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Bush: verdad y mentira sobre Irak

Famoso por haber investigado junto a Carl Bernstein –cuando ambos trabajaban como reporteros para The Washington Post–, el caso Watergate, que concluyó con la escandalosa renuncia de Richard Nixon en julio de 1974, Bob Woodward vuelve a llamar la atención al hacer público el funcionamiento interno del actual gobierno estadounidense en los meses previos a la invasión de Irak. En Negar la evidencia demuestra cómo Bush selecciona los informes que favorecen sus planes e ignora los que no.

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BUSH, EL INEXPERTO. Segn Woodward, lleg al Poder Ejecutivo con menos experiencia en cargos gubernamentales que cualquier otro presidente desde Woodrow Wilson, en 1913. | Cedoc

Todo agente de inteligencia, desde los rangos inferiores hasta el director de la CIA, quiere ser un oráculo, ver el futuro con claridad, recolectar la más ardua información de inteligencia, mezclarla con el vudú y predecir lo que sucederá. Tenet creía que había hecho esto. Su deber más importante era prevenir una catástrofe, un problema o un ataque inesperado. Creyó haberlo visto, y pensó que lo había advertido de la manera más contundente posible. Sin embargo, no le habían hecho caso; la reunión con Rice había sido el punto culminante. Como señaló posteriormente Cofer Black: “Lo único que nos faltó fue apretar el gatillo de la pistola que le pusimos en la cabeza a Rice”.

Bush padre se preocupó por su hijo después del 11-S y llamó al príncipe Bandar. “Está en un momento difícil”, le dijo. “Por favor, ayúdale”. El 13 de septiembre, dos días después de los ataques, Bandar se reunió de nuevo con el presidente en la Casa Blanca. Cheney, Rice y Rihab Massoud, el asistente de Bandar, acompañaban al embajador y al presidente de los Estados Unidos en el Balcón Truman, situado en el segundo piso. En una fotografía del encuentro, Bush y Bandar aparecen con cigarros.

Los saudíes habían capturado a algunos sospechosos de Al Qaeda justo antes y después del 11-S. El presidente le dijo a Bandar: “Si capturamos a alguien y no logramos que coopere, se lo entregaremos a ustedes”.

Con estas palabras, el presidente expresó de manera casual lo que terminó siendo la política de sometimiento practicada por el gobierno norteamericano: llevar a los sospechosos del terrorismo de un país a otro para que fueran interrogados. La Constitución de los Estados Unidos contiene derechos y protecciones que prohíben interrogatorios sin restricciones a sus ciudadanos.

Pero en países como Arabia Saudita no había nada que se pareciera a la Constitución norteamericana; los sospechosos de terrorismo tenían muy pocos derechos. Aunque los saudíes lo negaron, la CIA creía que allí torturaban a los sospechosos para hacerlos confesar. Y luego de los atentados del 9/11, Bush quería que los detenidos hablaran.

Después del 11-S, el índice de popularidad de Bush subió del 55% al 90%, un aumento sin precedentes. El presidente fingió desinterés cuando Rove le mostró las estadísticas, aunque se suponía que el trabajo de este funcionario era asegurarse de que el amplio respaldo fuera utilizado de manera efectiva. Rove calculó que anteriormente, cuando la opinión pública respaldaba a los presidentes en tiempos de crisis, el aumento de la popularidad duraba de 7 a 10 meses.

Bush dejó en claro que su presidencia no giraría en torno al 11-S. “Así como la generación de mi padre fue llamada a combatir en la Segunda Guerra Mundial, nuestra generación está siendo llamada”, le dijo a Rove. Bush padre se había enlistado en la Marina en 1942, cuando cumplió 18 años, y piloteó aviones en el Pacífico. Lo habían derribado y había visto morir a varios amigos; había sido una experiencia formadora.

Bush hijo y Rove nunca habían combatido en una guerra, pero ahora, cuando tenían más de 50 años, sentían que estaban siendo llamados. “Estoy aquí por una razón”, le dijo Bush a Rove, “y nos juzgarán por esto”.

Ese era su nuevo plan.

El 21 de noviembre, un día antes del Día de Acción de Gracias y 71 días después de los ataques del 11-S, Bush le pidió a Rumsfeld que comenzara a actualizar el plan de guerra contra Irak.
“Comencemos de una vez”, recordó Bush haber dicho ese día, “y asegúrate de que Tommy Franks haga lo que sea necesario para proteger al país y derrocar a Saddam Hussein si es necesario”. El presidente se preguntó si este plan podría ser realizado y mantenido en secreto. Russell dijo que era posible, puesto que él estaba “refrescando” todos los planes de guerra de los Estados Unidos.

Ese día, Bush dio inicio formal a la cadena de eventos que 16 meses después conducirían a la invasión de Irak. El plan de guerra contra esta nación sufrió numerosos cambios luego de decenas de reuniones, muchas de ellas con el presidente y el gabinete de guerra, las cuales describí en mi libro Plan de ataque.

