El episodio de los abruptos cortes televisivos en la emisión del monólogo mentiroso del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, plantea un dilema de compleja resolución y al mismo tiempo un análisis de la censura como acto represivo ante manifestaciones que no coinciden con: 1) la verdad; 2) la verdad según creemos que es; 3) la verdad unívoca del poder dictatorial.
*En el primer caso, estaremos ante lo opuesto: la mentira. Si quien habla es un claro mentiroso que está aprovechando la masividad de los medios para engañar a las audiencias, es privativo de quienes conducen esos medios el seguir dándole o no soporte comunicacional al protagonista, aunque ello conlleve el riesgo de cometer una histórica equivocación.
*En el segundo caso, lo que dice el protagonista y lo que cree quien difunde sus dichos no coinciden en la valoración de verdadero-falso; en tal caso cortar la emisión es un acto claro de censura ejercida por quien tiene el poder de ordenar cómo se administra la botonera de la consola.
*En el tercer caso, la decisión no deja margen para la duda: si Hitler, Pinochet, Videla o algún otro tirano del signo que fuere pretende convencer a la audiencia de sus delirios imperiales, silenciar el micrófono y apagar la cámara es un acto de estricta justicia.
Se me pregunta qué hubiese hecho yo en la posición de quienes manejaban las botoneras en los canales que sacaron del aire a Trump. No, no lo hubiese censurado, pero sí hubiese cruzado su imagen con un insert muy visible ante cada una de las mentiras del presidente. Y luego, una vez terminada su exposición, hubiese dedicado parte del espacio a enfatizar la conducta inapropiada (por no decir criminal) de Donald Trump, explicando los porqués de esa postura. Es decir: no censura previa, sí censura argumentada a posteriori.
*Ombudsman de PERFIL.