Como nuestro planeta está formado, al menos en su superficie visible, por tierra y por agua, el globo que lo representa es terráqueo, que quiere decir precisamente eso: compuesto de tierra y agua. Por eso, cuando nos encontremos con los marcianos, nuestro embajador o nuestra nave no será terráquea; para aquello que proviene de la tierra hay otras palabras, y son varias porque tierra se usa en diferentes sentidos. En algunas religiones (y también en el juego de la rayuela) la tierra es el mundo nuestro, que podemos tocar y ver, donde nacemos y padecemos, en oposición al cielo de la bienaventuranza y la felicidad eterna. Lo que pertenece a esa tierra es terrenal. La palabra terrícola tiene la misma terminación que agrícola, cavernícola y hortícola. Esa terminación indica dos cosas: tanto el trabajo de cultivar un lugar como el de vivir allí; hubo épocas en que esas dos cosas no estaban tan diferenciadas. El cavernícola vive en cavernas; el horticultor cultiva su huerta. El terrícola vive en la Tierra, y por lo tanto se aplica a personas o a objetos producidos por la industria y el ingenio de esas personas. El Aconcagua no es una montaña terrícola. A lo sumo será terrestre, la palabra quizás más amplia, que remite a la oposición entre tierra y mar pero también describe todo lo que se origina en nuestro planeta. Así, la ballena puede ser un animal terrestre, si se la compara con especies fantásticas de Ganímedes o Saturno.
(En la imagen: Amy Adams intenta comunicarse con los alienígenas recién llegados. En Arrival, de Denis Villeneuve, 2016.)