En una semana, George Bush empezará a ser historia y el mundo podrá respirar aliviado: el 43º presidente de los Estados Unidos será recordado como el protagonista de una de las peores administraciones norteamericanas de la historia reciente.
En materia económica, no le podía ir peor: deja el poder en medio de un tsunami financiero originado en suelo estadounidense y propagado a todas partes, con tasas de desempleo récord y una profunda crisis que no se presentaba desde 1930. Mientras que en materia de seguridad deja un mundo mucho más inseguro de lo que encontró cuando ingresó a la Casa Blanca, con guerras abiertas en Irak y Afganistán, un Oriente Medio bajo fuego, y el terrorismo ramificado con base en Pakistán.
Aunque parezca mentira, sólo 537 votos podrían haber impedido esta catástrofe. Es que esos fueron los sufragios que el entonces gobernador de Texas –un alcohólico recuperado devenido en fanático religioso– obtuvo sobre Al Gore en las elecciones presidenciales de 2000. En verdad, el vicepresidente de Bill Clinton había obtenido más votos en todo el país, pero el sistema electoral es indirecto y Gore perdió la elección en Florida por esos pocos votos que aunque fueron cuestionados por serias irregularidades, no impidieron que Bush llegara a la Casa Blanca luego de triunfar en el Colegio Electoral.
Se podría decir que fue muy mal parida la presidencia de Bush que se inició en enero de 2001, luego de una profunda falta de legitimidad de origen. Pero a los pocos meses, el hombre empezaba a disfrutar de otro marco: el 11 de septiembre cambiaba las reglas y a un presidente en guerra no se lo cuestiona. Ni siquiera cuando llevó a los Estados Unidos a un retroceso histórico gracias a la Patrioc Act que permitió a las fuerzas de seguridad norteamericanas iniciar un régimen policiaco sólo semejante con un totalitarismo.
Ese no sería la única mancha. La base de Guantánamo en Cuba y la cárcel de Abu Graib en Irak terminarán siendo las marcas más imborrables de las torturas cometidas por un gobierno de Estados Unidos, país que siempre se había autoproclamado como faro del mundo occidental en la defensa de la libertad. La violación de los derechos humanos se convirtió en estos ocho años en una lamentable constancia.
En El fin de la era Bush, una tragedia histórica, un oportuno trabajo recientemente publicado por Capital Intelectual, Marcelo Cantelmi se pregunta si la presidencia del republicano fue un accidente inesperado o una consecuencia de un proceso inevitable. El autor concluye que se trató, sin ninguna duda, del último eslabón de una etapa de conservadurismo iniciada en los 70 por Ronald Reagan y llevada a su máxima expresión por los neocon. Y es que así lo fue: Bush personificó el momento más reaccionario de los Estados Unidos, una etapa de mentiras y vergüenzas.
El próximo martes 20 de enero, está dicho, Bush deberá buscar trabajo porque Barack Obama lo reemplazará. Ojalá estén equivocadas aquellas voces que advierten que nada cambiará para que el mundo pueda, de una vez por todas, respirar tranquilo.
(*) Editor de internacionales de DIARIO PERFIL