La imagen de Jesse Owens subiendo al podio en cuatro ocasiones para recibir una medalla de oro, no le cayó muy bien a Adolf Hitler. El Führer había visto en la organización de los Juegos Olímpicos de Munich de 1936 una oportunidad ideal para utilizar el encuentro deportivo como plataforma propagandística ante el mundo y demostrar la superioridad racial de los arios. Owens, un atleta afroamericano proveniente de Ohio, le aguó la fiesta. Se consagró en los 100 metros llanos, los 200 metros llanos, el relevo de 4x100 y en salto en largo, en esta última disciplina venciendo a la "gran esperanza aria" Luz Long. Para Adolf Hitler, que pregonaba la superioridad racial de los arios sobre judíos y negros, este episodio resultó un fiasco, pero ello no lo privó de celebrar que Alemania obtuvo el primer lugar en la cuenta de medallas, y satisfacer sus necesidades megalómanas.
Los encuentros deportivos de escala mundial representan una atractiva ventana para aquellos gobiernos que quieren mostrarle una imagen al mundo que, muchas veces, está disociada de la realidad. Hitler no fue un pionero. Benito Mussolini ya lo sabía. Por eso, dos años antes de los Juegos de Munich, Italia fue la anfitriona de la Copa Mundial de Fútbol de 1934. Il Duce lideraba un régimen basado en la exaltación de la fuerza, la virtud idealizada de la juventud y el desprecio por lo extranjero, no existía un mejor escenario para pervertir los valores deportivos y hacer del campeonato del mundo una vidriera del potencial colectivo del pueblo italiano; una oda al fascismo.
Latinoamérica también tiene su historia. Si hablamos de la manipulación política de los espectáculos deportivos, la experiencia del mundial Argentina '78 no pasa desapercibida. Las características se repiten: un gobierno autoritario apela a la popularidad del deporte para mostrar una imagen contraria a lo que sucedía en la realidad. En un mundial lleno de irregularidades, y del que se sospecha el arreglo de partidos para favorecer al anfitrión: de la polémica goleada por 6 a 0 que le propinó el equipo de César Luis Menotti a Perú para acceder a la próxima ronda, se ha dicho que incluyó la visita del Tte. Gral. Jorge Rafael Videla, presidente de facto de aquél entonces, al vestuario de los peruanos antes del comienzo del partido. La Junta Militar aprovechó el evento para desviar los cuestionamientos sobre sus políticas y especialmente las acusaciones de violación de derechos humanos. En todo el país se podía leer, tal como lo rezaba el slogan elegido para la ocasión, que "los argentinos son derechos y humanos”.
Ni el Comité Olímpico Internacional (COI) ni la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) — organizadores de los eventos deportivos de mayor convocatoria — están cómodos cuando la política se mezcla con el deporte. O por lo menos, eso es lo que indican sus reglamentos, en los que se establece una prohibición absoluta de cualquier tipo de injerencia de la política, aunque muchas veces deciden mirar para otro lado. El problema es que corren la vista cuando no deben hacerlo. Fue el caso de Avery Brundage, presidente del COI entre 1952 y 1972, quien inmediatamente después de la Masacre de Munich, en la que 11 atletas israelíes fueron asesinados por el grupo terrorista palestino Septiembre Negro, aseguró la continuidad de los juegos. Horas después debió recapacitar y se suspendieron las competencias por un día, realizando un homenaje a los atletas asesinados. La ingenuidad de los dirigentes es muchas veces selectiva.
Excelencia, amistad y respeto son los valores fundacionales que escogió Pierre de Coubertin a la hora de fundar el movimiento olímpico moderno en 1894. Tres conceptos que hoy nadie asociaría con la Rusia en tiempos de Vladimir Putin. Pese a todo, la ciudad rusa de Sochi se preparaba para albergar los próximos Juegos Olímpicos de Invierno que comenzaron hoy, en otra nueva demostración de cómo un evento deportivo de gran magnitud puede convertirse en una puesta en escena para encubrir una realidad cruenta.
"El peor clima para los derechos humanos en la era post-soviética", calificó el año pasado la organización Human Rights Watch a la situación que se vive en Rusia. Desde la asunción del nuevo mandato de Putin se promulgaron una serie de leyes destinadas a endurecer la ya de por si frágil situación de los derechos individuales en esas tierras.
