“Quiero ser presidente. Con 10 mil millones de dólares me veo mejor que con 4.500”. A mediados del año pasado, cuando Forbes publicó su ranking mundial de multimillonarios, Donald Trump puso el grito en el cielo. Si hay algo que irrita al magnate republicano, es que minimicen su fortuna. Desde 1982, cuando la revista estadounidense confeccionó por primera vez su famosa lista de peces gordos, Trump se queja sistemáticamente, año tras año, por lo que considera una subvaloración de su riqueza. El xenófobo candidato sabe que la noción de que él no es corruptible porque ya tiene demasiado dinero propio es uno de sus mayores capitales políticos.
“Tratan de volverme lo más pobre posible. Todo lo que puedo decir es que Forbes es una revista quebrada que no sabe de qué habla”, había protestado Trump en 2015. Esta semana, la publicación actualizó su ranking y volvió a asignarle 4.500 millones de dólares, menos de la mitad del dinero que él mismo dice tener. Este año, los detalles sobre los negocios de “The Donald” adquieren una significación especial: Trump va camino a convertirse en el candidato conservador a la Casa Blanca.
La enorme diferencia con el cálculo de Forbes y el del propio Trump se explica porque la revista sólo cuenta el valor de una marca “cuando se encontró una forma de sacar realmente dinero de ella”, y considera que eso no se verifica en el caso de Trump. El magnate, en cambio, asegura que su marca valoriza su patrimonio hasta casi el doble de la cifra que admite la publicación.
A Trump le gusta decir que sus millones lo hacen independiente de las donaciones de lobbistas de Wall Street y de las grandes compañías. El financia su propia ambición de poder. Pero cuando se habla de una escala de millones de dólares, ¿realmente hay diferencia entre poseer 4.500 y 10 mil? En opinión de Randall Lane, editor de Forbes, no se trata tanto de eso como de otro excéntrico reflejo de Trump: “Tiene que ver con él, con la manera en que quiere que sean las cosas, cómo lo ven sus pares y, sobre todo, cómo se ve a sí mismo”.
El magazine estadounidense concluyó que, este año, el empresario, de 69 años –que amasó su fortuna en las industrias del entretenimiento y los bienes raíces–, ocupa el puesto 324 entre los hombres más ricos del mundo. Su patrimonio neto incluye más de 2 mil millones de dólares en edificios, complejos y rascacielos en Nueva York, entre los que figuran la majestuosa Trump Tower y el Niketown de la Quinta Avenida.
Trump también es dueño de 13 campos de golf alrededor del mundo, que suman 366 millones de dólares. En el terreno de los lujos personales, el magnate ostenta dos aviones privados (un Boeing 757 y un Cessna 750) y dos helicópteros, además de un penthouse en la esquina más cotizada de Nueva York. Sus “juguetes” redondean más de 160 millones de dólares.
Los 1.780 millones restantes se completan con espectaculares edificios en los Estados Unidos, como la vieja sede del correo en Washington o sus complejos hoteleros en Las Vegas; casas de veraneo en Palm Beach y Beverly Hills; las instalaciones de su cadena hotelera en ciudades como Dubai, Estambul, Punta del Este, Panamá, Seúl o Río de Janeiro; los beneficios de su marca, que vende perfumes, café, ropa para hombres o muebles, y dinero líquido por más de 300 millones.
Trump siempre ha sido poco afecto a invertir en acciones. Se animó a hacerlo por primera vez en 2011: apostó a compañías como Facebook, Bank of America, Boeing, Yahoo, Johnson & Johnson o Goldman Sachs. De las 52 empresas en las que puso dinero, 48 le dieron beneficios. Ganó unos 50 millones de dólares y se deshizo de todas las acciones en enero de 2015, cuando ya estaba decidido a competir por la Casa Blanca. Recursos no le faltan.
