El safari por el Parque Kruger en Sudáfrica demuestra que el hombre es allí el invitado. Uno está en el hogar de los animales, los visita. Y ellos lo observan y parecen felices de verlo ahí. La inmensidad del parque hace que, por ejemplo, una madre leopardo y sus dos hijos salgan de cacería con el ojo del turista atento a la acción.
Los cachorros pasan por el frente de la camioneta jugando. A unos 40 metros está ella. No parece caminar, sino que se arrastra por el suelo. “Deja a sus crías a una distancia considerable para que no la molesten mientras va en busca de comida”, nos cuenta Mark, el guía.
La lluvia cae encima del leopardo que se lame la piel. Sabe que por ese lugar pasarán, en unas cuantas horas, los impalas, pequeños ciervos que serán su cena. Más adelante, una manada de 12 leones atraviesa el camino en busca de arbustos donde recostarse y decenas de waterbacks corren a campo traviesa.
Las jirafas caminan por el medio de la selva. Van en grupo, alertas de los leones y comiendo de las ramas más altas. El guía nos avisa que a pocos kilómetros una manada de perros salvajes acaba de matar un impala y se disponen a disfrutar su banquete. Llegamos justo a tiempo y vemos como la cadena alimentaria mantiene la perfección.
(*) redactor de Perfil.com
