Fue simbólico: la caravana que acompañaba a la antorcha olímpica tuvo que desviarse ayer por la mañana de su recorrido original por la playa de Copacabana para eludir una manifestación contra Temer. Las protestas continuaron por la noche en las cercanías del Maracaná, donde tuvo lugar la ceremonia de apertura. Una pequeña columna de manifestantes chocó allí con la policía.
Un par de horas más tarde, el presidente provisorio evitó exponerse a los silbidos del público en el mítico estadio carioca y permaneció sentado en silencio, pese a que estaba previsto que dijera unas breves palabras. Los presentadores ni siquiera lo mencionaron cuando la transmisión televisiva enfocó el palco oficial. Es que, en la previa al evento, las organizaciones que convocaron a las protestas habían prometido someter a Temer al “mayor escrache de la historia”.
Las movilizaciones son impulsadas, entre otros, por los frentes Brasil Popular, Pueblo Sin Miedo y De Izquierda, que nuclean a movimientos sociales y sindicales como el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), el Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) y la Central Unica de los Trabajadores (CUT). “Aprovecharemos la presencia del turismo y la prensa internacional para denunciar lo que está ocurriendo en Brasil –dijo a PERFIL Joaquim Pinheiro, miembro de la Coordinación Nacional del MST–. Durante todo el período olímpico habrá movilizaciones en Río. Levantamos tres banderas: ‘Fuera Temer’, ‘Ningún derecho menos’ y ‘Contra la calamidad olímpica’”.
La primera reivindicación se vincula con el rechazo de los detractores de Temer a lo que consideran un “golpe de Estado” contra Dilma Rousseff. “Les pido un esfuerzo más: es muy importante la movilización de todos y ese sentimiento que viene de las calles”, arengó esta semana la presidenta suspendida. El proceso de impeachment contra Rousseff en el Senado culminará pocos días después de la finalización de las Olimpíadas. En opinión de Pinheiro, “el juicio político entra en su etapa final y eso potenciará el movimiento de protesta”.
La segunda bandera señala el repudio a las medidas “neoliberales y privatizadoras” que, según el MST y otros movimientos, impulsa Temer en desmedro de los derechos de los sectores populares. La tercera, en cambio, no se dirige sólo contra el actual gobierno, sino contra la clase política en general: muchos brasileños critican el impacto social negativo que tuvo la organización del Mundial de Fútbol y de los Juegos Olímpicos. Según un reciente estudio del Comité Popular de la Copa del Mundo y las Olimpíadas de Río, casi tres mil familias cariocas fueron desalojadas de sus viviendas como resultado de las obras de infraestructura y construcción de estadios.
En este último aspecto, existe un punto de contacto entre las actuales manifestaciones y las de 2014, cuando aún gobernaba Rousseff. “Lo que hay en común entre ambos momentos es el rechazo al legado de la Copa y los Juegos: el Estado brasileño hizo una ‘limpieza social’ para llevar a cabo los megaeventos –observó Pinheiro–. No estamos en contra de las Olimpíadas, sino de cómo se llevaron a cabo”.
Precaución. A las marchas de las agrupaciones orgánicas se suma el imprevisible accionar de los black blocs: grupos de autoconvocados que marchan a rostro cubierto y que suelen protagonizar enfrentamientos violentos con la policía, como los ocurridos ayer por la noche. El Comité Olímpico Internacional tomó ciertos recaudos: prohibió, entre otras cosas, ingresar a los estadios con silbatos, pancartas de “naturaleza política” u otros elementos “para ofender o causar discordia”.
Días atrás, Temer había dicho que no temía a la silbatina en el Maracaná. “Estoy preparadísimo –aseguró–. Como decía el escritor Nelson Rodrigues, en el Maracaná se abuchea hasta el minuto de silencio”. Al parecer, cambió de opinión.