El papa Francisco invistió ayer a veinte cardenales, entre ellos el primero de Paraguay, con la mirada puesta en el día en que la Iglesia tenga que designar su sucesor.
Los nuevos cardenales se arrodillaron ante el Papa para recibir la birreta roja cardenalicia, así como el anillo y el título. A la ceremonia asistieron solo 19, ya que el arzobispo de Ghana, Richard Kuuia, tuvo que ser hospitalizado tras llegar a Roma por problemas cardíacos.
“Un cardenal ama a la Iglesia, siempre con el mismo fuego espiritual, ya sea tratando las grandes cuestiones como ocupándose de las más pequeñas, ya sea encontrándose con los grandes de este mundo como con los pequeños, que son grandes delante de Dios”, afirmó el Papa al abrir el acto solemne en la basílica de San Pedro, en el Vaticano.
El pontífice argentino, de 85 años, que lidia con los achaques de la edad y no descarta renunciar por razones de salud, prepara el futuro de la Iglesia con la “creación”, según el término religioso, de estos 20 cardenales, 16 de ellos con derecho a votar en el cónclave que designará al próximo jefe de los católicos.
La inmensa basílica estaba colmada por los purpurados procedentes de todo el mundo, convocados para una reunión paralela e inédita de dos días, mañana y el martes.
Esa reunión estará oficialmente dedicada a la reforma de la Constitución pontificia, aprobada en marzo y en vigor desde el 5 de junio. Pero para muchos se trata de una suerte de precónclave para que los cardenales hagan un balance de la situación de la Iglesia y se conozcan entre sí.
África, Asia y América Latina. Entre los 16 cardenales con menos de 80 años que recibieron el título de “príncipe de la iglesia” figuran religiosos de India, Singapur, Mongolia y Timor Oriental, entre otros países.
Se destacan también tres latinoamericanos: el arzobispo de Brasilia, Paulo Cesar Costa; el de Manaos (norte de Brasil), Leonardo Ulrich, primer cardenal de la región amazónica; y el de Asunción, Adalberto Martínez Flores, primer cardenal de Paraguay.
Entre los mayores de 80 años que recibieron el título cardenalicio figura el arzobispo emérito de Cartagena de Indias (Colombia), Jorge Enrique Jiménez Carvajal. Los nuevos purpurados “representan a la Iglesia de hoy, con una fuerte presencia en el Hemisferio Sur”, donde vive el 80% de los católicos, subrayó el vaticanista Bernard Lecomte.
Al término de su octavo consistorio, casi uno por cada año de papado que se inició en 2013, Francisco habrá elegido 83 cardenales del total actual de 132 electores, es decir, casi dos tercios. Una cifra determinante en caso de elección del Papa, ya que justamente se requiere la mayoría de dos tercios para que salga humo blanco del Vaticano.
Fiel a su línea a favor de una Iglesia menos europea, cercana a los olvidados, el Papa eligió a dos africanos y cinco asiáticos, incluidos dos indios, confirmando el auge de ese continente.
Entre los nombramientos más notables figura el del estadounidense Robert McElroy, obispo de San Diego, en California, considerado un progresista por sus posiciones sobre los católicos homosexuales y el derecho al aborto.
“Venimos de los cuatro rincones del mundo para aprender a conocernos”, aseguró el futuro purpurado poco antes de la ceremonia.
Otro nombramiento emblemático es el del misionero italiano Giorgio Marengo, quien trabaja en Mongolia. Será el cardenal más joven del mundo, con 48 años. “Es una señal de atención hacia aquellas realidades que generalmente se consideran minoritarias, porque la marginalidad está en el corazón del Santo Padre”, reconoció Marengo en declaraciones a la prensa.
Como un mensaje de perdón fue interpretada por los asistentes la presencia en los primeros bancos de la basílica del cardenal italiano Angelo Becciu, quien está siendo juzgado en el Vaticano por malversación de fondos y a quien el Pontífice privó de sus privilegios en septiembre de 2020.
Durante el rito, el Papa aprobó también la canonización de dos italianos, el religioso Juan Bautista Scalabrini, obispo de Piacenza, y Artemide Zatti, laico profeso de los salesianos, que dedicaron su vida a ayudar a los emigrantes que a inicios del siglo XX vivían en América del Sur y, en particular, en la Argentina.