INTERNACIONAL

La "maldición de los Grimaldi": la dinastía de Mónaco condenada a la infelicidad matrimonial

Los rumores de "crisis" entre Charlene Wittstock y Alberto de Mónaco, antes que se casaran, recuerdan una larga historia de tragedias e infortunios conyugales. Fotos.

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| AFP

Los rumores de "crisis" entre Charlene Wittstock y el príncipe Alberto de Mónaco, cuando faltaban sólo tres días para su casamiento (que finalmente acaba de concretarse), hicieron saltar las alarmas. Los más memoriosos recordaron la triste "maldición de los Grimaldi" que condena a esta dinastía a la infelicidad matrimonial y a la tragedia. Leyenda o verdad, hasta ahora ahora se cumplió con una exactitud casi matemática.

La dinastía Grimaldi fue siempre rica y muy desgraciada. Para asegurarse el dinero, sus miembros se dedicaron a la guerra, la piratería, los negocios y el turismo. Para asegurarse el infortunio, les bastó su propio carácter. Y cuando eso no fue suficiente, intervino la muerte. 

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El exterminio de la pequeña guarnición genovesa, en 1297, fue el primer contrato de propiedad: los Grimaldi se aferraron desde entonces al pequeño territorio a orillas del Mediterráneo, y aunque los expulsaron, siguieron rondando el lugar y lo volvieron a comprar en 1338, con dinero obtenido de la piratería. 

 

Para el siglo XVII, ya habían convertido el “nido de piratas” en un Principado y el maleficio se puso en marcha. Algunos dicen que una gitana que fue violada por Rainiero I lanzó sobre él la maldición: ninguno de sus descendientes sería feliz. Otros dicen que el sortilegio surgió cuando un príncipe mató a su hermano. 

La primera víctima fue Rainiero I, que una noche de 1314 apareció despedazado al final de un barranco, sin que se supiera si había caído o alguien lo había empujado. Veinte años más tarde, su sucesor murió envenenado. El culpable nunca fue hallado.

Sus descendientes no tuvieron mejor suerte: Carlos I fue asesinado por algunos de sus propios soldados en la batalla de Crezzy en 1347; Juan I, mujeriego y amigo de fiestas, murió cuando uno de sus compañeros de caza lo confundió (por culpa de la niebla) con un venado y lo atravesó con una jabalina.

En 1505, Juan II fue envenenado por hermano, Luciano, para arrebatarle la Corona. El príncipe asesino habría de probar su propia medicina dos años más tarde, asesinado por un sobrino. Hércules II, por su parte, murió cuando a un miembro de la guardia se le disparó accidentalmente el arma. Años más tarde, dos niños príncipes de la familia perecieron. Uno, ahorcado accidentalmente con una cinta de raso que tenía en el cuello. El otro, ahogado en un estanque.

La “maldición” también alcanzó a los matrimonios. Catalina-Carlota, esposa de Luis I, abandonó Mónaco para refugiarse en los brazos del rey de Francia. Su sucesora, la princesa María, confesó a su marido que no lo amaba ni un poquito y él la castigó encerrándola en una torre. La princesa Luisa Hipólita y su marido no se podían ni ver, y ella le prohibió la entrada al palacio durante varios meses.

Honorato III tuvo un matrimonio destinado a fracasar desde la luna de miel. Al descubrir a su esposa engañándola con un noble francés, le dio tantos golpes que la princesa terminó con varias costillas rotas. La encerró bajo mil llaves y la sometió durante semanas a castigos corporales acompañados de insultos y promesas de eterno castigo. 

 

La princesa logró escapar con la ayuda de unas monjas, y Honorato III perdió los estribos. Declaró a su mujer “en rebeldía contra la Corona”, y la condenó a muerte. Años más tarde, la familia fue tomada prisionera durante la Revolución Francia, y una nuera de Honorato fue decapitada en La Bastilla.

Alberto I (1848-1922), hombre de pésimo carácter, tuvo dos matrimonios fracasados. Sus dos esposas (una escocesa y una norteamericana) se aburrieron mortalmente en Mónaco, entonces una pequeña aldea, y se refugiaron en respectivos amantes.

El casamiento de Rainiero III, en 1956, con la actriz Grace Kelly, proporcionaría a la dinastía un par de décadas de inaudita felicidad y prosperidad. Pero todo acabó en 1982, cuando Grace, célebre por su belleza y elegancia, falleció en un accidente automovilístico.

A partir de esta muerte, la imagen pública de la familia real se convirtió en un desastre conocido por todos: los tres maridos de Carolina, las temibles relaciones de Estefanía con guardaespaldas, artistas y cirqueros, y la apabullante soltería de Alberto, que tiene dos hijos ilegítimos. Incluso la tía Antonieta, hermana de Rainiero III, tuvo que sepultar a su segundo marido en plena luna de miel.

Hoy, el príncipe Alberto II se casó por civil y mañana llegará al altar luego de 53 años obstinada soltería. Muchas teorías se tejieron en torno a la negativa del príncipe a contraer matrimonio. Desde quienes le atribuyeron un insaciable “donjuanismo”, hasta los que cuestionaban sus inclinaciones sexuales.

Puede sospecharse, sin embargo, que la razón de Alberto II es más sencilla: le bastó con repasar la desdichada historia conyugal de sus antepasados para conservar una saludable aversión al matrimonio.

(*) Especial para Perfil.com