Steve Bannon es el funcionario con más poder en el gobierno de Donald Trump. El jefe de estrategia de la Casa Blanca, cerebro de las medidas más controvertidas, tiene una influencia creciente y forma parte de la mesa chica de la nueva administración. Supremacista blanco, cuestionado por su racismo y xenofobia, goza de un estatus inédito en Washington: diseña las políticas en el ámbito doméstico, pero también integra el Consejo de Seguridad Nacional, donde el presidente, asesorado por militares y especialistas, evalúa cuál será la política exterior de los Estados Unidos.
El fulgurante ascenso de Bannon llamó la atención de la revista Time, que lo retrató en su portada de enero con el título “El gran manipulador”. En el artículo, el periodista David Von Drehle se pregunta si es el segundo hombre con más poder del mundo, detrás del presidente norteamericano. Trump alertó durante su campaña que sus seguidores conformaban un “movimiento” que cambiaría el orden de los Estados Unidos y se enfrentaría a la elite de Washington. En ese esquema, Bannon es el comisario político, el hombre que vela por la pureza de la doctrina, el titiritero que mueve los hilos de la estrategia política y comunicacional.
“Lenin quería destruir el Estado y ése es mi objetivo también. Quiero arrasar con todo, destruir al establishment actual”, declaró en 2014 a The Daily Beast. Su incendiaria y provocadora frase revela datos de su personalidad. Bannon se crió en una familia trabajadora de inmigrantes irlandeses católicos de Virginia. Fue oficial de la Marina estadounidense, banquero de Goldman Sachs, productor de documentales, magnate mediático y director de la campaña que llevó a Trump al poder. Pero nunca se sintió parte de la elite. Con un discurso de extrema derecha, misógino y xenófobo, convirtió al sitio de noticias Breitbar News en el vocero del movimiento Alt-Right, que aglutina desde “neoconfederados” que pregonan la segregación racial hasta neonazis.
Bannon se hizo millonario en Goldman Sachs y al adquirir los derechos televisivos de la serie Seinfeld. Tras su éxito comercial, el empresario apuntó hacia la política, en momentos en que el Tea Party irrumpía con fuerza en los Estados Unidos. Fascinado por la candidata a vicepresidenta Sarah Palin, le produjo una película biográfica titulada La invencible. Pero John McCain y Palin fueron derrotados por Barack Obama, y Bannon tuvo que buscarse un nuevo mesías.
El impensado Trump fue el elegido por el ideólogo de la extrema derecha. Bannon asumió el liderazgo de la campaña del magnate, en momentos en que los escándalos por abusos sexuales lo hundían en las encuestas. Jugó a todo o nada, aconsejando que su candidato fuera agresivo en los debates, atacara a los inmigrantes, a los que llamó “bad hombres”, y cortejara a los alicaídos y conservadores trabajadores blancos. La estrategia rindió sus frutos, y Trump se impuso en los estados que sufrieron la desindustrialización de la economía norteamericana.
Su ex esposa, Mary Louise Piccard, lo denunció por violencia de género. Y también aseveró que Bannon era antisemita: se había negado a enviar a sus hijas a un colegio privado porque allí estudiaban judíos, a los que llamó “mocosos llorones”. Además, fue denunciado por otras dos mujeres por acoso sexual y por despedir a una empleada que padecía esclerosis múltiple y estaba de licencia por maternidad.
Argentina. En un seminario en 2014 en el Vaticano, el asesor de Trump aseveró que en Argentina hay “un capitalismo de amigos de gente involucrada con los poderes militares”. Los artículos de su portal de noticias criticaron las políticas “marxistas y populistas” de Cristina Kirchner, al tiempo que atacaron a Francisco por su alerta sobre el cambio climático.
“Paren al presidente Bannon” se convirtió en una de las consignas preferidas por los manifestantes que se oponen al gobierno de Trump. El polémico asesor, autor del decreto que prohibió el ingreso de inmigrantes y refugiados de países de mayoría musulmana, amenaza a Estados Unidos y al mundo con más medidas incendiarias.