“Lo siento mucho. Yo no soy Charlie”, disparó ayer Jean Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional, la agrupación de extrema derecha que predica la islamofobia y la discriminación a las minorías. Liderado por su hija, Marine Le Pen, el partido apuesta a sacar rédito político del dolor, de cara a las elecciones legislativas de este año y las presidenciales de 2017.
“Estoy afectado por la muerte de una docena de compatriotas franceses, pero no voy a luchar por defender el espíritu de Charlie, que era anarco-trotskista”, agregó el patriarca de la ultraderecha gala, en un video publicado en su página web. En esa misma grabación, el veterano dirigente recuerda que el semanario había pedido la disolución del Frente Nacional, al que ridiculizaba frecuentemente.
Los atentados de esta semana reavivaron un temor latente en Europa: la percepción del islam como una amenaza. Atentos a ese clima político, los Le Pen sacudieron a la opinión pública al pedir la pena de muerte para los yihadistas que atacaron la revista, en un esfuerzo por crecer en las encuestas, tras triunfar el año pasado en las elecciones al Parlamento Europeo.
Los líderes europeos enfrentan ahora una disyuntiva: velar por la seguridad de sus ciudadanos y prevenir nuevos atentados, sin caer en la persecución de la población musulmana. “Marine Le Pen intenta rentabilizar el malestar de la sociedad francesa y transformarlo en réditos políticos. Estos movimientos populistas consideran que el principal problema de Europa no es la crisis económica, sino la inmigración musulmana”, explicó a PERFIL Ignacio Alvarez Ossorio, profesor de Estudios Arabes de la Universidad de Alicante. “Buscan dirigir el odio de la sociedad francesa hacia ese supuesto enemigo, esa supuesta quinta columna. Es un argumento movilizador, sobre todo cuando la población está asustada y tiene miedo por su futuro, como sucede ahora en buena parte de los países europeos”, agregó el académico español.
Señalados por la inseguridad, la falta de empleos y, ahora también, por el terrorismo, los musulmanes luchan por no convertirse en las nuevas víctimas de la extrema derecha, que, parapetada en el sistema de partidos galo, dispara balas de odio a las minorías.
