INTERNACIONAL
Orden global

¿Puede evitarse una catástrofe en la disputa EE.UU.-China?

Los estrategas buscan a partir de las lecciones de la historia un enfoque que permita a Washington y Beijing competir sin desencadenar un conflicto catastrófico. Quizá la esperanza esté en Europa.

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Líderes. Xi Jinping y Joe Biden lleva adelante una relación muy compleja. | cedoc

Los países europeos están divididos respecto de si se unirán al boicot diplomático a las próximas Olimpíadas de Invierno en Beijing convocado por el presidente estadounidense Joe Biden. El hecho es otra demostración de que en lo que atañe a la relación con China, Europa y Estados Unidos están realmente a un océano de distancia.

Además de compartir valores políticos fundamentales, Estados Unidos y Europa suelen usar una retórica similar para referirse al reto que plantea China al orden internacional. Sin embargo, la mayoría de los gobiernos europeos no pueden compatibilizar sus intereses con la idea de una coalición de democracias liderada por Estados Unidos que haga frente a las autocracias del mundo; y los funcionarios europeos se oponen a una política para China centrada en la contención disfrazada de competencia.

Aunque la Unión Europea quiere profundizar la cooperación transatlántica, no hay consenso respecto de cómo hacerlo sin desairar a China o debilitar el sistema internacional mismo que se busca defender. Los gobiernos europeos tampoco están convencidos de que Estados Unidos sea un socio fiable. Por más que Biden valore la relación transatlántica, no sucedía lo mismo con su predecesor Donald Trump. ¿Quién puede predecir lo que hará el próximo presidente de los Estados Unidos (tal vez el mismo Trump)? Esta duda es uno de los principales motivos del interés de la UE en poner en práctica su idea de una «autonomía estratégica».

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No quiere decir esto que no haya lugar para una colaboración transatlántica de cara a China. De hecho, ya hay en marcha iniciativas tendientes a promoverla, por ejemplo un diálogo bilateral sobre China y un consejo bilateral sobre comercio y tecnología. Que entre ambas partes haya acciones conjuntas contra las prácticas comerciales anticompetitivas de China, restricciones a las exportaciones y a las inversiones en respuesta a sus violaciones a los derechos humanos y una búsqueda de estándares más rigurosos en cuanto a los proyectos internacionales de infraestructura es loable.

Pero es posible que la actual agenda bilateral en relación con China sea demasiado ambiciosa. Hay que establecer prioridades más claras para maximizar los beneficios de la coordinación. Además, las divergencias que hay entre Estados Unidos y Europa en cuanto a sistemas legales y percepción de amenazas dificultarán enormemente el progreso en áreas clave como los impuestos a las emisiones de carbono, la política antimonopólica o la respuesta a las campañas chinas de desinformación.

En particular, en el ámbito militar y de seguridad no hay mucha posibilidad de una cooperación significativa en relación con China. Aunque algunos países europeos ejecutaron acciones simbólicas (por ejemplo, hace poco el buque de guerra alemán Bayern ejerció en forma manifiesta el derecho a la libre navegación en el Mar de China Meridional), se cuidan de ir más lejos.

Esto se aplica incluso a Francia, el único país europeo con una presencia militar significativa en la región indopacífica. Como explicó hace poco el ministro francés de asuntos exteriores Jean‑Yves Le Drian: “No subestimamos la magnitud de la competencia con China, que puede ser feroz, ni la necesidad de una evaluación constante de los riesgos, pero buscamos una estrategia que no esté centrada en lo militar, de modo tal de poder incluir en ella a todos los países que quieran unirse, respetando su soberanía”.

Este rechazo a adoptar posturas intransigentes hacia China será duradero. Más allá de que el nuevo gobierno alemán parece dispuesto a endurecer el tono, el canciller Olaf Scholz optó por la cautela, dejó en claro que todas las acciones deberán “ponderarse con cuidado” y recalcó la necesidad de un abordaje cooperativo.

Así pues, Estados Unidos no debe hacerse expectativas respecto de que Alemania adopte pronto una mirada mayoritariamente ideológica respecto de la relación con China. Las deficiencias de comunicación en torno del acuerdo de defensa Aukus entre Australia, el Reino Unido y Estados Unidos (que tomó por sorpresa a Francia y le provocó la pérdida de un importante contrato de defensa) ponen aún más de manifiesto los límites de la cooperación militar entre Estados Unidos y Europa en la región indopacífica.

Pero la cooperación transatlántica no es la única forma que tiene Europa de influir en la relación entre Estados Unidos y China y de mitigar los riesgos implícitos en su veloz deterioro. Los estrategas están muy ocupados tratando de extraer enseñanzas de la historia y elaborar un enfoque que permita a ambas partes competir sin que se produzca una catástrofe (en particular, un conflicto armado). Y en esto Europa puede ayudar.

La UE debería analizar la posibilidad de lanzar una iniciativa diplomática similar al Proceso de Helsinki (al que se le atribuye la reducción de tensiones entre los bloques soviético y occidental en los años setenta) a través de la cual pueda mediar acuerdos que promuevan la desescalada, la reducción de riesgos y la gestión de crisis, de modo tal de reducir la probabilidad de un conflicto armado.

La limitada capacidad de Europa para proyectar poder militar en la región indopacífica puede ser favorable en este contexto, ya que refuerza la credibilidad de los actores europeos como negociadores honestos e intermediarios de confianza. En comparación con otras partes con intereses más directos, es posible que la UE esté mejor posicionada para mediar en temas espinosos como Taiwán y el Mar de China Meridional. Incluso puede ser capaz de promover una diplomacia constructiva en los ámbitos del ciberespacio y del espacio exterior (contextos en los que es común que fuerzas estadounidenses y chinas operen en la cercanía mutua, y en los que un error de cálculo puede convertirse en guerra).

Es innegable que establecer un protocolo suficientemente sólido para evitar un conflicto será difícil. Pero Europa tiene en esta área una ventaja comparativa, de la que dio repetidas pruebas en el pasado. Por ejemplo, la Comisión Europea y los países europeos tuvieron una actuación fundamental en la creación de regímenes multilaterales de control de exportaciones como el Grupo de Proveedores Nucleares y el Acuerdo de Wassenaar. Europa también tuvo un papel crucial en las negociaciones con Irán por su programa nuclear.

Que Europa pueda liderar una iniciativa de desescalada para la región indopacífica no está garantizado, sobre todo en vista del reciente aumento de tensiones entre la UE y China. Pero estaría en sintonía con el objetivo declarado de la UE de buscar una estrategia inclusiva para la región que fortalezca el orden internacional basado en reglas. Y sobre todo, puede ser la mejor chance que tenemos de evitar una guerra entre grandes potencias. ¿No es para eso que se creó la UE?

*Director y **Catedrático del Paul Tsai China Center de la Escuela de Leyes de Yale. Copyright Project-Syndicate.