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Brasil

Cien días de Bolsonaro: un paracaidista en Brasilia

Al cumplirse los primeros cien días del actual presidente de Brasil, se comienzan a develar varios interrogantes sobre la gestión de extrema derecha latinoamericana.

Brazil's Bolsonaro Eases Gun Laws and Woos Weapon Makers
Brazil's Bolsonaro Eases Gun Laws and Woos Weapon Makers | Bloomberg

Al cumplirse este miércoles los primeros cien días de gobierno del ex paracaidista Jair Bolsonaro se pueden sacar algunas conclusiones de lo que fue y lo que será su gestión del gigante sudamericano. Primeros cien días que comienzan a develar el interrogante formulado allá por octubre pasado respecto a cómo sería el gobierno del hasta entonces poco conocido exponente de la extrema derecha latinoamericana. 

En primer lugar, cuando Bolsonaro arrasó en la primera vuelta del 7 de octubre de 2018 con el 46% de los votos despertó el temor de muchos en relación a la violencia debido a sus recurrentes ataques a las minorías y los efectos que ese discurso pudiera tener en la sociedad. Un ejemplo que resonó en la Argentina tuvo lugar aquí en Pernambuco, cuando los organizadores del Festival CumpliCidades decidieron quitar de la programación a la obra Puto” del argentino Ezequiel Barrios. Según explicaron los organizadores del evento, la decisión se tomó por precaución debido al clima de persecución contra la población LGBT en las semanas siguientes a la primera vuelta. Sin embargo, transcurridos los cien días de gobierno ese clima de violencia social directamente asociada a la elección de Bolsonaro (en tanto legitimador de la violencia sobre las minorías) se disipó. En cambio, la elección de Bolsonaro tuvo sí efecto en la violencia policial, fogoneada por el discurso de mano dura sobre todo en Río de Janeiro y San Pablo. Los gobernadores de estos estados así como el propio Bolsonaro han felicitado en más de una ocasión a policias que abaten delincuentes. El domingo pasado en Río de Janeiro una patrulla del Ejército abrió fuego contra un auto en el que viajaba una familia entera, al confundirlo con delincuentes. Fueron cerca de ochenta disparos contra el auto y el saldo de un muerto y dos heridos. La familia se dirigía a un baby shower. Los militares serán juzgados por la Justicia Militar. En ese contexto el paquete de leyes presentado por el ministro de Justicia y Seguridad, Sergio Moro, al Congreso Nacional amplía la legítima defensa para los policías con la posibilidad de que se los exima de pena si actúan bajo “excesivo miedo, sorpresa o emoción violenta”. Un punto que ha sido llamado por sus críticos de “licencia para matar”.

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En lo que a la política se refiere, y volviendo a comparar el presente con la elección de octubre, el punto más importante es que Jair Bolsonaro ha perdido la posibilidad de convertirse en el líder indiscutido de la nueva derecha brasileña. La ola derechista que se expresó en las elecciones coronó gobernadores de derecha en los tres estados con más electores. En San Pablo, que tiene 33 millones de electores, lo que corresponde al 22,4% del padrón, la ola derechista eligió a João Doria luego de que Bolsonaro hiciera explicito su apoyo. En Minas Gerais el partido NOVO obtuvo su primer gobernador de la mano del empresario Romeu Zema. Un juez con un discurso casi idéntico al de Bolsonaro ganó la gobernación de Río de Janeiro, Wilson Witzel. El PSL de Jair Bolsonaro obtuvo los primeros tres gobernadores de su historia. Con excepción del nordeste, la centro-derecha y la derecha predominaron en las gobernaciones de todas las regiones del país. Sin embargo, los nuevos gobernadores de derecha, que ganaron en octubre pegándose a Bolsonaro, hoy comienzan a tomar distancia. El caso más importante es el de João Doria, de San Pablo, que se encuentra a su vez en plena disputa con el ala histórica del PSDB por el control del partido. En este poco tiempo Bolsonaro ha perdido la capacidad de encolumnar a esos gobernadores detrás de sí debido a sur falta de liderazgo y a un gobierno con más ruidos que hechos. 

