¿Cómo uno practica la humildad desde el trono más glorificado de la Tierra? Pocas veces un nuevo actor en el escenario internacional ha captado tanta atención tan rápido –de jóvenes y viejos, de creyentes y cínicos– como lo ha logrado el Papa Francisco.
En sus nueve meses en el trono, Francisco se ha puesto en el centro mismo de las principales conversaciones de nuestra época: sobre riqueza y pobreza, imparcialidad y justicia, transparencia, modernidad, globalización, el rol de la mujer, la naturaleza del matrimonio, las tentaciones del poder.
En un tiempo en que los límites del liderazgo son puestos a prueba en tantos lugares, llega un hombre –sin ejército ni armas, sin un reino más allá de un pequeño pedazo de tierra en el centro de Roma, pero con el enorme respaldo de la riqueza y el peso de la historia– para plantear un desafío. (…)
Cuando besa la cara de un hombre desfigurado o lava los pies de una mujer musulmana, la imagen resuena mucho más allá de los límites de la Iglesia Católica. (…)
La Iglesia Católica es una de las instituciones más antiguas, grandes y ricas del mundo, con 1.200 millones de fieles, y el cambio no es algo natural en ella. En su mejor versión, la Iglesia inspira e instruye, ayuda y sana, y llama a los fieles a escuchar a sus ángeles más benévolos. Pero se ha visto debilitada a nivel mundial por escándalos, corrupción, la escasez de sacerdotes y la competencia, especialmente en los fértiles campos misionarios del hemisferio sur, de rivales evangélicos y pentecostales. Los burócratas y el clero del Vaticano son acusados de disputas internas, corrupción, chantaje y una obsesión con “reglas mezquinas”, como sostiene Francisco, en lugar de las enormes posibilidades de gracia.
Y, sin embargo, en menos de un año, ha hecho algo notable: no cambió las palabras, pero cambió la música. (…)
Publicó su primera exhortación apostólica, un ataque a “la idolatría del dinero”, justo cuando los estadounidenses celebraban el Día de Acción de Gracias y evaluaban si pasar este feriado, establecido para la gratitud, en los centros comerciales.
Este es un hombre que maneja muy bien los tiempos. No vive en el palacio papal rodeado de cortesanos sino en una austera residencia con peregrinos. Reza todo el tiempo, incluso cuando espera a que lo atienda el dentista.
Sacó de circulación el Mercedes papal y lo reemplazó por un Ford Focus con algunos rasguños. No usa zapatos rojos ni sotanas lujosas, lleva en el cuello una cruz de hierro en lugar de una de oro. Cuando rechaza la pompa y los privilegios, revela por primera vez las finanzas del Vaticano, reprende a un arzobispo alemán por derrochador, llama por teléfono a desconocidos en apuros, y ofrece bautizar al bebé de una mujer divorciada cuyo amante casado quería que abortara, está haciendo más que convertirse en un ejemplo de compasión y transparencia.
Está aceptando la complejidad y admitiendo el riesgo de que una iglesia obsesionada con sus propios derechos y su virtud puede provocar más heridas de las que sana. La Iglesia es un hospital de campaña, dice. Nuestro primer deber es asistir a los heridos. Uno no le pregunta a un hombre que está sangrando cuál es su nivel de colesterol.
Este foco en la compasión, junto a un aura general de alegría no siempre asociada a los príncipes de la Iglesia, ha hecho de Francisco una especie de estrella de rock. Más de 3 millones de personas llegaron a la playa de Copacabana en Río de Janeiro el pasado julio para verlo, las multitudes en la Plaza de San Pedro están eufóricas y los souvenir se venden en números récord.
Pero la fascinación con Francisco, incluso más allá del círculo católico, le brinda una oportunidad que nunca tuvo su antecesor, Benedicto XVI: magnificar el mensaje de la Iglesia y su poder para hacer el bien. (…)
Por estos días es estimulante escuchar a un líder decir cualquier cosa que moleste a alguien. Hoy, progresistas y conservadores enfrentan por igual una elección cuando escuchan a una nueva voz de la conciencia: qué es más importante, ¿que este líder carismático dice cosas que ellos creen que es necesario decir o que también dice otras que preferirían no escuchar?
El corazón es un músculo fuerte y Francisco propone un riguroso régimen de ejercicio. En un período muy breve, una audiencia amplia, global y ecuménica ha mostrado ansias de seguirlo. Por haber trasladado el pontificado del palacio a las calles, comprometer a la mayor religión del mundo a enfrentar sus necesidades más profundas y equilibrar el juicio con la misericordia, el Papa Francisco es la Persona del Año 2013 de Time.
(*) Jefa de Redacción de Time / Extractos de la nota publicada por Time.