INTERNACIONAL
China vs. EE.UU.

Vacunas en la guerra de la comunicación

Las encuestas revelan que en los países occidentales crece la imagen negativa de Beijing que, claramente, está perdiendo la batalla de la comunicación con Washington y sus aliados.

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Filipinas. Uno de los tantos países donde hay protestas anti-chinas. | AFP

Antes de la pandemia, en el mercado de la salud las empresas no infringían la norma que proscribe desacreditar al competidor. Más allá de la lealtad comercial, un acuerdo tácito que atendía al interés humano establecía que era responsabilidad de los laboratorios, clínicas, etc., cuidar a un consumidor vulnerable, que no tiene recursos para discernir si un determinado producto o servicio podría perjudicarlo. Pero la pandemia, que pone todo en máximo contraste, parece haber dejado atrás esa regla. No hay códigos en la batalla de las vacunas que se ha desatado dentro de la guerra de imagen entre Estados Unidos y China. Es la peor hipótesis: en el momento en que necesitamos la mayor cooperación entre los poderes, ellos entran en un conflicto sin ley.

La disputa entre China y EE.UU. puede entrar en una fase peligrosa por Taiwán

Parece definitivamente instalado el consenso sobre un siglo XXI en el que un poder que llegó a su cenit ahora decae, mientras otro, antiguo, sumergido desde mediados del siglo XIX, asciende a un ritmo maratónico.

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El consenso, sin embargo, se desbarata mirando el futuro. Algunos vaticinan la trampa de Tucídides (el recambio de un gran poder es mediado por una guerra armada), otros prevén un lento y largo declive de Estados Unidos, algunos anticipan que es posible la declamación de China de una “comunidad de destino compartido”, ya sea bajo el dominio de China, o, de modo más optimista, en un esquema multipolar.

En el momento en que necesitamos la mayor cooperación entre los poderes, ellos entran en un conflicto sin ley.

Lo cierto es que en los últimos años ha escalado el conflicto entre Estados Unidos y China en el frente comercial y en el tecnológico. El choque ocurre mientras se mantienen fuertes imbricaciones entre los dos países. No obstante, ese entretejido es prácticamente inexistente en el escenario de las comunicaciones. Estados Unidos ataca despiadadamente a China, sumando a sus países aliados y subalternos, mientras China no toma la iniciativa y se defiende bastante mal. El año pasado, la encuestadora Pew Research Center difundió resultados catastróficos sobre la imagen de China en los países occidentales, asegurando que las opiniones negativas han alcanzado su punto más alto en más de una década. En Australia la mala imagen subió 24% de 2019 a 2020 hasta llegar al 81%, en Suecia es del 85% y en el Reino Unido, el 74% de los encuestados tiene una imagen desfavorable. Las campañas de comunicación contra China han sido tan eficaces que en los 14 países donde se encuestó, una media del 61% creía que China manejó mal la pandemia (desde el primer caso, el país asiático registra menos de 5 mil muertos).

Medios argentinos

Alberto y Xi Jinping 20200929

En el alejado nicho argentino de la comunicación internacional, los medios hegemónicos locales amplifican los mensajes emitidos por Estados Unidos, renunciando a construir un punto de vista propio, desde Clarín advirtiendo en una tapa que “China ahora admite que sus vacunas tienen una baja efectividad” (12/04/21) hasta Infobae anunciando que “El enviado de Joe Biden a la Argentina criticó el ‘mercantilismo de las vacunas de China y Rusia’ e hizo un guiño por el FMI” (14/04/21). Estas empresas parecen disponer sus recursos para formatear la opinión del público local en contra de China, haciéndose eco de la construcción de China como un país depredador (pesca en el Atlántico Sur), contaminador (proyectos mineros, proyecto de granjas porcinas), imperialista (el observatorio en Neuquén, Taiwán, el Mar del Sur de China), poco confiable (vacunas), violador de los derechos humanos (Xinjiang, Hong Kong).

El gobierno argentino se muestra a favor del multilateralismo basado en la independencia soberana de los países, y por lo tanto no acepta el sometimiento de Argentina a los Estados Unidos ni a China. Sin embargo, los medios afines al Gobierno parecen compartir con sus enemigos hegemónicos, la falta de afinidad con o la resistencia a China.

