“La fotografía es como una cita, una máxima, un proverbio”.
Susan Sontag
Hace pocos días, luego de observar las crónicas y testimonios visuales de la terrible masacre perpetrada por Putin en Bucha, Ucrania, una amiga afirmaba –en una reflexión que basculaba entre el escepticismo y la resignación– que Picasso había fracasado en su contribución a que tragedias de este tipo dejaran de ocurrir cuando pintó el Guernica luego del bombardeo de la ciudad vasca en 1937.
En todo caso, las imágenes de los campos de concentración difundidas luego de terminada la Segunda Guerra Mundial; la foto desgarradoramente emblemática de aquellos niños desnudos escapando de las bombas de napalm durante la Guerra de Vietnam o, incluso, aquellos testimonios visuales que volvimos a ver en estos días de cuerpos mutilados o rostros abatidos por la desesperanza de chicos de veinte años en las trincheras de Malvinas estarían, también allí, para confirmar el juicio escéptico que formulaba esta entrañable amiga.
En efecto, las imágenes de las guerras –y no solo las de las guerras sino todas y cada una de aquellas que a lo largo del tiempo han dado cuenta luego de Picasso de hasta dónde puede llegar la miseria humana– parecieran confirmar no solo que nada hemos aprendido sino que nada podremos aprender.
Sin embargo, esa pertinaz compulsión por testimoniar mediante imágenes que aun en su crudeza no son –nunca lo podrán ser– más crudas que la crudeza de la realidad que retratan, nos habla, tal vez, de todo lo contrario. O al menos de lo indispensable de que sea lo contrario.
Fue sin duda la gran escritora estadounidense Susan Sontag quien con su habitual modo radical e incisivo tematizó, en dos momentos diferentes de su vida, el status y, sobre todo, el posible efecto que la obtención y difusión masiva de imágenes de los reiterados crímenes de la guerra pudiera tener a la hora de sacudir la sensibilidad de cada uno de nosotros “frente al dolor de los demás”, en el decir de la propia Sontag.
En su primer libro dedicado a este tema, Sontag plasmó el carácter, al menos ambivalente, de la fotografía, y cuestionó la identificación lineal y sin alteraciones de ésta como reproductora de la realidad. En esta línea, Sontag fue más incluso más lejos aún al denunciarla, de alguna manera y comparándola con las imágenes pornográficas, de anestesiadora de las sensibilidades. Así, en Sobre la fotografía, un libro de 1977 y al analizar el lugar que ocupó la fotografía en la historia norteamericana, llegó también a descubrir la condición “depredadora” que le cupo al proceso mismo de registro de imágenes a la hora de la ocupación de su territorio recientemente conquistado. Afirmó Sontag en aquel texto: “Al enseñarnos un nuevo código visual, las fotografías alteran y amplían nuestras nociones de lo que merece la pena mirar y de lo que tenemos derecho a observar. Son una gramática y, sobre todo, una ética de la visión. Por último, el resultado más imponente del empeño fotográfico es darnos la impresión de que podemos contener el mundo entero en la cabeza, como una antología de imágenes”.
La Guerra del Golfo –la primera, tal vez, cuyo decurso fue seguido por los medios y, consecuente, vivido por muchos solo por medio de imágenes– fue la gran oportunidad de Sontag para volver a someter a discusión el status de las imágenes y, mucho más específicamente, de las imágenes que tienen por fin dar cuenta de una realidad siniestra. Esta vez, en Ante el dolor de los demás, publicado veintiocho años después, Sontag afirmó: “Las fotografías de lo atroz ilustran y también corroboran. Sorteando las disputas sobre el número preciso de muertos […] la fotografía ofrece la muestra indeleble”.
Las imágenes difundidas recientemente y que parecen anoticiarnos de un modo implacable acerca de un nuevo capítulo en la historia de las monstruosidades de las que somos capaces, parecieran volver a poner en entredicho el status aleccionador que estos registros tendrían sobre nuestras conciencias acerca de los acontecimientos que, a algunos por vez primera y a otros una vez más, nos tocan vivir.
En todo caso, estas nuevas imágenes del horror parecen reafirmarnos en la mirada de Sontag como un clásico –al decir de Calvino, “aquel libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”– y que tal vez ayude a revertir el espíritu escéptico con el que se abrió esta reflexión en relación con la “utilidad” de las expresiones artísticas en tanto “modos de leer” (y por qué no de denunciar) el mundo. En el caso de las fotografías y siguiendo a Sontag: “… lo que determina la posibilidad de ser afectado moralmente por fotografías es la existencia de una conciencia política relevante. Sin política, las fotografías del matadero de la historia simplemente se vivirán, con toda probabilidad, como irreales o como golpes emocionales desmoralizadores”.
Una nueva oportunidad, en todo caso, para que la política se llene, nuevamente y aún con más fuerza, de esa verdadera e indispensable necesidad de sensibilizarnos y ocuparnos del “dolor de los demás”. Bienvenidas, una vez más, las imágenes –aún las más atroces–, si a ello en definitiva contribuyen.
*Sociólogo. Especialista en temas de cultura.