La espiral de violencia desatada en Medio Oriente tras el secuestro y asesinato de tres jóvenes israelíes y un muchacho palestino –en aparente represalia por los anteriores crímenes– amenaza con desatar una tercera Intifada. En pleno funeral de Mohamed Abu Khdeir, el adolescente de 16 años que apareció muerto esta semana, cientos de palestinos se enfrentaron con la policía israelí en Jerusalén Este, en choques que dejaron 35 heridos y recordaron las páginas más trágicas del conflicto de Medio Oriente. En tanto, el gobierno de Benjamin Netanyahu evalúa aniquilar a los líderes de Hamas, organización a la que atribuye el secuestro y la ejecución de Naftali Frenkel, Gilad Shaer y Eyal Yifraj el pasado 12 de junio.
Mientras Egipto brega por un alto al fuego entre Israel y Hamas, el temor más grande entre los analistas es que estalle una tercera Intifada que haga naufragar las dilatadas conversaciones de paz.
Envuelto en una bandera palestina y con el pañuelo tradicional, el cuerpo de Kdheir fue llevado por dos mil personas hasta un cementerio de la zona. Durante la procesión, palestinos enmascarados lanzaron piedras a policías israelíes, que respondieron con granadas de estruendo.
Los cuatro asesinatos complicaron aún más las negociaciones auspiciadas por los Estados Unidos. El anuncio del presidente palestino, Mahmud Abbas, de un gobierno de unidad nacional con Hamas provocó una dura respuesta de Israel, que se niega a dialogar con aquellos a los que sindica como terroristas. “Los mismos tiros que acabaron las vidas de los tres adolescentes israelíes fueron apuntados también contra el gobierno palestino. Para Abbas, el rapto y el asesinato de los tres chicos son actos de traición que lo dejan políticamente debilitado”, explicó a PERFIL Noga Tarnopolsky, analista política y corresponsal en Jerusalén de Global Post.
Dentro del gobierno israelí, en tanto, estallaron las internas ante las dudas sobre cómo castigar los asesinatos. “El ala derecha en forma automática llamó a una acción fuerte contra Hamas en la Franja de Gaza y a aumentar el número de viviendas en los asentamientos. Netanyahu es cauto en su actitud. Como campeón del statu quo, prefiere no hacer ni la paz ni la guerra, pero deberá maniobrar entre su natural cautela y la actitud popular de vengarse contra Hamas”, afirmó a este diario Arie Kacowicz, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Quien más presiona por una operación militar de gran calibre en Gaza es el ministro de Exteriores, Avigdor Liberman, quien definió como “una seria equivocación” la posibilidad de un cese del fuego con Hamas. El ministro de extrema derecha insistió en la necesidad de “poner las manos” sobre quienes alientan el “terrorismo”, incluyendo a los líderes de la agrupación Khaled Mashal e Ismail Haniyeh. En cambio, la ministra de Justicia, Tzipi Livni, le pidió a la fiscalía general del Estado que ponga fin de forma inmediata a la ola de incitación contra la población árabe, ante la violencia que hay en las calles de Jerusalén Este y Cisjordania.
“El punto fundamental es llevar a los criminales ante la Justicia y ponerlos tras las rejas. Desde el 12 de junio han sido lanzados más de cien cohetes desde la Franja de Gaza. Es una decisión política acabar con Hamas. Pero aún no hemos recibido ninguna directiva en ese sentido”, contestó Roni Kaplan, vocero para América Latina y Asia del Ejército de Israel, al ser consultado sobre posibles medidas de represalia.
Atacar a Hamas en Gaza implica también un dilema humanitario. En ese territorio viven casi 2 millones de palestinos, la mayoría de ellos civiles.
Como sucedió en la Primera y la Segunda Intifada, tan sólo un chispazo puede encender las llamas del conflicto más largo de la escena internacional. Sólo el tiempo determinará si la violencia de los últimos días será extinguida o si se propagará y cobrará nuevas víctimas.