Miles de ciudadanos presenciaron desde el viernes 19 de marzo la erupción de un volcán sobre las laderas del monte Fagradalsfjall, cerca de la capital de Islandia.
Dicha erupción, relativamente pequeña y apacible, se encuentra localizada unos 40 kilómetros de Reikiavik. Aun siendo un claro fruto de la madre naturaleza, parece obra de una oficina de turismo en busca de una nueva atracción.
La lava emana de una cúpula formando un pequeño valle y se acumula en la cuenca, transformándose poco a poco en negro basalto a medida que se enfría. Los geofísicos estiman que el volcán ya escupió 300.000 metros cúbicos de lava.
A medida que pasan las horas, los socorristas están muy pendientes de un pequeño pitido incesante que proviene de los dispositivos que detectan la presencia de gas, principalmente el temido dióxido de azufre, pero el fuerte viento limita el riesgo.
En la península de Reykjanes, donde se produjo la erupción, hace más de 800 años que no manaba lava. De todas maneras, las erupciones en Islandia son frecuentes habiendo una cada cinco años en promedio.
Suelen producirse lejos de las ciudades y en ocasiones en zonas que son catalogadas como inaccesibles sin vehículos aéreos. Otras son demasiado peligrosas como para que se permita el ingreso de personas.
Se puede disfrutar de este panorama tras una caminata de seis kilómetros desde una carretera aledaña al puerto pesquero de Grindavik, la localidad más próxima de 3.500 habitantes. La mismas está cerca de los famosos baños termales de la "Laguna Azul".
El domingo, la avalancha de visitantes ya había despejado un camino a través del musgo volcánico hasta el valle de Geldingadalur. Otros prefirieron pagar uno de los muchos vuelos en helicóptero que sobrevuelan la zona.
Según los vulcanólogos, la hipótesis más probable es que la erupción se debilite rápidamente, al cabo de unos días.
JFG