INTERNACIONAL
El retorno del poder militar

Jair Bolsonaro y los generales: las cuentas pendientes de Brasil con la democratización

La presencia de uniformados en el gobierno representa el fracaso en neutralizar políticamente a las Fuerzas Armadas, al contrario de lo que sucedió en Argentina. Galería de fotos

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bolsonaro militares | Cedoc Perfil

Desde que asumió la presidencia en enero de 2019, se estima que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, nombró casi 3.000 militares en puestos de gobierno, incluyendo algunos de los ministros más importantes de su gabinete. Esto despertó un debate sobre si Brasil hoy está gobernado por las Fuerzas Armadas. El discurso oficial es que, al no contar con cuadros políticos propios, el presidente, de origen militar, convocó al actor con el cual tiene más afinidad. Por su parte, las Fuerzas Armadas niegan estar participando en el gobierno en tanto institución, defendiendo que apenas cumplen la misión establecida por el presidente, sin necesariamente coincidir con su proyecto de gobierno. Pero a medida que Bolsonaro pierde aliados políticos y entra en conflicto con el poder judicial, los militares aparecen como los principales soportes de su gobierno. Al fin y al cabo ¿las Fuerzas armadas brasileñas son bolsonaristas?

Existen indicios de que los militares comparten una parte importante de las agendas del presidente. Pero más relevante aún para las perspectivas de mediano plazo de la democracia brasileña es entender que la participación de los militares en el gobierno de Bolsonaro refleja la intención de las Fuerzas Armadas de recuperar un rol político que la corporación tuvo en el pasado. Así, habría un retroceso en una de las transformaciones clave de la transición a la democracia: la neutralización política de los militares.

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Cuando Bolsonaro asumió la presidencia, parte de la prensa y de la clase política se ilusionaba con que los militares tutelarían al presidente, moderando sus impulsos y oponiéndose a sus agendas más radicales. Esa esperanza supone que el gobierno Bolsonaro está conformado básicamente por tres grupos – las denominadas “alas” – y que los militares representarían la parte más moderada y pragmática. La segunda sería el ala ideológica, conformada por los seguidores del ideólogo neoconservador Olavo de Carvalho, que incluye a los hijos del presidente y a sus ministros más excéntricos. La tercera es el ala neoliberal, comandada por el ministro de economía, Paulo Guedes.

Ahora bien, esa forma de analizar al gobierno puede exagerar las divergencias y subestimar las coincidencias entre los distintos grupos. En contraste, parece más razonable entenderlos como círculos que se intersectan, formando un área común de coincidencias, tanto de ideas como de objetivos e intereses.

Existen cada vez más indicios de que los militares y el ala ideológica comparten la demonización de los movimientos sociales, a los cuales identifican como agentes del “marxismo cultural”. En sintonía con los movimientos de ultraderecha de otros países, el ala ideológica entiende que el comunismo de post Guerra Fría se recicló y hoy actúa a partir del movimiento de mujeres, de la comunidad LGBT y de las organizaciones ambientalistas. Este discurso coincide con el pensamiento militar que identifica a las agendas sectoriales como debilitadoras de los verdaderos objetivos nacionales de Brasil. Para los militares de los 60 el desarrollo del país estaba amenazado por el movimiento obrero y el comunismo. Hoy, por las feministas, los gays y los ambientalistas. Las demandas de derechos son nuevas, pero el rechazo al pluralismo democrático es el mismo del siglo XX.

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También hay coincidencias con el ala neoliberal. Muchos civiles se espantan con la falta de preocupaciones nacionalistas de los militares en relación a la política de privatizaciones impulsada por Guedes. Pero algunos expertos han apuntado que las Fuerzas Armadas brasileñas abandonaron su tradicional preocupación con el desarrollo nacional autónomo gracias a la creciente interacción entre los uniformados y las escuelas de negocios brasileñas, impulsoras de la “agenda de reformas” que incluyen venta de empresas estatales, desregulación y mayor flexibilización laboral.

En resumen, decir que los militares conforman un ala puede ocultar hasta qué punto estos comparten aspectos importantes del proyecto bolsonarista. Sin embargo, la actual influencia de las Fuerzas Armadas en la política brasileña no se agota en Bolsonaro.

A pesar de los intentos por negarlo, queda cada vez más claro que, en algún momento de los últimos años, los militares brasileños volvieron a creer que la resolución de los problemas nacionales demanda el involucramiento de la corporación en la definición de los rumbos de la nación. Pero en lugar de regresar a la arena política por medio de un clásico golpe de estado, esta vez lo harían dentro de la normalidad institucional, buscando aliados entre los partidos. Lo más preocupante es que muchos políticos no ven con malos ojos esa hipótesis, siempre que el socio de los militares no sea el bolsonarismo. Esta ambigüedad sobre la participación de las Fuerzas Armadas en la política puede ser un problema más grave para la democracia brasileña que el propio Bolsonaro.

En los países que pasaron por dictaduras militares, la transición a la democracia supone, por un lado, la subordinación de las Fuerzas Armadas a las autoridades democráticas y, por otro, la realización de un pacto entre los civiles: nadie golpea las puertas de los cuarteles para resolver conflictos políticos. Sobre esta base se crean leyes e instituciones para garantizar la neutralidad política de los militares.

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En la democracia, no existe participación política de los militares buena o mala. Si las Fuerzas Armadas son un actor político, no hay democracia real, apenas es condicional: hasta que un lado se cansa de perder y llama a los militares, o hasta que estos deciden que el juego democrático está tomando una dirección contraria a sus expectativas y lo interrumpen.

Los políticos también tienen que hacer su parte. Las sociedades tienden a preferir regímenes autoritarios cuando se decepcionan de la performance de las democracias, lo cual se agrava en un contexto de pandemia, cuando a la frustración se le suma el miedo. Es crucial que los políticos y la sociedad civil eviten que las instituciones democráticas se deslegitimen por ineficiencia, corrupción o desconexión con las demandas ciudadanas. Las reformas que garantizan neutralidad de los militares y control civil sobre las Fuerzas Armadas son centrales, pero el mejor antídoto para el retorno del poder militar es una democracia que funcione para todas y todos.

*Doctora en Relaciones Internacionales. Profesora visitante en Universidade Federal de São Paulo (UNIFESP).