El plan de guerra contra Irak era el tablero de ajedrez en el que Rumsfeld ensayaría, desarrollaría, expandiría y modificaría sus ideas sobre la transformación militar. El concepto predominante era “menos es más”. Era una nueva concepción sobre una fuerza más liviana, pequeña, rápida y efectiva. La guerra relámpago de Russell reivindicaría su liderazgo en el Pentágono. El secretario era su principal arquitecto, así que dirigía las reuniones y los cambios. Su ejecutor de cabecera era el general Franks. Cuanto más, el general Myers operaba al margen. Aunque éste creía que lo mantenían informado y al tanto de todas las decisiones, no era un verdadero participante. En Soldado americano, las memorias escritas por Franks, Myers sólo aparece asistiendo o tomando notas en las sesiones para planear la guerra contra Irak. Franks, de 58 años, un texano de temperamento irascible que tenía fama de gritarles a sus subalternos cuando estaba impaciente, se refería abiertamente a los jefes del Estado Mayor como los “cabrones del Libro X”, pues creía que Myers y sus colegas eran básicamente irrelevantes en el proceso.

Un contraste importante con este proceso puede encontrarse en los documentos de la planeación de la Guerra del Golfo de 1991. Mi libro Los comandantes, así como las memorias de Powell, quien era el jefe del Estado Mayor, y H. Norman Schwarzkopf, quien era el comandante del Centcom en esa guerra, ilustran la diferencia.

Schwarzkopf declara que cuando Powell se desempeñaba en ese cargo, era su intermediario, consejero, contacto frecuente, asesor y psiquiatra. Cuando Saddam invadió a Kuwait en 1990, el presidente Bush padre ordenó la Operación Tormenta del Desierto, que incluía el despliegue de unos 250.000 soldados en el Oriente Medio para defender a Arabia Saudita. A finales de octubre de 1990, Bush y su secretario de Defensa Cheney querían saber cuántas tropas se necesitaban para ofrecer una opción ofensiva, es decir, para expulsar al ejército de Saddam de Kuwait. No se lo preguntaron a Schwarzkopf sino a Powell, quien voló a Arabia Saudita, donde Schwarzkopf se encontraba estacionado; éste dijo que necesitaba dos divisiones adicionales. Powell le envió cuatro en lugar de dos. Colin relató en sus memorias la conversación que tuvieron. “¿Portaviones? “Enviemos seis”. La idea era “hacerlo en grande y terminar rápido. No podíamos enfrascar a los Estados Unidos en otro Vietnam”. El plan para utilizar una fuerza abrumadora y garantizar así la victoria se conoció como la Doctrina Powell.

Powell les había dicho a Bush y a Cheney que necesitaban 200.000 hombres adicionales, lo que equivalía a duplicar las fuerzas que defendían a Arabia Saudita. El presidente Bush padre dijo: “Si eso es lo que necesitas, lo haremos”. Sin embargo, la situación era muy diferente en 2001. El presidente Bush hijo quería una opción para invadir a Irak y derrocar a Saddam, aunque había prometido una transformación militar durante su campaña presidencial. El y Rumsfeld querían una nueva modalidad para combatir las guerras. La Doctrina Powell había quedado atrás. Durante el año siguiente, convergieron dos ideas importantes en el Pentágono: un plan de guerra nuevo y “refrescado” contra Irak, como lo llamó Rumsfeld, y la transformación militar.
Después de la campaña de bombardeos contra Afganistán, el subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz llamó a Christopher DeMuth, un viejo amigo suyo que durante mucho tiempo había sido presidente del American Enterprise Institute (AEI), el think tank conservador de Washington. Antes de trabajar en el Pentágono, Wolfowitz era decano de la Escuela Paul H. Nitze de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins de Washington, también conocida como SAIS. El AEI y la SAIS, localizados a pocas cuadras entre sí, eran el foro para la “interpolinización” de muchos intelectuales.
El gobierno norteamericano, especialmente el Pentágono, era incapaz de generar el tipo de ideas y estrategias que se necesitaban para enfrentar una crisis de la magnitud del 11-S, le dijo Wolfowitz a DeMuth. Necesitaban ampliar su espectro para abordar las preguntas más importantes. ¿Quiénes son los terroristas? ¿De dónde salieron? ¿Qué relación tiene esto con la historia islámica, con la historia del Oriente Medio y con las tensiones contemporáneas de esa región? ¿Contra qué nos estamos enfrentando? Wolfowitz dijo que sus ideas eran semejantes a las del Bletchley Park, el grupo de matemáticos y criptógrafos conformado por los británicos durante la Segunda Guerra Mundial para identificar el código de comunicaciones alemán conocido como ULTRA. ¿Podría DeMuth conformar rápidamente un talentoso grupo que redactara un informe que recibirían Bush, Cheney, Powell, Rumsfeld, Rice y Tenet? Preguntarle a un think tank si estaba dispuesto a planear una estrategia para los políticos más importantes durante una crisis extraordinaria era como preguntarle a la General Motors si estaba dispuesta a vender otro millón de autos. DeMuth, un abogado suave y cortés que había estudiado en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago y era experto en regulaciones gubernamentales, aceptó con entusiasmo. El AEI era prácticamente la granja experimental de los intelectuales y la casa de retiro de los conservadores de Washington. Algunos de sus socios y académicos eran Newt Gingrich, antiguo presidente de la Cámara, y Lynne Cheney, la esposa del vicepresidente. A su vez, Dick Cheney también había sido socio del AEI entre sus temporadas como secretario de Defensa y como presidente de Halliburton, el gigante contratista de defensa.