Es posible que la raíz de esa indiferencia ante China que se desliza al rechazo se nutra con el fuerte anhelo argentino de pertenecer al Primer Mundo, producto del eficiente modo en que los poderes coloniales europeos han impreso en nuestra idiosincrasia la convicción de que ellos, la “raza blanca” y la cultura europea, son superiores. Desde hace más de un siglo antropólogos, sociólogos, filósofos, han desbaratado las teorías evolucionistas, y sin embargo sus preceptos aún determinan nuestra visión del mundo. La Constitución argentina, aun la reformada en 1994, establece en su artículo 25, que “el gobierno federal fomentará la inmigración europea”.

Los periodistas no son ajenos a este influjo. Los habita el goce de que Argentina es el “país más occidental de Europa” y, al contrario, tienen una absoluta falta de deseo de ser China, 

Los periodistas no son ajenos a este influjo. Los habita el goce de que Argentina es el “país más occidental de Europa” y, al contrario, tienen una absoluta falta de deseo de ser China, país del que solo tienen la información y el punto de vista de las corporaciones mediáticas y los ámbitos académicos norteamericanos y europeos. Incluso los periodistas más críticos aplican a China el antiimperialismo que aprendieron contra los imperios occidentales, sintonizando y reproduciendo así una imagen de los chinos como una “raza” cuya condición bestial –comen murciélagos– nos infecta. En esa estigmatización, los chinos son bárbaros que nos amenazan, quieren depredarnos y dominarnos.

Mientras, China parece empeñada en una contradicción que atiborra su softpower de obstáculos. Por un lado, se niega a dar batalla defensivamente, consciente de lo desfavorable que es esa posición, y, sobre todo, no cree que deba convencer comunicando. Es decir, no cree en aquello de “no alcanza con hacer, también hay que demostrar”. Una parte de China está convencida de que su poder no está en hacerse deseable, sino en la fuerza de los hechos. Como diría nuestro Roberto Arlt: “El futuro es nuestro por prepotencia del trabajo”.

Pero hay otra China que cree que su poder también proviene de la relación con los demás países, y eso requiere sintonizar con la onda mundial, de la misma manera que lo hizo adoptando el capitalismo. Para relacionarse con los demás, hay que hablar un idioma común, y así como el inglés se enseña en casi todas las escuelas de China (hay más personas aprendiendo inglés en China que en todo el Commonwealth), una parte de China sabe que hay que dar la pelea en la comunicación. Esta segunda posición pareciera tener menos poder que la primera, y así sus acciones parecen tropezar todo el tiempo con sus propias piedras.

Desde el punto de vista periodístico, quizás el dato más llamativo de estas limitaciones es el intento de las fuentes de información chinas y los medios chinos que alcanzan a Occidente de dictar sus contenidos del mismo modo que son impuestos en China. Esos medios asumen que los públicos occidentales son como el chino, o sea, que asumen la veracidad de la información porque es emitida por la autoridad. Esto produce un rechazo escandalizado.

Si los occidentales adoramos que nuestros poderosos nos mientan, en cambio odiamos que los enemigos –rusos, musulmanes, chinos– nos digan cualquier cosa. Mucho más odiamos lo que huele a propaganda comunista.

Los medios imperiales de Occidente informan la realidad que les conviene y los medios chinos hacen lo mismo; la diferencia es que los occidentales son hábiles para hacer creer que dicen la verdad, mientras los medios chinos no se preocupan por crear una ilusión, ya que asumen que serán creídos por acatamiento.

Si los occidentales adoramos que nuestros poderosos nos mientan, en cambio odiamos que los enemigos –rusos, musulmanes, chinos– nos digan cualquier cosa. Mucho más odiamos lo que huele a propaganda comunista.

A los periodistas occidentales los medios chinos parecieran no ofrecerles sino ordenarles cuáles son las noticias que deben transmitir –siempre noticias buenas–, mientras que jamás se interesan por los temas de interés del público local.

En este estado de cosas, en el mundo de la comunicación social de los países de Occidente, China está perdiendo por paliza.

 

*Editor de la revista DangDai.