“Durante unos minutos, hubo un silencio frío en todo el avión. No había gritos de pánico. No se escuchaba nada. Quizá, algún llanto. Pero todo era silencio mientras planeábamos sobre el río”, relató por teléfono el argentino Alberto Panero a PERFIL desde su casa en Permbroke Pines, a 20 minutos de Miami. El agotamiento y la adrenalina se entrelazaban en su voz al tomar conciencia de que fue uno de los protagonistas del “milagro del Hudson”.
“Hubo un golpe seco y, de pronto, todo empezó a oler a humo. Yo estaba tranquilo, incluso cuando el avión dio una vuelta en ‘u’. Pensé que íbamos a volver. Hasta que escuché al piloto decir: ‘Prepárense para el impacto’. Ahí dije: ‘Ya está, se termina todo’”, comentó este marplatense cuyo acento recupera brillo latino conforme pasan los minutos.
Desde que tenía 10 años, los aviones forman parte de su vida. Así arribó en 1992 a Florida junto con sus padres, Gloria y Alberto, y su hermana de sólo 8 años en busca de un mejor futuro. Y completó su educación primaria y secundaria, donde se cruzó, por primera vez, con Marisabel Olivera, una portorriqueña que desde hace tres años es su “gran compañera”.
El miércoles a la noche, a punto de recibirse en la Escuela de Medicina de la Nova Southeastern University, Alberto había volado hasta Nueva York para una entrevista en la New York University, donde planea ingresar al curso de residencia de cuatro años. Uno de sus planes es convertirse en médico deportivo de algún equipo de fútbol, una de sus grandes pasiones nativas.