DeMuth reclutó a 12 personas y posteriormente declaró que habían aceptado trabajar sólo “si yo les prometía que todo se mantenía en secreto”. Algunos de los miembros de este grupo eran Bernard Lewis, favorito de Cheney y experto en el islam, quien había escrito ampliamente sobre las tensiones entre el Oriente Medio y Occidente; Mark Palmer, ex embajador norteamericano en Hungría y especialista en dictaduras; Fareed Zakaria, editor de la revista Newsweek International y columnista de Newsweek; Fouad Ajami, director del programa de estudios sobre el Oriente Medio en el SAIS; James Q. Wilson, profesor y especialista en moral humana y criminalística, y Reuel Marc Gerecht, un antiguo experto de la CIA en el Oriente Medio. Rumsfeld envió a Steve Herbits, su asesor y solucionador de problemas generales, para que participara. Herbits, quien había concebido la idea original y había invitado a Wolfowitz a desarrollarla, bautizó al grupo “Bletchley II”.

La noche del jueves 29 de noviembre de 2001, DeMuth se reunió con el grupo en un lugar seguro de Virginia durante el fin de semana, y los participantes compartieron sus escritos. A DeMuth le sorprendió el consenso que había entre el grupo. Permaneció despierto hasta altas horas de la noche del domingo, reflejando sus pensamientos en un documento de siete páginas a un solo espacio, titulado “Delta del terrorismo”. La palabra “delta” se utilizaba en el sentido geográfico, para representar la boca de un río desde la que todo fluye.

En una entrevista, DeMuth se negó a suministrar una copia de su documento, pero aceptó enumerar sus conclusiones.

“Lo que vimos en los ataques del 11-S y en otros sucedidos en los años 90, como el efectuado contra el USS Cole –en el cual murieron 17 integrantes de la Marina– demuestra que había una guerra en el interior del islam y en toda la región. Era un problema profundo, y el 11-S no fue un acto aislado que requería el establecimiento de políticas y el combate al crimen.” Era un terrorismo diferente de la versión de los años 70, donde había facciones locales como las Brigadas Rojas de Italia. En términos generales, el informe concluía que los Estados Unidos probablemente se enfrascarían en una batalla con el islam radical, que se prolongaría por dos generaciones. “La conclusión general era que Egipto y Arabia Saudita, de donde provenía la mayoría de los secuestradores, eran la clave, pero que los problemas que había allí eran insolubles. Irán era un caso diferente, ya que mostraba una tendencia más definida y había establecido un gobierno radical”. Sin embargo, la manera como debían enfrentar a este país era igualmente difícil, declaró. Saddam Hussein era distinto, más débil y vulnerable. DeMuth dijo que habían concluido que el “baathismo era una modalidad árabe del fascismo trasplantada a Irak”. El Partido Baath, controlado por Saddam Hussein, había gobernado a Irak desde 1968.
“Concluimos que la confrontación con Saddam era inevitable. El era una amenaza creciente, la más peligrosa, activa e inevitable. Coincidimos en que Saddam tendría que desaparecer del panorama antes de enfrentarnos al problema.” Era la única manera de reformar la región.

Las copias del informe, salido directamente del ensayo de estrategias neoconservadoras, fueron entregadas personalmente a los miembros del gabinete de guerra. En algunas instancias se otorgó al informe la clasificación SECRETA. A Cheney le gustó el documento, el cual le produjo un fuerte impacto al presidente Bush y lo obligó a concentrarse en la “malignidad” del Oriente Medio. A Rice le pareció “bastante persuasivo”. Rumsfeld dijo posteriormente que recordaba el plan general, pero no los detalles del informe. Su intención era, dijo él,
“reunir algunas mentes privilegiadas en un entorno significativamente confidencial que le ofreciera un contenido intelectual” a la era posterior al 11-S.

Herbits estaba muy satisfecho con los resultados del grupo Bletchley II, pero Rumsfeld no le otorgó carácter permanente al grupo. Resumiendo sus conclusiones, Herbits dijo: “Estamos enfrentados a una guerra de dos generaciones. Y comenzaremos con Irak”.