INTERNACIONAL
opinión

Una relación Argentina-Brasil por encima de diferencias

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Bolsonaro. El jefe de Estado brasileño dialogó esta semana por primera vez con Alberto Fernández. | cedoc

Después de 4 años dejo la Argentina para representar a Brasil como embajador en Sudáfrica. Al no poder despedirme personalmente, aprovecho este espacio de PERFIL para decir “muchas gracias” y un esperanzado “hasta luego” a todos los que me ayudaron a lo largo de mi segundo y encantador período en la Argentina.

En estos 4 años, busqué liderar la Embajada de Brasil con pragmatismo y franqueza. Insistí en que la relación es lo suficientemente sólida como para que abandonemos la retórica altisonante sobre asociación estratégica e integración, que de ninguna manera reemplaza la realidad de una relación bien administrada, conducida con sentido práctico y sin ilusiones sobre el poder de las palabras por sí solas. En lugar de la retórica, privilegiamos retomar mecanismos imprescindibles paralizados hacía tiempo, como la Comisión Bilateral de Producción y Comercio, los foros de cooperación nuclear, los foros de diálogo político y estratégico y la articulación en torno a la Hidrovía Paraná-Paraguay. Realizamos también cuatro visitas presidenciales bilaterales (dos a la Argentina y dos a Brasil) y contribuimos con la participación del presidente brasileño en cuatro encuentros multilaterales en Argentina (Mercosur, OMC, G-20) y del presidente argentino en dos reuniones del Mercosur en Brasil.

Presenté a muchos interlocutores en Argentina y en Brasil sugerencias concretas sobre los atrasos en la integración entre nuestros países, manifestados, por ejemplo, en las dificultades aún existentes en los controles fronterizos de pasajeros y cargas; en la ausencia de un foro empresarial binacional amplio y activo; y en el hecho de que el 50% del comercio bilateral no es libre, como cabría esperar en una unión aduanera, y de que el azúcar, producto capital para el Mercosur en sus negociaciones con el mundo, apenas se comercializa entre nosotros –fenómenos contradictorios con el grado de integración que queremos en los planos bilateral y subregional–.

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Dado que ese sentimiento de atraso era compartido –y debe seguir siéndolo- de ambos lados de la frontera, se lograron avances importantes: firmamos tres protocolos que el Mercosur se debía hace al menos 20 años: compras gubernamentales, inversiones y facilitación de comercio. Modificamos el viejo acuerdo bilateral para evitar la doble imposición, para incluir en él la importante área de servicios. Firmamos con la Argentina un acuerdo de cooperación en materia de derechos del consumidor que se extendió a los demás socios del Mercosur, permitiendo que por primera vez una política de esa naturaleza e impacto pueda avanzar de forma homogénea en todos los países del bloque. Solucionamos la cuestión del comercio automotor, lo que finalmente conducirá al libre comercio entre los dos principales socios del Mercosur. Avanzamos en la Hidrovía Paraná-Paraguay, perpetuando un convenio que había que renovar periódicamente, firmando un acuerdo de sede que brindará una base legal firme para el Comité de la Hidrovía y su secretariado, y logrando que sus reglamentos tengan vigencia universal en los países que la integran. Renovamos nuestro compromiso con la cooperación nuclear, lo cual se expresó en la campaña conjunta para la elección del embajador argentino Rafael Grossi como Director General del OIEA y en la organización de un inédito seminario que reunió, en nuestra Embajada, a las industrias nucleares argentina y brasileña, reafirmando nuestro compromiso de no proliferación nuclear y de fortalecimiento de la ABACC. Hemos resuelto más de 30 temas de la agenda agrícola bilateral. Reforzamos el pilar de la cooperación entre las Fuerzas Armadas y adoptamos una postura más incisiva en materia de seguridad fronteriza. 

Todavía queda mucho por concluir y hacer. Pero lo importante es saber que sí es posible imaginar una relación bilateral que vaya más allá de lo que ya se construyó y por encima de diferencias en los planos político y económico –siempre en nombre del progreso y el bienestar de argentinos y brasileños–. La reciente charla entre los dos Presidentes dio una señal clara sobre los caminos que hay que seguir y sobre la importancia que nos atribuimos mutuamente. ¡A trabajar más aún, pues!

No podría pasarle a mi sucesor, el embajador Reinaldo Salgado, la responsabilidad privilegiada de este cargo –uno de los más elevados a los que puede aspirar un diplomático brasileño– sin hacer un gran agradecimiento general a todos mis interlocutores en este período y algunos agradecimientos especiales aún a riesgo de olvidar momentáneamente a algunos: a los funcionarios de los dos gobiernos argentinos con los cuales interactué durante este período, y especialmente a Carlos Magariños, entrañable amigo, y Daniel Scioli, mis contrapartes en Brasilia; a todos los funcionarios argentinos que generosamente nos ayudaron durante esta pandemia; los ex cancilleres y vicecancilleres argentinos Susana Malcorra, Jorge Faurie, Carlos Foradori, Daniel Raimondi y los entrañables amigos Pedro Villagra Delgado y Gustavo Zlauvinen; el canciller Felipe Solá, el vice canciller Pablo Tettamanti, Gustavo Béliz y los embajadores Jorge Neme y Guillermo Chaves; el ex Secretario de Asuntos Estratégicos Fulvio Pompeo y sus asociados Paola di Chiaro y Norberto Pontirolli;  Marisa Bircher y Gustavo Santos; los amigos Dante Sica, Carlos Pagni, Rosendo Fraga, Jorge Fontevecchia, Félix Peña, Ricardo Esteves, Isela Costantini, Aníbal y Marlise Jozami, Héctor Rossi Camilión y Carolina Barros, entre muchos otros; el ex canciller Adalberto Rodríguez Giavarini y los miembros del CARI; los empresarios Mario Montoto, Eduardo Eurnekian y João Carlos Pecego, presidente del Banco Patagonia; el presidente del Grupo Brasil, Oswaldo Parré, y el ex presidente de la Cámara de Comercio Argentino-Brasileña (CAMBRAS), Jorge Zavaleta, y funcionarios de ambas entidades; Daniel Pelegrina, presidente de la Sociedad Rural, y Miguel Acevedo, presidente de la UIA; nuestro Cónsul Honorario en Rosario, Ricardo Diab; todo el equipo de la Embajada y de los consulados brasileños en la Argentina y sus jefes; los empleados del Palacio Pereda, ese símbolo mayor de la amistad entre Brasil y Argentina; mi “chef” particular Teresa Fernández; y naturalmente mi amada Angela, quien acumuló las funciones de esposa y madre con las de embajadora y vicecónsul en el Consulado General en Buenos Aires, y mis hijos Marcos y Lucas, mis tres compañeros siempre presentes en esta aventura privilegiada que es ser diplomático de Brasil y así servir, con orgullo, a la Patria distante, pero siempre presente en el corazón, y a una relación tan importante como lo es la nuestra, afortunadamente. A todos, muchas gracias.

*Embajador de Brasil en Argentina.