Desde Beijing
Luego de varias semanas de negociaciones infructíferas, la llamada “guerra comercial” entre los Estados Unidos y China tendrá la semana próxima su hora cero. El viernes entrarán en vigor los aranceles de 25% impuestos por Donald Trump a importaciones chinas por 34 mil millones de dólares. Beijing promete tomar represalias del mismo calibre, lo que a su vez llevaría a nuevos gravámenes de Washington. Las plazas financieras internacionales observan con pavor la inminencia de una espiral de ataques y contraataques comerciales entre las dos mayores economías del mundo.
Trump identifica el déficit comercial de los Estados Unidos como el mayor desequilibrio macroeconómico del país y, por tanto, como fuente de los males de su electorado. China representa casi el 70% de ese déficit en la balanza. Por eso, mientras el mandatario insiste en que su par chino, Xi Jinping, es un “gran amigo”, sus funcionarios encargados del frente externo asumen el tono duro y acusan al país asiático de robar propiedad intelectual e incurrir en prácticas comerciales desleales.
Los nuevos impuestos que correrán a partir del 6 de julio se anunciaron hace dos semanas. Los gravámenes pesarán sobre rubros como la industria automotriz, la fabricación aeroespacial, las tecnologías de la información y comunicación, robótica y maquinaria. Al menos por ahora, quedan excluidos artículos de consumo masivo como smartphones y televisores.
Inmediatamente después del anuncio de la Casa Blanca, China respondió con la imposición de tasas del 25% a importaciones agrícolas estadounidenses por 50 mil millones de dólares. A eso le siguió una nueva amenaza de Trump, quien habló de aranceles adicionales de 10% a productos chinos por 200 mil millones de dólares, lo que fue calificado como un “chantaje” por el gobierno chino.
“Este conflicto se debe a decisiones del gobierno estadounidense que van contra nuestros acuerdos previos –dijo a PERFIL Zhao Kun, directora de división del Departamento de Economía de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma–. Nosotros no queremos esta guerra comercial, pero tampoco le tenemos miedo. Vamos a responder a cualquier acción de los Estados Unidos con un contraataque al mismo nivel”.
El gobierno de Xi deja entrever que las represalias podrían ir más allá del comercio. Las opciones en bandeja van desde limitar el turismo chino hacia los Estados Unidos hasta jugar con el valor del tipo de cambio o con el ritmo de compra de deuda pública estadounidense, lo que podría desatar turbulencias financieras de escala global.
La pregunta ahora es si China tiene resto como para soportar una guerra comercial contra un país que, al fin y al cabo, sigue siendo la primera potencia del mundo. En opinión del profesor Niu Huayong, director de la Escuela de Negocios Internacionales de la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing, “el tamaño de su economía y la importancia de sus compras para China dan una leve ventaja a los Estados Unidos en las negociaciones”. Esa es la razón por la que, hasta ahora, “el gobierno chino siempre respondió a las provocaciones de Trump apostando a la búsqueda de un entendimiento como primera opción”.
Beijing se muestra dispuesto a un TLC con el Mercosur
Mientras escala su conflicto comercial con los Estados Unidos, China busca otros destinos donde colocar sus exportaciones. El gobierno chino tomó nota de que, en la última cumbre del Mercosur, se discutió sobre la conveniencia o no de pensar en un futuro Tratado de Libre Comercio (TLC) con el país asiático. Beijing cree que, para avanzar realmente en esa dirección, aún se necesita “fortalecer la coordinación interna y el consenso” entre los miembros del bloque sudamericano, según dijo a PERFIL la oficina del vocero de la Cancillería china.
“Los acuerdos como el TLC favorecen el sistema de comercio multilateral y el desarrollo económico de los países –señaló la Cancillería–. China promueve una postura abierta y está preparada para llevar adelante conversaciones relevantes con el Mercosur”.
En la última cumbre del bloque, en Asunción, se debatió sobre la posibilidad de negociar un TLC con China, como alternativa al estancamiento de los diálogos con la Unión Europea. El gran promotor de esa iniciativa es Uruguay, que acaba de asumir la presidencia pro témpore del Mercosur. Uno de los mayores obstáculos para esos planes sería el hecho de que uno de los miembros del bloque, Paraguay, mantiene relaciones diplomáticas con Taiwán.
Por el lado de Brasil y Argentina, el mayor condicionante es la presión de los industriales locales que temen a la competencia china sin aranceles. Aún así, sus gobiernos no se cierran a iniciar diálogos exploratorios. Al menos así lo expresó esta semana el canciller argentino, Jorge Faurie.