traumático, como el Brexit, pero con la esperanza de dejar todo atrás y recuperar su salud de antaño. Pero el coronavirus agravó su cuadro clínico y, a medida que los hospitales y las funerarias colapsaban en España, Italia y Reino Unido, el bloque ingresaba en terapia intensiva, sin necesidad aún de respirador, pero con la preocupación del equipo médico que lo atendía.
Los agoreros de la muerte del multilateralismo decretaron su defunción antes de tiempo. Y, lo que parecía imposible, sucedió. La canciller Angela Merkel rompió un tabú de la política alemana y comunitaria y accedió, tras deliberar con el presidente francés Emmanuel Macron, a un pedido de la Europa del sur: mutualizar la deuda y financiar la reconstrucción social, económica y sanitaria de los países más afectados por la pandemia.
Según el plan del influyente eje franco alemán, la Unión Europea (UE) desembolsará 500 mil millones de euros en subvenciones (y no préstamos, como defendía inicialmente Alemania) para la reconstrucción de sus socios. Merkel y Macron propusieron que la Comisión Europea, que comunicará oficialmente su plan el próximo 27 de mayo, financie ese apoyo endeudándose en los mercados “en nombre de la UE”. El dinero será volcado en gastos presupuestarios en los países europeos más afectados por la pandemia, como España e Italia. Los países beneficiarios no tendrán que reembolsar las ayudas.
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“Los países del norte (acreedores) se beneficiaron con el euro, que les garantizó estabilidad monetaria y financiera, y les permitió beneficiarse de los déficits del sur. La implosión del euro destrozaría sus economías también –afirmó a PERFIL Andrés Malamud, investigador de la Universidad de Lisboa-. Por eso, mutualizar la deuda y reconstruir a los países del sur es en su propio beneficio: se trata de racionalidad y autointerés, no de solidaridad”.
Sin embargo, Merkel enfrenta duras resistencias domésticas por su giro comunitario. “El carácter excepcional de la crisis no justifica que la Unión Europea arroje por la borda sus reglas y principios”, señaló el diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung en su último editorial. Alemania aportará 135 mil millones de euros del medio billón comprometido por Merkel y Macron. “Estoy sorprendido de que hagamos un giro de 180 grados y que, de repente, la Unión Europea pueda endeudarse”, disparó el diputado liberal Alexander Lambsdorff.
Para Malamud, Alemania debería expandir su demanda interna mediante aumentos salariales, a costa de más inflación, y, al mismo tiempo, permitir que el Banco Central Europeo (BCE) sostenga el euro financiando incondicionalmente a los países deudores. “Las limitaciones son la opinión pública (los alemanes prefieren la muerte a la inflación), el liderazgo político (el puritanismo alemán es inflexible: deuda y culpa se dicen igual, schuld) y el Tribunal Constitucional, que no acepta que el BCE intervenga incondicionalmente”, asegura.
Alemania asumirá la presidencia comunitaria en julio. Merkel, que cuenta con altos niveles de aprobación y gestionó con éxito la crisis sanitaria en su país, apuesta a sacar a la UE de una crisis que purga hace, por lo menos, cuatro años. La idea de una mutualización de las deudas cuenta con el respaldo del oficialismo alemán y de los Verdes, que se manifestaron a favor de los “coronabonos”.
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Sin embargo, el coronavirus no es la causa de la tensión de fondo en Bruselas, sino que desnudó la fragilidad previa del bloque. Malamud sostiene que las crisis europeas son anteriores al coronavirus: el Brexit, los nacionalismos autoritarios, los refugiados y el euro. “En 2020 ocurrieron por primera vez dos fenómenos: un estado miembro se retira -Reino Unido-, y otro se torna autoritario –Hungría-. Ambos acontecimientos expresan una reversión de curso”, explica. “A esto se le suma la crisis de los refugiados, que pueden desestabilizar gobiernos y que se administra mediante la complicidad con regímenes autoritarios extra regionales, y la crisis del euro, que puede acabar con el proyecto común y con la estabilidad financiera internacional”, agrega.
El tándem Merkel-Macron encontró un tratamiento viral para aliviar la crisis europea, pero se topó con la reticencia de países del norte y del centro, entre ellos Holanda, Dinamarca y Austria. El canciller austríaco Sebastian Kurz declaró que quiere ayudar a sus socios, pero “con préstamos y no con subvenciones”. Merkel no sólo batalla contra sus pares más ortodoxos, sino también con su electorado, que no quiere financiar con sus impuestos la reconstrucción de otros países.
Ante los reiterados pedidos de solidaridad de Pedro Sánchez y Giuseppe Conte, la canciller alemana apostó por mantener con vida a la Unión Europea, el vehículo más sofisticado para que Alemania proyecte su liderazgo en un orden internacional cada vez más difuso, conflictivo e incierto.