Jerusalén - Las mujeres suben por atrás en el colectivo y se sientan en la parte trasera sin hacer mucho ruido. Los hombres acceden por delante y evitan el contacto físico y visual con ellas. Si alguna pasa a la parte de los hombres, es probable que como poco se lleve unos gritos. A las que llevan pantalones o van ligeras de ropa no se les deja entrar.
Escenas así se viven hoy por hoy en colectivos públicos de Israel utilizados principalmente por judíos ultraortodoxos. En dichas líneas, unas 40 en total en Jerusalén y otras ciudades de alta densidad ultraortodoxa, los judíos ultrareligiosos se sienten cómodos al no tener que ver cómo hombres y mujeres se tocan en público. Es una oferta puesta en marcha hace cinco años con la que la compañía de transporte público Egged pretende fidelizar a una clientela de casi un millón de potenciales viajeros. Estos están agrupados en asociaciones que amenazan con recurrir a empresas privadas si no se respeta la separación de sexos.
No obstante, cada vez más mujeres en Israel están levantando su voz contra esta práctica, incluso desde sectores religiosos. "Una compañía pública como Egged tiene prohibido por principio cooperar en esta discriminación que crea una especie de 'apartheid' dentro de Israel", afirma Rachel Keren, presidenta del foro de mujeres religiosas Kolech, en una carta enviada al Parlamento. "Cuando las mujeres se oponen a la segregación en los micros, reciben una ducha de insultos y humillaciones, y los incidentes a menudo desembocan en ataques físicos. Los conductores nunca intervienen, ni siquiera en casos radicales", señala Keren en su misiva, en la que dice temer que, con el tiempo, se obligue también a los no judíos a sentarse en asientos separados.
La Corte Suprema de Justicia ordenó en enero al Ministerio de Transporte establecer una comisión para investigar el asunto y tomar las medidas oportunas. Según los jueces, las líneas especiales pueden seguir funcionando, pero "las normas de vestimenta y separación de sexos no pueden ser impuestas a la gente que las objete". Sin embargo, el negarse a respetar dichas normas puede tener consecuencias desastrosas, según narran mujeres en la prensa hebrea.
Una de las afectadas es Shahar Ariel, de 27 años y residente en Tel Aviv, a quien se le averió el coche y tomó un colectivo en la ciudad de Bnei Brak sin haber oído antes de la segregación de sexos. Ariel se sentó en una de las primeras filas, pero en seguida le ordenaron que se fuera atrás. "Lo ignoré, porque no sabía de qué iba. Pero entonces vinieron dos hombres con barba y sombreros negros y empezaron a gritarme: "¡Váyase inmediatamente para atrás!' Los gritos la asustaron, pero no se dejó amedrentar. "Les contesté que es un colectivo público, que soy un ser humano y me puedo sentar donde quiera. De repente alguien me tiró del pelo y me quería sacar al pasillo. Pedía ayuda y nadie reaccionaba", explica Ariel. La dejaron libre tras pegarle una patada entre las piernas a uno de los hombres. Entonces, según Ariel, corrió hacia el conductor, pero éste no hizo más que encogerse de hombros. Atemorizada se bajó del micro en la próxima parada.
La escritora judía estadounidense Naomi Ragen vivió escenas parecidas el año pasado. Ragen defiende que ninguna ley judía prohíbe que hombres y mujeres se sienten juntos en los colectivos. Según dice, ideas así provienen sólo de extremistas religiosos.