París – Sin teatro y sin cine, aburridos de los programas de televisión, encerrados en sus casas a causa del toque de queda que los obliga a refugiarse en sus viviendas, los habitantes de Bagdad redescubrieron el placer de aprender a tocar música en sus domicilios.
Los vendedores de instrumentos de música y los profesores de solfeo trabajan a destajo, solicitados por una gran cantidad de aficionados que buscan en la música la distracción y la fortaleza que no encuentran en ninguna otra actividad o trabajo.
Es que en Bagdad, donde la electricidad es un lujo y las distintas familias tienen problemas para llegar a fin de mes con sus salarios –en una economía que aún no despegó desde la invasión norteamericana a ese país en 2003– los melómanos aprendices se contentan, la mayoría de las veces, con instrumentos de cuerda como el violín o la guitarra.
“Por estos días, vendemos instrumentos a quienes desean aprender música en sus casas”, explicó Raghid, propietario de un almacén de instrumentos del distrito comercial de Karrada, en el centro de Bagdad.
El hombre recordó con nostalgia la época en que los grupos folclóricos y las orquestas más modernas venían a abastecerse en su negocio. Entre sus clientes había, inclusive, miembros de orquestas filarmónicas oficiales.
“Los grandes artistas se fueron todos del país desde hace tiempo” y en la actualidad es un público más joven y sin dinero el que frecuenta su almacén. “Los adolescentes prefieren las guitarras acústicas, ya que no necesitan electricidad. La mayoría de mis clientes son estudiantes y jóvenes graduados, aficionados a la música occidental”, sostiene el comerciante.
Raghid, quien propone a sus clientes una serie de guitarras de fabricación coreana que cuestan entre sesenta y noventa dólares, o inclusive chinas –de baja calidad– pero cuyo precio no sobrepasa los cincuenta dólares.
Además de la pauperización de una nación que durante mucho tiempo vivió de sus rentas petroleras, antes de hundirse bajo el peso de tres guerras, doce años de sanciones y la corrupción endémica de todos los regímenes, la música debe enfrentarse ahora a un nuevo enemigo.
“El extremismo religioso” comienza a infiltrarse en la sociedad iraquí, deploró Raghid, cuya familia paterna siempre estuvo ligada al negocio de la venta de instrumentos. “Los artistas y los grupos de músicos están amenazados, algunos de ellos han sido agredidos por militantes islamistas”, añadió.
Muchos artistas iraquíes se han refugiado en Siria o en Jordania –según Raghid– quien estudió música en la academia de Bellas Artes de Bagdad. Sin embargo, este cristiano capaz de tocar todos los instrumentos expuestos en su almacén asegura que él no se irá del país: “Yo le doy un poco de vida a este país arrasado por la violencia. Me quedaré en Irak al lado de mis amigos chiítas y sunitas”.
El renovado interés de los iraquíes por la música también benefició a los profesores de solfeo, como Abbas Fadhel, de 28 años, recién egresado del Instituto de música de Bagdad, quien transformó su departamento en una pequeña escuela. Todos los días recibe al menos unos quince alumnos y les hace descubrir los secretos de la melodía del maqam, música árabe tradicional, o de la canción occidental.
“Los jóvenes tienen miedo a salir de sus casas, donde se sienten enjaulados y pierden su tiempo –explicó el docente–. En el pasado, podían ir al teatro o al cine, pero en la actualidad no tienen nada que hacer, por eso se dedican a la música”.