En un maratón especialmente intenso, tuve oportunidad de mantener sendos encuentros personales y cara a cara con el principal jefe militar de Colombia y con el comandante de la Armada. Difícil imaginar mayor privilegio periodístico.
Ahora que el rescate de Ingrid Betancourt ya es el primer capítulo de una leyenda, y mientras que en la Argentina una prensa poco informada y visiblemente seducida por la mitología de la FARC sigue barruntando reticencias indecentes, corresponde rearmar el tablero de las explicaciones.
El hombre clave. Comandante General de las Fuerzas Militares (ésa es su denominación precisa) Freddy José Padilla de León es la figura clave para comprender el ángulo operativo, pero también la fuente de algunas conclusiones especialmente importantes.
Después de haber tenido oportunidad de ingresar años atrás en las sedes del alto mando israelí en Jerusalén y del Departamento de Estado en Washington, puedo decir que lo que vi en Bogotá es insuperable en materia de rigor, minuciosidad y estricto cumplimiento de las normas más abrumadoras de control.
Finalmente, tras tres horas de una amansadora disciplinante, Padilla se prestó a conversar conmigo. Borceguíes y fatigas de camuflaje, la etiqueta con su apellido y el arma, Ejército, cosidas en su pechera, y la denominación de Lanceros en uno de sus antebrazos, este general padre de cuatro mujeres y un varón, es todo lo contrario del troglodita bestial que simbolizaba a un alto oficial de contrainsurgencia en el turbulento pasado de América latina.
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