El hecho más conocido, que tuvo repercusiones en todo el mundo, fue el encarcelamiento de tres de las integrantes de la banda de punk rusa Pussy Riot, luego de manifestarse en la Catedral Cristo el Salvador de Moscú, perteneciente al credo Ortodoxo Ruso de estrechos lazos con el Kremlin. Tras ser acusadas de vandalismo motivado por odio religioso, Nadezhda Tolokonnikova, Maria Alyokhina, y Yekaterina Samutsevich fueron sentenciadas a dos años de prisión. Y mientras Samutsevich fue beneficiada en una corte de apelaciones, Alyokhina y Tolokonnikova fueron liberadas en diciembre de 2013, después de haber cumplido 21 meses en prisión. El Primer Ministro ruso firmó un amnistía para 2.000 presos, en un intento de mostrarse más conciliador. Pero el caso contra las Pussy Riot fue mucho más que un simple juicio por vandalismo, fue utilizado por el gobierno para enviar un mensaje a los opositores y disidentes acerca de los peligros que implica mostrar oposición al Kremlin.
Los centenares de periodistas que arribarán a Sochi para cubrir los juegos se encontrarán con un panorama desolador en cuanto a la libertad de prensa. Las amenazas, golpizas y deportaciones de periodistas se han convertido en algo común. Desde la llegada de Putin al Kremlin al menos 19 periodistas fueron asesinados y ningún caso resultó esclarecido. El miedo del líder ruso a la libertad de información que puedan transmitir los periodistas que cubran Sochi 2014 quedó en evidencia luego de que dispusiera que no podrán utilizar medios no-profesionales para realizar su trabajo. Es decir, el uso de tabletas, teléfonos y cámaras de bolsillo estará prohibido y en el apogeo de las redes sociales, ni Instagram ni Twitter (tampoco habrá, selfies,) serán protagonistas de la cobertura periodística. Las autoridades rusas amenazaron con quitarles la acreditación a los que violen esta disposición. ¿Será esta una de las ideas que tiene el gobierno ruso para evitar que se conozca la situación que se vive en el país?
El sexto principio expresado en la Carta Olímpica sostiene que "Cualquier forma de discriminación contra un país o una persona basada en consideraciones de raza, religión, política, sexo o de otro tipo es incompatible con la pertenencia al Movimiento Olímpico". La ley rusa aprobada el año pasado que prohíbe la "propaganda homosexual" no parece adecuarse con el principio olímpico. A partir de la sanción de esta ley cualquier tipo de manifestación, mención o distribución de material relativa a los derechos de los homosexuales tendrá como consecuencia la imposición de multas, hasta 90 días de arresto y deportación si se tratase de extranjeros.
La reacción que tendrá el gobierno a los atletas gays en Sochi es una incertidumbre. El patinador neozelandés Blake Skjellerup, que hizo públicas sus preferencias sexuales después de los Juegos Olímpicos de 2010 en Vancouver, vestirá un prendedor con el símbolo del arcoiris — insignia de la comunidad gay — durante su participación en los Juegos. En este sentido, la delegación presidencial de Estados Unidos no incluirá a ningún integrante de la familia del Presidente o Vicepresidente, en cambio la ex-tenista Billie Jean-King y la jugadora de hockey sobre hielo Caitlin Cahow, dos deportistas gays, serán parte de la comitiva.
Precisamente, la influencia extranjera es otra de las preocupaciones del gobierno de Putin que ha implementado nuevos requisitos para el funcionamiento de ONGs que reciban financiación del exterior. Cualquier tipo de "actividad política" — cuya definición incluye promover cambios en las políticas e influenciar a la opinión pública, dos tareas fundamentales del tercer sector — por parte de "agentes extranjeros" (así es como los define la ley) podría conllevar gravosas multas y penas de prisión, e incluso hasta la aplicación de la "ley de traición", también aprobada durante el nuevo mandato del Primer Ministro ruso.
¿Busca Putin con estos cambios levantar una nueva cortina de hierro en Europa? La respuesta es no. "Vladimir Putin intenta posicionarse a sí mismo como líder mundial del movimiento conservador que promueve valores tradicionales", afirma Brian Whitmore en The Atlantic. La principal motivación de Putin es recuperar la grandeur de Rusia, aquella que alguna vez exhibió durante los tiempos del Imperio y de la Unión Soviética, y posicionarse como un referente mundial de los valores conservadores.
Los sentimientos nacionalistas acompañados por el poder dictatorial de Putin no son compatibles con ninguno de los principios de la Carta Olímpica, y menos aún con la idea de una sociedad libre respetuosa de los derechos individuales. Será entonces tarea de los periodistas que cubran Sochi, junto a los atletas, levantar la voz y denunciar la terrible situación que se vive en Rusia los 365 días del año.
(*) Especial para Perfil.com