Puede que cada noche en Bruselas, al apoyar su cabeza en la almohada, Carles Puigdemont imagine cómo será su regreso triunfal a la Generalitat. Asomado al balcón, vivado por miles de independentistas, soñará con emular a Josep Tarradellas, el ex president en el exilio, que al regresar a la Plaza Sant Jaume pronunció la célebre frase: “Ciudadanos de Cataluña, ya estoy aquí”.
Pero hay diferencias históricas innegables entre aquella coyuntura y la actual, comenzando por la más obvia: Tarradellas se exilió por la dictadura franquista y Puigdemont huyó de la justicia, tras desafiar al Estado de derecho en democracia. Hay otra, mucho menos evidente y, por lo tanto, más discutible. El veterano dirigente regresó en 1977 para restaurar el autogobierno catalán. Puigdemont, hoy por hoy, es la principal traba para que eso suceda en Cataluña, según creen en Esquerra Republicana (ERC). Él sostiene que es el “president legítimo”, destituido por la aplicación de Mariano Rajoy del artículo 155, y que su investidura sería la única forma de restaurar las instituciones. Pero la orden de captura que pesa en su contra es la espada de Damocles que bloquea su presidencia.
Lo cierto es que, por ahora, es incierto quién gobernará Cataluña. El presidente del Parlamento, Roger Torrent, suspendió la sesión en la que el independentismo pretendía investir “a distancia” a Puigdemont. Esa decisión revela una fuerte tensión al interior de la coalición independentista. De un lado, el ex presidente y su círculo íntimo pretenden forzar su investidura a cualquier costo, desafiando a Madrid y al Tribunal Constitucional (TC). Los antisistema de la CUP lo apoyan, seducidos por su postura irreductible. Del otro, ERC se siente forzada a respaldar a su aliado, pero desearía frustrar lo que percibe como un proyecto inviable y personalista. “Los independentistas quieren que el Estado les quite a Puigdemont de en medio”, reveló el ex vicepresidente socialista Alfredo Pérez Rubalcaba.
Esa disputa desnuda las facturas pendientes que dejó el procés en el independentismo, profundizadas por los 12 mil votos de distancia que el ex president le sacó a los republicanos. Puigdemont no olvida cómo lo catalogaron de “Judas” cuando intentó dar marcha atrás y convocar a elecciones. Junqueras, en prisión, imputado por rebelión y sedición, no perdona la huida a Bruselas y la poca solidaridad de su otrora socio.
Las alternativas son pocas. Puigdemont es investido presidente; retira su candidatura –lo que parece improbable- y los independentistas nominan a otro dirigente; apela a la opción “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, ungiendo un nuevo candidato –el detenido Jordi Sánchez, según reveló El Confidencial- que responderá solo a sus órdenes; o precipita la convocatoria a nuevas elecciones. En tres de ellas, el líder de Junts per Catalunya (JxC) tiene todas las de ganar y ERC todas las de perder. El diputado Joan Tardá explicitó la incomodidad de los de Junqueras: “Es imprescindible tener Govern, si hay que sacrificar al presidente Puigdemont, tendremos que sacrificarlo”.
Por lo pronto, el independentismo no discute una nueva hoja de ruta para la independencia de Cataluña, sino quién sacará más tajada en el reparto del poder. Mientras su electorado aún sueña con una “Catalunya Lliure”, su dirigencia sacrifica el autogobierno en el altar del “president legítimo” Carles Puigdemont.