Desde Beijing
En plena guerra comercial entre China y Estados Unidos, y en medio de las turbulencias cambiarias en las economías emergentes, los mercados miran con atención al yuan, que esta semana tocó su cotización más baja en el último año y medio. Por ahora, Beijing prefiere evitar una devaluación mayor de su moneda, una especie de “botón rojo” en la disputa con Washington que mejoraría la competitividad de las exportaciones chinas, pero que podría generar inestabilidad financiera en este país. Y que aumentaría la presión devaluatoria sobre terceras naciones vulnerables, como Argentina.
El yuan se depreció hasta tocar el valor de 6,94 por dólar el miércoles pasado. Por el momento sigue debajo de la barrera psicológica de 7 por dólar, que jamás sobrepasó en la última década. El gobierno de Xi Jinping dice que no quiere que la guerra comercial se convierta en una guerra de divisas. Aun así, en la prensa estadounidense se preguntaban esta semana si no es hora de que Donald Trump le marque la cancha a China, al menos con un tuit quejándose por la depreciación de su moneda.
En Estados Unidos toman nota de que, en los últimos tres meses, el yuan se devaluó un 8% frente al dólar. El banco central de China flexibilizó su política monetaria en un marco de desaceleración económica y fricciones comerciales. El gobierno chino no empujó la devaluación, pero tampoco intervino con acciones drásticas para evitarla, como hubiera hecho en otro contexto. El banco central fija un tipo de cambio de referencia y las operaciones de compraventa no pueden desviarse de él más de 2%. Las autoridades dicen que el valor oficial atiende a las “tendencias del mercado”.
Por ahora, el nivel de depreciación resultó tolerable para el gobierno chino. Pero el mensaje parece ser “hasta acá llegamos”. Un día después del piso alcanzado el miércoles, el yuan volvió a subir impulsado por la noticia de que una delegación china viajará a fin de mes a Estados Unidos para retomar las negociaciones comerciales, y por un tipo de cambio fijado por el banco central más fuerte de lo que se esperaba, interpretado como señal de contención.
“Aunque es posible que el yuan mantenga la tendencia a la baja, es improbable que el gobierno utilice la moneda como un arma en la guerra comercial –dijo a PERFIL Niu Huayong, economista y director de la Escuela de Negocios Internacionales de la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing–. China está en una posición de desventaja y lo que necesita es negociar”.
Oficialmente, China insiste en esa tesis. “La cotización de nuestra moneda responde principalmente a la oferta y la demanda, y el banco central no la utilizará como herramienta contra disrupciones externas, como las fricciones comerciales”, publicó la semana pasada el banco central en su último informe de política monetaria. La cuestión es si creerle o no.
Beijing tiene buenas razones para no apretar el “botón rojo”. Además del efecto inflacionario, que podría impactar sobre el consumo en un momento de desaceleración económica, una devaluación mayor podría configurar un cuadro financiero inestable con fuga de capitales y aumento de las deudas en dólares de las empresas chinas. Al mismo tiempo, sería una mala noticia para la intención del gobierno chino de internacionalizar el yuan.
Una depreciación abrupta del yuan es inconveniente. Pero ¿por qué no una a cuentagotas? “Si el único campo de batalla en la guerra comercial es el golpe a golpe arancelario, Beijing se verá superado, por lo que sería lógico que China llevara el conflicto a otros terrenos –publicó esta semana The Financial Times–. Una devaluación paulatina del yuan sería una buena estrategia de defensa. Las autoridades chinas parecen bastante seguras de poder debilitar su moneda sin dispararse en el pie y desatar una fuga masiva de capitales, en parte por la red de restricciones que impusieron a la salida de capitales en 2017. Ahora podrían desplegar un arma monetaria mucho más efectiva que algunos años atrás”.
En cualquier caso, la tendencia del yuan es otro factor de preocupación para los países emergentes y, en particular, para los que tienen alto déficit comercial con China, ya que sufrirán una mayor presión devaluatoria para no perder competitividad. En el caso de Argentina, además, se desvalorizarían las reservas en yuanes que tiene el Banco Central desde que se firmó el swap cambiario con Beijing.