En la serie Yellowstone, Kevin Costner es John Dutton, un duro y conservador ranchero de Montana con la estampa de un viejo cartel publicitario de Marlboro, sin el cigarrillo. Defiende a punta de rifle su enorme estancia del tamaño del estado de Rhode Island. Tiene un montón de vacas, caballos, camionetas, un helicóptero. Y cuatro hijos, uno de los cuales, rebelde, rubiecito y pintón está casado con una chica nativa norteamericana, obviamente también hermosa.
Los dos tienen un hijo pequeño y viven en una casita en la reservación indígena que está casi en guerra con el rancho de Dutton. Unas vacas se cruzaron del lado equivocado del alambrado y llegará fatalmente el momento de los tiros entre indios y cowboys.
Para el hijo del viejo John será un momento de decisión. ¿Apuntará hacia el lado del padre o hacia el lado de su esposa y sus amigos de la reservación? En una escena de la serie, el abuelo de su esposa se acerca a la casa y le pide hablar a solas. Felix Long es anciano y es indio, por lo que –en base al estereotipo de Hollywood– cada vez que habla dice algo sabio.
“La Nación (india) se va a quedar con el ganado” que cruzó el alambrado desde el rancho, “tu padre intentará recuperarlas”, le dice el anciano al joven Kayce Dutton. “Él tiene todo el derecho, nosotros tenemos todo el derecho de tomarlo, así que ahora vamos a pelear”, resume.
Y sigue: cuando salgan todos a los tiros “serás juzgado por las acciones de tu padre, y si no haces nada, serás juzgado por eso también”.
Algo de eso viene pasando en Israel desde hace décadas. En lugar de indios y vaqueros se trata de judíos y árabes, de los actuales y de sus padres. Los de ahora en general conviven más o menos bien. Los israelíes árabes sufren algunos niveles de discriminación y un alto impacto de la delincuencia, pero los mejores brillan en el deporte, las ciencias, la política y la Justicia.
Los judíos de ahora son los hijos (más bien nietos y bisnietos) de los que fueron llegando a la Tierra Santa escapando de los pogroms y el nazismo. Inmigrantes que empezaron comprando tierras a los nativos, hicieron del desierto campos de vegetales, pero, en 1948, se quedaron también con lo que dejaban atrás los árabes que escapaban de la creación del estado de Israel.
En ese 1948 los países árabes se confundieron, salieron a la guerra contra los judíos pensando que eran los mansos y escuálidos de Europa y se encontraron en cambio con una versión moderna de los sangrientos guerreros de Josúe que pasaron por la espada a todos los habitantes de Jericó.
Con el tiempo, los árabes que se quedaron en Israel –en su mayoría de origen palestino– se fueron integrando, aunque con dificultades, a la sociedad de mayoría judía. Y este año parecía que iba a llegar el milagro de un partido político árabe formando parte de la coalición de gobierno.
Era el umbral de un momento histórico.
Hasta que estalló este nuevo round de enfrentamientos con Hamas que, al parecer, tocó un nervio dormido entre los israelíes árabes. Por eso en estos días se pueden ver inéditas escenas de violencia étnica, en Lod, en Beer Sheva, en Bat Yam... Judíos linchando a árabes, árabes linchando a judíos y quemando sinagogas.
El milagro posible se evaporó en pocos días: detrás de los famosos futbolistas, jueces, artistas, médicos y empresarios israelíes árabes hay un segmento de la población de Israel al que no le gusta Israel. El ruido constante en el inconsciente colectivo del 20 por ciento de los habitantes del país, atrapado entre una vida material muy superior a la de los árabes del resto de la región y el resentimiento de 1948.
En la misma escena de Yellowstone, el viejo Felix le siguió explicando la vida al joven Kayce. El hijo del ranchero le dice al indio anciano que, si llegan los tiros, él se quiere quedar en la reservación, porque allí están sus amigos.
Felix no está de acuerdo, le pide que se vaya al rancho de John con su esposa india y con su hijo, que los cuide.
¿Por qué debería irse?
“Hasta que encuentren la cura para la naturaleza humana –le explica–, un hombre debe estar junto a su gente... y nosotros no somos tu gente”.
Más allá del espejismo de la convivencia, los árabes israelíes parecen estar diciéndole a sus compatriotas judíos: “No somos tu gente”.
*Periodista especializado en temas israelíes.