Carlos Pereira, politólogo da la Fundación Getúlio Vargas, realizó un trabajo en el que sitúa al legislador mediano de la nueva Cámara de Diputados en la centro derecha. Para Pereira, estaban dadas todas las condiciones para que Bolsonaro articulase una amplia base de sustentación en el Congreso a partir de la afinidad ideológica. Pero esa posibilidad fue desperdiciada porque el presidente rechaza la formación de coaliciones y la asocia al toma lá dá cá (toma y daca) de “la vieja política”. Hubiera sido inteligente formar tal coalición, aislar al PT y los partidos de la izquierda y consolidarse como el liderazgo de la ola de derecha y la crítica a la clase política. La oportunidad de esto último ha sido desperdiciada en estos cien días de gobierno. La posibilidad de formar una coalición aún está abierta, aunque distante. 

El segundo dato político de estos cien días es que efectivamente ha tenido protagonismo el enfrentamiento de Bolsonaro con la llamada vieja política. Facundo Cruz describió en octubre pasado los trazos del dilema que enfrentaría el nuevo gobierno: respetar el deseo de su base electoral, renegando del sistema político y la partidocracia, o mantener el status quo y ceder a los incentivos del sistema que terminarían por convertirlo “en uno más, y no en uno distinto”. La estrategia de Bolsonaro rompió con el tradicional presidencialismo de coalición brasileño que garantiza la gobernabilidad mediante la incorporación de otros partidos al gobierno. Ante ese escenario, un Congreso Nacional fragmentado no solo pone en riesgo la agenda del gobierno sino también, en un futuro, la propia supervivencia. Los impeachment a Fernando Collor de Melo (1992) y Dilma Rousseff (2016) tienen más en común el enfrentamiento de estos con el Congreso y la pérdida de apoyo popular que haber infringido la ley 1079/50, que define los “crimenes de responsabilidad” por los cuales se puede llevar adelante el juicio político o impeachment. Tal ley es demasiado amplia e imprecisa, por lo que lo decisivo no es tanto su incumplimiento como la voluntad del Congreso. El propio Bolsonaro con el tuit sobre la lluvia dorada ya incurrió en uno de los 69 crímenes listados: “proceder de modo incompatible con la dignidad, la honra y el decoro del cargo”.

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La conclusión de estos primeros cien días es que Bolsonaro transita y continuará transitando esa lógica de enfrentamiento “nueva versus vieja política” por momento tensionando y por momentos distendiendo la relación con los partidos y sus líderes, sobre todo en el Congreso. La estabilidad que le brindaría una coalición hoy es algo lejano, e incluso, dado los enfrentamientos que han sucedido hasta acá, es probable que de existir alguna coalición en el futuro esta se encuentre muy lejos de ser mayoritaria. 

Bolsonaro hasta aquí se ha dado el lujo de enfrentarse a la clase política sin sufrir un costo alto, en primer lugar porque ha sido recientemente electo. Hablar de impeachment a esta altura es golpismo, dijo Gleisi Hoffmann, presidente del PT mientras colaboraba a instalar ese fantasma en el horizonte del gobierno. En segundo lugar, el enfrentamiento Ejecutivo/Congreso ha sido morigerado porque está preeminentemente instalada en la agenda pública la necesidad de una reforma previsional, para la cual es necesaria una mayoría especial de 3/5. A los cortocircuitos entre Bolsonaro y el Congreso le han seguido un fuerte loby de parte de los grandes empresarios brasileños para que los congresistas cooperen con la reforma. Por ello, la presión por la reforma previsional al mismo tiempo que apremia al gobierno le otorga la ventaja de que es una presión compartida con el Congreso. Que el Congreso inviabilice la reforma del sistema previsional sería más leña al fuego de la antipolitica (cuyo humo es Jair Bolsonaro), incluso cuando se trata de una reforma impopular. Las presiones del establishment económico y el diagnóstico ampliamente extendido sobre la necesidad de tal reforma presionan para que tenga lugar “alguna” reforma. La falta de articulación política del gobierno y su enfrentamiento con lo que Bolsonaro llama de vieja política hace que la reforma tal como está propuesta sea inviable. Por ello es probable que tenga lugar una reforma mucho más conservadora que la enviada al Congreso por el gobierno.

