El 5 de abril caí en las manos de los militares de Muamar Kadafi porque había metido la pata. Estaba tomando fotos con otros periodistas en la primera línea de frente, en una ruta de camino a Brega. Cumplía el sueño de mi vida, pero hubo un contraataque.
Los rebeldes que nos acompañaban y su ejército de Pancho Villa echaron a correr, mientras los leales nos disparaban. Intenté salir, pero me atraparon, me reventaron a culatazos. Pero tuve más suerte que Anton Hammerl: a nuestro colega sudafricano le pegaron un balazo. La última vez que lo vi estaba pálido y con las tripas afuera.
Nos llevaron a un calabozo en Brega y nos tuvieron un par de días con los ojos vendados. Una tarde nos arreglaron para una entrevista con la televisión estatal libia. Luego nos trasladaron a Trípoli. Nos dejaron en un centro militar donde pasamos 12 días en absoluto aislamiento.
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