Es el quinto país más miserable del planeta. En Mozambique, tres de cada cuatro familias viven bajo la línea de pobreza, la esperanza de vida al nacer no supera los cincuenta años y el sida hace estragos entre los jóvenes. Según cifras de Naciones Unidas, sólo el 3 por ciento de la población termina la secundaria, casi el 90 por ciento no tiene luz eléctrica y más de la mitad bebe agua no potable. En esa tierra de hambre y abandono, Máxima y Guillermo de Orange proyectaron la construcción de un complejo cinco estrellas.
Por supuesto que el lugar elegido no fue Maputo, la populosa capital mozambiqueña, sino el paraíso de Machangulo, una posta de playas vírgenes en las que el agua esmeralda del Océano Indico baña las dunas más altas del mundo. A mediados de 2008 se supo que los príncipes holandeses habían puesto el ojo a un proyecto inmobiliario de capitales sudafricanos que desarrollaría 120 exclusivos unidades para miembros de las realezas europeas. Guillermo se asoció con la firma contratista y en 2009 puso su parte para la compra de los derechos a construcción en lote, es decir, para obtener la concesión. Pero el sueño de veranear en el Indico quedó trunco.
El rechazo de la opinión pública holandesa al antojo real y una serie de episodios incómodos en la gestión de la inversión lo obligaron a renunciar a su complejo. Tuvieron que colgar el cartel de venta. Esta semana, el diario De Volkskrant de Amsterdam desempolvó el tema al revelar que los Orange pagaron parte de los servicios inmobiliarios que contrataron en aquel año a través del Banco HSBC de la isla de Jersey, un paraíso fiscal en el Canal de la Mancha.
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