En cuanto al apoyo ciudadano al gobierno estos cien días han mostrado una persistente caída en el índice de aprobación. Habiendo iniciado su gestión  con cerca del 50% de aprobación, hoy está en torno al 30%. El apoyo al gobierno a su vez debe dividirse entre los que conforman su núcleo, los bolsonaristas, y aquellos que lo votaron y lo apoyan sobre todo en función del antipetismo. Para Guillermo Raffo, consultor político residente en San Pablo, la pérdida de apoyo a Bolsonaro se encuentra entre aquellos que lo votaron por representar una oposición al PT y que esperaban un gobierno más ordenado y con más foco en resolver los problemas concretos de sus vidas como la economía y la seguridad. Raffo estima el núcleo duro del bolsonarismo en torno al 17/20% que tenía antes de comenzar la campaña. 

En estos cien días la tendencia de Bolsonaro ha sido replegarse sobre sí mismo y esa base de apoyo propia, que aunque importante (sobre todo habida cuenta de que es una extrema derecha) no deja de ser minoritaria. La flexibilización de la tenencia de armas, la polémica en torno a la conmemoración del golpe, el permanente ataque a los medios de comunicación, son algunos de los hechos que no construyen más allá de su base de apoyo. En cambio, la embestida contra el gobierno venezolano, la aproximación a Estados Unidos y la presentación del paquete de leyes anticrimen del ex juez Sergio Moro, son medidas muy bien vistas más allá de su base. De todas formas la posibilidad de crear un proyecto mayoritario y sustentable de la derecha con Bolsonaro comienza a achicarse, tal como muestran las encuestas, por las propias polémicas del gobierno y los pocos indicios de resolver algo de la economía. Sin embargo, en tanto no aparezca otro liderazgo ajeno al Partido de los Trabajadores, Bolsonaro seguirá siendo la única opción para esa mayoría antipetista que lo colocó en la presidencia.

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Estos cien días han dejado también en claro las dificultades del Partido de los Trabajadores para aproximarse a otros partidos de la izquierda como el PDT de Ciro Gomes. Con Lula preso (que por su carisma y liderazgo es más que el PT) o con Lula libre el partido necesita una renovación de su dirigencia, de su articulación con los movimiento sociales y también de su imagen. La política requiere la capacidad de construir mayorías y la pérdida de esa capacidad quedó demostrada en las elecciones, cuando los brasileños prefirieron tirar la moneda al aire con Bolsonaro con tal de mantener apartado del poder al Partido de los Trabajadores. 

Aquellos que prefirieron al malo por conocer antes que al muy malo conocido lentamente comienzan a ver con desaprobación al nuevo gobierno. Sin embargo, según Datafolha a cien días de su inicio el 59% de los brasileños aún considera que Bolsonaro realizará un óptimo o buen gobierno. Pero en cien días dos ministros han sido eyectados, otro está en la cuerda floja (el de Turismo), y el de Economía llegó a expresar que sin el apoyo de Bolsonaro a la reforma previsional dejaría el cargo sin problemas. El estilo grotesco sin dudas continuará al igual que las importantes disputas internas. Ante ese panorama el optimismo de ese 59% parece guardar también cierta expresión de deseo. La clase política más tradicional, aquella a la que Bolsonaro ataca y llama de “vieja política”, esperará el momento para, como dicen en Brasil, darle el vuelto. Por su lado, hoy Bolsonaro parece menos un Presidente de la República y más un paracaidista en Brasilia.